Hace un tiempo conseguí inscribirme y participar en un curso extenso de nuevas masculinidades; ese impulso de la modernidad que intenta, y parece que logra en ocasiones, cambiar el aspecto de la realidad.
El caso es que allí estaba rodeado de hombres dispuestos a renunciar a su masculinidad tóxica por definición y dispuestos a adoptar algunas trazas mucho más feminizantes y, por tanto, más aceptables para la cultura imperante.
La persona en cuestión que daba la charla era un hombre, vestido de forma muy informal, casi desaliñado, delgado, pero con cierta agresividad al hablar. Empezó celebrando los grandes éxitos sociales conseguidos en las últimas décadas gracias a una larga lucha social: “Los hombres ya hemos conseguido la baja maternal” —dijo con gran orgullo—. “Ya hemos conseguido que cuando nuestras parejas tienen hijos, podamos también ir a casa, compartir las tareas de crianza y permitir que ella vuelva al trabajo mucho antes”. Y todos y todas aplaudían y celebraban dicho éxito.
Igualmente, añadía, hemos conseguido poder dedicar más tiempo a nuestros hijos, participar en su educación y liberar a las mujeres de esa tremenda carga. Ahora pasamos los hombres más tiempo en casa y las mujeres más tiempo fuera de casa.
“Nos ha ayudado mucho una aplicación que recientemente ha publicado el Ministerio de Igualdad” —decía el maestro—, lo que a mí me sonó como publicidad encubierta. “Con dicha aplicación mi pareja y yo podemos anotar cada vez que hacemos una tarea en casa, y de esa manera yo no abuso de ella, sino que todos hacemos el mismo esfuerzo”. Y de nuevo todos, y todas, y todes aplaudían el progreso y la modernidad. “Por ejemplo, yo friego tres platos, lo apunto; ella limpia la mesa, lo apunto, y vemos quién va haciendo cada cosa.”
“Bueno, en eso estamos”, prosigue, “pero nos enfrentamos ahora a un inmenso reto. Cierto es que los hombres nos hemos empezado a preocupar por nuestros hijos y pasamos más tiempo con ellos, pero ¿cómo hacemos? Una compañera del sindicato me hizo notar el otro día que sí, que yo me dedico algunas mañanas a jugar con mi Aitor, de 4 años, pero que juego al fútbol con él, y que esto es una herencia del patriarcado que hay que rechazar, pues refuerza la masculinidad y errores ancestrales. Así que mi amiga sindicalista sentenció: “Menos penaltis y más croquetas”.
“Y yo me puse manos a la obra. Le dije a mi Aitor que ya no íbamos a jugar más al fútbol juntos, pero que en cambio íbamos a hacer croquetas juntos. Aitor se mostró un tanto contrariado al principio, pero enseguida nos pusimos manos a la obra. Hay que decir que mi pareja cocina mejor que nosotros, pero eso lo digo ahora que no me oye, que no le gusta que lo diga”… y una gran risotada estalló en la audiencia.
“En fin, que nosotros vamos avanzando en las nuevas masculinidades. Hemos conseguido ya que cuando nuestro hijo se hace daño, venga corriendo a mí para que le cure, y cuando quiera quitarse los ruedines de la bici, vaya buscando a su madre para su validación identitaria”.
“Por poner otro ejemplo: hace unos pocos días, en mitad de la noche, oímos una gran trifulca en la calle. Parecían bandas rivales peleándose y había heridos. Tras unos momentos de silencio, sonó el timbre de la puerta. Ambos nos alteramos. Nos hicimos los dormidos, nos miramos uno al otro y yo, casi impulsivamente, tomé la aplicación del Ministerio de Igualdad y le mostré a Lidi, mi pareja, que le sacaba hora y media de ventaja gracias a las croquetas que había hecho con Aitor, así que ella tuvo que bajar a abrir la puerta. No sé de qué se trataba el asunto, porque enseguida me dormí, y luego salió de madrugada Lidi a trabajar; por cierto, le tengo que preguntar a ver qué tal”.
Ese fue más o menos el tono de la charla, pero al final llegaron las preguntas.
Una mujer que había atendido varias clases de nuevas masculinidades nos sorprendió con la siguiente pregunta:
“Hola, Fran, gracias por esta charla tan interesante y por mostrarnos con ejemplos concretos cómo podemos luchar contra la lacra de la masculinidad y hacer el mundo un poco más habitable. Esta es mi pregunta: el otro día hablabas de cómo ligar y nos animabas a las mujeres a imitar a los hombres a la hora de ligar y de los encuentros sexuales. Nos animabas a ser más lanzadas, menos preocupadas por la relación sentimental en sí y más libres para disfrutar del sexo momentáneo y pasajero. Y yo lo he puesto en práctica, pero tengo que decir que, después de unos meses de hacerlo, no me encuentro mejor; de hecho, me encuentro más triste, como usada, como si fuera una muñeca que los hombres usan y abusan. Me siento al borde de la depresión, la verdad. ¿Que puedes aconsejarme?”.
Fran contestó y le dio las explicaciones pertinentes. Le explicó que no le extrañaba, ya que la mayoría de los hombres que existen ahora son abusadores, y que lo que ella ha vivido es una prueba de ello. Que no desespere, que, entre todos, todas y todes vamos a conseguir cambiar la sociedad y hacerla más habitable para las mujeres. “Tú confía, porque la generación que viene después, la de mi hijo Aitor, será mucho mejor.”
