Tres preguntas que han torturado a filósofos, científicos y políticos. Acudo, para tratar de contestar, a uno de los principios fundamentales de la Biología evolutiva: el que establece que el motor de la evolución es la selección natural, basada en la variabilidad genética y la adaptación de los organismos resultantes a su entorno.
A partir de las primeras formas de vida que surgieron en la Tierra hace unos 4.000 millones de años, una gigantesca diversidad biológica ha poblado la Biosfera. ¿Es el ser humano el culmen del proceso o solo es una de las muchas especies resultantes? De la respuesta a esta pregunta depende suponer si la evolución persigue o no una dirección o un fin determinado.
La tentación mayoritaria del Homo sapiens es buscar sentido absoluto, creerse el rey de la creación. Nos cuesta aceptar el cambio constante, la incertidumbre o el azar. Necesitamos certezas, líderes o doctrinas que nos digan qué pensar y qué hacer.
Si preguntamos sobre el asunto a nuestro nunca suficientemente ponderado líder, el excelentísimo presidente del gobierno, Sr. D. Pedro Sánchez Castejón –alabado y retuiteado sea por siempre–, tal vez obtengamos de sus labios una respuesta inequívoca, emanada de lo que él llama “La Ciencia”. Eso nos dejaría tranquilos y podríamos seguir pensando en nuestras cosas, absortos en un “scroll” infinito en la pantalla de nuestro móvil, adormeciendo nuestros pensamientos mientras languidecemos hasta el fin de nuestros días: zombis sin cerebro cruzando pasos de cebra sin mirar.
Pero si tenemos verdadero interés, descubriremos que no hay consenso científico que cien años dure, y que lo que hoy es A, mañana será B, en un proceso sin fin, donde cada respuesta perseguida engendra una nueva pregunta. Así es la vida o, mejor dicho, así son las cosas, porque de la vida sabemos mucho menos de lo que creemos.
Al final, ¿es el ser humano el culmen o uno más? No importa, el caso es que aquí estamos, tenemos las capacidades que tenemos y nos organizamos en conjunto como podemos para sobrevivir y dejar descendencia.
Si miramos a la humanidad de cerca, individuo a individuo, veremos que cada uno es cada uno y que tenemos tantas cosas en común como otras que nos diferencian. Eso sí, difícilmente sobrevivimos solos; requerimos de otros para casi todo. Tal necesidad de cooperación ha ido dando lugar a diferentes modos de convivencia y a herramientas para estructurarlas, como la política.
Mira tú por dónde, la política no deja de ser un fruto más de la genética y, como tal, está sometida a variabilidad y adaptación. Desde un punto de vista puramente biológico, no parece que tenga mucho sentido un ideario político fijo, lo que algunos vienen a considerar “ideas claras”. Lo de hay que ser de izquierdas carece completamente de utilidad en el mundo real, es como empeñarse en tener agallas fuera del agua solo porque éstas fueron útiles para respirar bajo ella. Los que claman por el progresismo no son más que vagones de tren en vía muerta, creen que se mueven, pero no viajan a ningún sitio.
Más sentido parece tener un cierto liberalismo, promotor de la libertad individual, la competencia y la no intervención estatal, para permitir a los individuos adaptarse y prosperar, un análogo social de la selección natural. Y digo un cierto liberalismo huyendo, como de la peste, de quienes también quieren convertir esto en dogma, promoviendo un sucedáneo de selección natural que termina, por ejemplo, en la eugenesia nazi.
Lo suyo, a mi humilde modo de ver, sería un liberalismo que entienda la adaptación en sentido amplio, que fomente la cooperación y que establezca las herramientas necesarias para avanzar y progresar juntos, en el mejor sentido de la palabra progreso.
En resumen, frente a “La Riqueza de las Naciones” de Adam Smith y “El Capital” de Karl Marx, el alfa y el omega del debate ideológico desde el siglo XIX y ejemplos del dogmatismo ideológico que nos impide evolucionar y nos mantiene enfrentados unos a otros, defiendo la normalidad liberal, exenta de prejuicios, solidaria y con visión de futuro.
¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos? ¿A dónde vamos? Usted es usted, yo soy yo, venimos de nuestro padre y nuestra madre y pretendemos ir a donde nos dé la real gana, acompañados del mayor número de compatriotas posibles. Ni más ni menos.
Y para eso se necesita, entre otras cosas, votar. Votar cuanto antes. Pero votar a quien entienda algo tan básico como eso. Usted, que es un lector con formación, interesado en política, ciencia y filosofía; crítico con el sectarismo ideológico y abierto a un discurso racional, seguro que me entiende.
