A medio camino entre la meseta y la sierra, el claustro románico de Santa María la Real de Nieva es un pequeño milagro de piedra tallada. Sus capiteles narran, en silencio, un mundo entero: bestias fantásticas, viñedos que trepan, escenas bíblicas y oficios cotidianos que retratan la vida campesina. Cada esquina funciona como una crónica esculpida, donde la fe, la naturaleza y el humor popular conviven con una frescura sorprendente. La luz castellana entra a ras de suelo y resalta los volúmenes, dejando ver restos de antiguas policromías y la paciencia de los canteros. No es un museo: es un libro abierto al aire, que se lee caminando, con la mirada y con el silencio.
Por eso, el viajero que cruza la A-601 rumbo a la sierra o Segovia debería detenerse. Una parada reposada recompensa con una lección de arte románico y una pausa a la medida del tiempo lento. Basta media hora para recorrer el claustro, descifrar sus historias y salir con la emoción de quien ha descubierto un tesoro discreto. Parar aquí no es perder tiempo: es ganarlo.
