El castillo de Pedraza ha vuelto a abrir sus puertas y la villa respira ese aire de estrenar historia. Encaramado sobre el promontorio que vigila cañadas y hoces, el recinto recupera su pulso de piedra: murallas ceñidas, torre del homenaje recortada contra el cielo limpio de la sierra y un patio de armas que hoy recibe cámaras y pasos donde antes mandaban ballestas. La reapertura trae recorridos claros, paneles sobrios y la posibilidad de mirar, sin prisa, los detalles que el tiempo dejó: saeteras, almenas, marcas de cantero, la geometría severa de los fosos. Un código QR ayuda a viajar en el tiempo. Dentro, el visitante encuentra una lección de arquitectura militar que encadena siglos: desde el arranque medieval hasta las reformas que lo adaptaron a la artillería. No falta la parada ante los espacios que custodian la huella de Ignacio Zuloaga, el pintor que rescató el castillo del abandono y lo convirtió en taller y refugio.
Salimos del castillo y uno vuelve a la Edad Media que viste cada una de las calles de esta villa medieval, adornada de blasones centenarios, con su plaza porticada, su piedra anaranjada, y sus aromas a lechazo y sopa castellana que parece que abren el apetito de la gran colonia de buitres afincada en las paredes de los cañones que abre el Cega. ¡Qué delicia!
