La otra tarde vi llover, vi gente correr…. Quiero creer que hacían el ejercicio ante la falta de paraguas. Pero claro, me digo yo, que ese es el planteamiento fácil. Más, y como el agua que caía me impedía pensar, cambié de chip (sugerencia de mi inteligencia artificial), y en un movimiento rápido de algoritmo me vino a la memoria una lección que me transmitió Platón (el filósofo), que aún me tiene obnubilado. Ustedes lean y luego si procede…
Para un comienzo impresionante
Permítanme que les introduzca en el ‘tratado’ de filosofía pura esgrimido por Platón (discípulo de Sócrates y maestro de Aristóteles) en relación con el ser humano. Seguro que cuando acaben de leer verán, cosas más difíciles habrán superado, el mundo de otro ‘color’:
– ‘El cuerpo humano es el carruaje,
– el yo, el hombre que lo conduce,
– el pensamiento son las riendas y
– los sentimientos son los caballos’.
Y aclara (o no): ‘el hombre es prisionero mientras vive en el mundo sostenible, su liberación es descubrir el mundo de las ideas’.
Para ponerlo un poco mas ‘suave’ le pedí a la Real Academia de la Lengua, la guay, la fetén, la que sabe y define… vía pregunta, que informara sobre lo que en su día habían determinado sobre la palabra filosofía. Contestación: ‘Conjunto de saberes que busca establecer, de manera racional, los principios más generales que organizan y orientan el conocimiento de la realidad, así como el sentido del obrar humano’.
No afirmo nada, pero hay días que… Sea como fuere, se permite a quien leyere hacerlo tantas veces… Vamos, hasta que la lección filosófica cale.
La muerte del alcalde
Fue en Santa Mª La Real de Nieva. Sucedió el hecho en la noche del 23 de septiembre de 1770. José de Riofrío, que así se llamaba el alcalde del lugar referido, el cual, encontrándose en la cama de su habitación, creyó oír ruidos en algún lugar de la casa. Se levantó, cogió la espada y en sus primeros pasos, aún a medio vestir, se encontró con su criada que le dijo que no saliera que lo iban a matar. Sin que la hiciera caso alguno.
Al salir del umbral de la puerta impactó en su cuerpo un trabucazo que le dejó tendido en el suelo ‘sin decir siquiera Jesús valedme’, del balazo que le tiraron. El alcalde, ya muerto, tenía tan fuertemente agarrada la espada que costó gran trabajo quitársela. De aquella tragedia no se supo quienes fueron los que le mataron ni el motivo.
Centinela en el Ayuntamiento
Mirando hacia atrás, siendo el año 1773 (no hay error en fecha), el señor Conde de Gazzola, General del Real Cuerpo de Artilleria, ordenó que estuviera un piquete de artilleros con su centinela en la puerta del Ayuntamiento de la ciudad de Segovia ¿Motivo, causa, razón? ‘Por si viene alguna orden del Rey, lo era en ese tiempo Carlos III, se la den a dicho centinela y este se la comunique al regidor o intendente’. Dejó ordenado también el general, ‘que se ponga en el lugar una garita, para que el centinela se meta en ella por las noches cuando haga mal temporal de agua o nieve’.
Las cosas se hacían entonces así, bien. No con un simple paraguas y un capote de tres cuartos.
Vidrieras
Nos situamos en el año 1771, capicúa, para quien no lo sepa. Era el mes de abril cuando quitaron las vidrieras de la Capilla Mayor de la Santa Iglesia Catedral ¿Por qué? Para colocar otras de vidrio cristalino a fin de que den más luz al retablo que había donado a nuestra referida iglesia el Rey Carlos III. Se definían después cual eran las medidas: ‘Cada una de las vidrieras tiene de alto seis varas (una vara igual a 5,0292 metros) y 2,50 varas de ancho. Lleva cada una ciento y tantos vidrios’.
Luego, pasado largo tiempo y en el mismo templo, se quitaron unas y se pusieron otras. Y más tarde se repasaron las vidrieras y los cristales que en mal estado estaban, ya de colores, se repusieron.
Máscaras
¡No se lo van a creer! Hurgando en el baúl de los recuerdos encontré la primera fiesta de máscaras celebrada en la ciudad de Segovia. Tiene antecedentes de 18 de febrero de 1770 (1). ‘Fiesta que nunca la habían conocido los nacidos’. Para albergar la fiesta había destinado diferentes cuartos (habitaciones), para todo género de personas. ‘Después de bailar los galanes llevaban a las damas a dichos cuartos y tomaban lo que querían de comidas y bebidas’.
Contrataban milicianos de guarda. Los que querían entrar pagaban 4 reales, siempre que acudieran con máscara, ‘si querían bailaban y si no, no se les obligaba’. La fiesta comenzaba a las 8 de la tarde con final a las 2 de la madrugada. A esta primera fiesta asistió el intendente de la ciudad, Francisco de Azque, ‘con la finalidad de que se cuidara el orden y no hubiera tumultos u otras cosas que pudieran suceder en semejante lance –describe el autor-, por la casta de gente que se juntaban. Buenos y malos’.
Yo ahí lo dejó. Sin que nadie olvide que ‘el tiempo ni se detiene ni espera por nadie’.
La otra tarde vi llover, vi gente correr…
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(1) El relato es de Francisco Baraona (sin la ‘h’ en consonancia como tal apellido se escribía in illo témpore), mayordomo mayor que fue del Cabildo Catedral y por cuyo trabajo percibía sueldo de 12.000 reales/año).
