No hace mucho, ante la manifestación de “que ya habíamos puesto el ojo en el paseo del Salón” de un componente de la inefable corporación municipal, que actualmente rige los destinos de esta ciudad (a la que todavía, y por poco tiempo, podemos seguir llamando Segovia), y que no llegó al Ayuntamiento para “perder dinero”, dijimos que las trompetas de Jericó empezaban a sonar para el paseo del Salón de Isabel II.
Hace pocas fechas nuestro alcalde ha empezado a soplar por el tubo de ellas con fuerza.
Así, dentro de poco, el olor de sus flores será sustituido por el espeso “tufo” a hamburguesa; el trinar de jilgueros y distintas aves será sustituido por el inefable “reggaetón” y su me la “mete en el salón” a todo decibelio; el rumor del viento atravesando el follaje de sus árboles será sustituido por el estruendo de generadores diésel; su mullido y suave césped será sustituido por la pringosa mezcla de ketchup y mostaza, que dotará al suelo de una pintoresca decoración ya ensayada, al parecer con poco acierto, en otro lugar de la ciudad; los niños y ancianos, usuarios preferentes de este espacio verde del centro histórico de la ciudad, dejarán de frecuentar el lugar; finalmente, los vecinos, para deleite de este regidor, pensarán muy seriamente si merece la pena seguir residiendo dentro del recinto amurallado. Y así se mantendrá la curiosa tendencia de que los históricos residentes de la ciudad se tengan que ir a vivir fuera de ella para dejar sus hogares, y la ciudad, a los que vienen a pasar dos días en ella.
Como bien dice, su obsesión por cargarse el paseo no es nueva. Viene de lejos.
Desgraciadamente nuestros vaticinios más pesimistas se cumplen: colocación de imposibles ferias en el paseo, destrozos del mismo (en su flora y en su fauna) debidas a esa instalación, reclamo del señor alcalde de la necesidad de rehabilitar/reformar (léase destruir) el paseo, una vez que ya no hay nada que defender, vía libre para la construcción de un parking subterráneo en su talud para dar servicio a los hoteles y apartamentos turísticos de la calle Real. Calle que, con la expulsión sistemática de sus residentes, quedará convertida en paseo residencial de turismo, ocio y escenario de inefables celebraciones.
Por cierto, no deja de ser curioso que la empresa elegida para estudiar la viabilidad del parking de los Tilos sea, también, la elegida para realizar el proyecto del mismo. Si no hay viabilidad no hay negocio.
Los ciudadanos tenemos claro que quién no siente rubor alguno, más bien motivo de orgullo, en “camuflar” los monumentos emblemáticos de la ciudad (principalmente acueducto e iglesia de San Martín) y sus calles con toda suerte de mercadillos, banderolas atemporales, “kioskos” y demás zarandajas no dude en eliminar un jardín que forma parte importante de la historia de un conjunto Patrimonio de la Humanidad. Porque no otra cosa supone la serie de reformas que ha planteado para el paseo del Salón de Isabel II.
Sin embargo, los ciudadanos perplejos no tenemos tan claro que todo lo anterior ocurra ante la mirada atónita, si no complaciente, de instituciones que pensamos deben buscar la defensa del patrimonio de la ciudad. De ellas, no se escucha ninguna voz.
Tampoco tenemos muy claro qué dicen los informes de los técnicos de jardines y demás áreas del Ayuntamiento sobre la celebración de estas fiestas en el paseo del Salón. Y su cumplimiento con la Ordenanza de zonas verdes y su objetivo principal.
Así tenemos unos regidores que “renaturalizan” un barrio de amplias avenidas y grandes zonas verdes en contra de los deseos de sus residentes mientras, por otra parte, “desnaturalizan” un barrio eliminando su mayor zona verde que es, además, un jardín histórico (fue de los primeros jardines de Segovia) perteneciente al Patrimonio de la Humanidad, según la UNESCO.
Pero tampoco debe sorprendernos estas actuaciones de quien ante el acuciante problema de vivienda que hay en Segovia pone como solución gastarse una millonada en un centro de interpretación del acueducto (comprobamos, como siempre, que las grandes soluciones de esta corporación miran más a los foráneos que a los vecinos) o propone como hijo predilecto al arquitecto Pagola para luego permitir la destrucción una a una de todas sus construcciones.
Pero todos tan contentos.
Es cierto que los regidores se escudan en las grandes cifras que, dicen, se recaudan con toda esta parafernalia; pero el vecino sigue constatando que la misma losa sigue “bailando”; el mismo guijo sigue desprendido; el mismo banco sigue destrozado; la misma rata sigue paseando por los mismos sitios; los puntos de recogida de basura siguen hechos un centro de herrumbe, reunión de detritos y malos olores acumulando en su exterior toda clase de desperdicios; las calles siguen sucias; los servicios municipales caros; etc…
Y el vecino, entonces, se pregunta ¿dónde irá todo eso que dicen recaudar?
