El día es propicio para reunir en torno a él todo el espíritu de unidad de Otero: la Virgen de la Adrada. El paraje de la ermita de la la Adrada irradía todo su esplendor. Junto al río Ferreros, se sitúa una ermita cargada de arte, costumbre, religión, leyenda y belleza. Es primavera, y los prados y árboles aledaños, rebosan todo su esplendor. Sobre la pradera, los vecinos disfrutan de la comida y el entorno, que precede a los actos religiosos que van a tener seguidamente durante la tarde.
La ermita(siglo XVII), es todo un ejemplo del esfuerzo de restauración y reconstrucción por parte de la Cofradía, que actualmente integran 829 cofrades. Es un lugar tan íntimo y cargado de intensa espiritualidad, que tanto los detalles interiores del templo como los exteriores, le sitúan al vecino o visitante, en un lugar idílico.
Y llegó el momento. Las 19 horas. Instante en el que los integrantes de la Junta Colaboradora de la Cofradía(mayordomos), sacan en andas a la Virgen. Comienza el recorrido: la Virgen será trasladada a la iglesia parroquial de los Santos mártires Justo y Pastor. La comitiva con la carroza, banderas y estandartes, abandona la pradera, cruza sobre el puente del río Ferreros, y emprende la prolongada subida del Viacrucis. El esfuerzo está en marcha. El oficio, corre a cargo del párroco, Eduardo E. Muñoz de León, acompañado de otros sacerdotes más. El calor se manifiesta. Y las paradas de la oración sirven de descanso a los feligreses. Los dulzaineros aun no tocan. Es tiempo de profesar. Se alcanza la última cruz del Viacrucis y allí esperan multitud de vecinos, que en silencio contemplan la llegada de la patrona. Comienza el recorrido por el casco urbano. Todo el mundo empieza a sentir, que se acercan momentos de emoción. Los dulzaineros sueltan de sus instrumentos los primeros compases, que comparten jóvenes y mayores, con las primeras jotas que ameniza una larga fila de jóvenes y mayores para la virgen.
La plaza está al alcance. Otro grupo de vecinos se incorpora. La patrona pasa a la plaza y allí el momento se convierte en apoteósico. La piel se pone de gallina. Suena la entradilla, que en Otero, se conoce popularmente como la danza. Braceos, vuelta a un lado, vuelta a otro, y la voz ruge, estenua el momento, el sudor y los ojos de los que participan en las filas de baile, trasladan su éxtasis al público. Es un baile típico, y cargado de épica. La fila es enorme, en ella se puede ver desde niños de siete años hasta mayores de 67. Aumenta la intensidad. A más de un mayor se le escapan las lágrimas. El tiempo se alarga en la puerta de la iglesia, veinte tres minutos danzando. Para finalmente dar acogida a la Adrada en la iglesia y sortear sus bandos. Las pulsaciones aun están a flor de piel. Pero la virgen está ahora más cerca de los vecinos, donde permanecerá durante dos semanas, para después bajar a su ermita. Es la mayor manifestación espiritual del pueblo.