En la biblioteca en diagonal cierro los ojos y paseo por el imaginario Parque del Conocimiento, donde hay alguna mesa merendero, pistas de deporte, algún banco y unos pocos árboles. Uno de ellos es especial, anciano, de gran belleza. Me acerco a él. Siento alegría si lo hago. Los árboles han sido, son, muy importantes para mi salud. Seguramente es así para muchas otras personas.
Al llegar a casa pasan por televisión “La gran pelea”, de Clint Eastwood y su orangután. Estas películas de Eastwood con su amigo son divertidas, nada pretenciosas. Curiosamente tenemos otra película para ver, “La familia Bloom” (mucho mejor su título original, “Penguin Bloom”). Penguin es una urraca que se cruza en la vida de una familia, y más específicamente con la madre, encarnada por la siempre luminosa Naomi Watts, una actriz sencilla y pensativa. Watts, empeñada en seguirme la pista en el escrito que pretendo preparar sobre los animales en el cine, vuelve a tener un amigo en “The friend”, esta vez un perro danés, gigantesco, a pesar de que ella no desea compañía. Ambas películas me gustan.
Me doy cuenta que las últimas películas que he visto, que más me han gustado, están habitadas, protagonizadas por animales. Como la estupenda “Lo que aprendí de mi pingüino” de Peter Cattaneo, el de aquella estupenda “Full Monty”.
Mi padre afirma haber visto las películas del Oeste de todos los tiempos tres, seis o diez veces. Igual le sucede con las novelas de Marcial Lafuente Estefanía. Anticipa lo que va a suceder en ese cine. Conoce cada escena y personaje, ante mi asombro. Es el cine de la caballería. Nada como ver a John Wayne a caballo. Yo desconozco el cine clásico, pero recuerdo a Tarzán (Johnny Weissmuller) y Chita o recuerdo también de niño a “King Kong”. Recuerdo “La llamada de la selva” con Clark Gable o recuerdo a Dumbo, Bambi o los 101 dálmatas. Recuerdo el clásico “Cuando ruge la marabunta” con los millones de hormigas y el cínico Charlton Heston.
Cierro otra vez los ojos y me veo de nuevo en casa de mi abuela Saturnina. Tantos años ya que desapareció y curiosamente recuerdo una tarde en su casa. Ha sacado algo para merendar, unas torrijas. En la sala de estar, cerca del frigorífico está el televisor en blanco y negro. Siempre me llamó la atención esa pareja electrodoméstica. Y en uno de los dos canales de televisión que existen pasan “El cisne”, con Grace Kelly. Es imposible apartar la vista de la Kelly, en sus últimos momentos en el mundo de la ilusión, del cine antes de su principado sin interés, real.
La palabra que busco es “vínculo”, que según el diccionario de la Real Academia es la “unión o atadura de una persona o cosa con otra”. ¿Qué me interesa de los animales? ¿Quiénes son? Amables y pacíficos o tremendos depredadores. El animal somos nosotros y a veces son extraterrestres y otras son de apariencia humana pero terribles como el señorito Iván ante la milana bonita. Y una tortuga no es sólo una tortuga: “Las tortugas también vuelan” de Ghobadi.
Le pregunto a Elena por estos animales del cine, por sus películas y rápidamente me contesta: “¡Muchísimas” ¡Muchísimas!”
La lista de películas que voy anotando no tiene fin. Tendré que limitarme a algunas de ellas. Quizá así pueda deducir o aprender algo de la magistral “Kes”, del gran Ken Loach. ¿Por dónde empezar? Por la que creo que es la mejor, una de esas películas que es indiscutiblemente un clásico: “Los pájaros”. Quizá no es sólo la mejor de las películas con animales, sino que es la mejor de las películas en general. ¡Pero es tan siniestra, fría, matemática! Hay sólo pequeños afectos, como los de Taylor y Hedren por los niños. Parece no haber refugio, no haber escapatoria más allá de clavar tablones en la casa intentando prolongar el escape a un poder oscuro, incomprensible.
Aparto la vista e intento ir por un momento al buen humor, como el de James Belushi en “K9”, el de “La pantera rosa” o el de “Criaturas feroces” con John Cleese y Michael Palin, los locos de Monty Python. En “Lilo el cocodrilo” no sólo hay un animal cantante sino también un estupendo actor mutante, Javier Bardem. Y en “Babe”, el cerdito valiente nos enseña a los niños y a los adultos.
Mi película favorita de animales y también en general es “Rojo”, uno de los colores de la bandera francesa, la fraternidad del polaco Kieslowski, monumento y orgullo del cine europeo. El juez Kern (Trintignant) pierde a Rita, su perra. Valentina (Irene Jacob) anda despistada, intentando esquivar la mala sintonización de la radio de su automóvil. No mira a la carretera y atropella a la perra, pero decidida, luminosa, Valentina acude al veterinario y devuelve a la perra a su dueño, cuya dirección aparecía en el collar.
No cuento más. Ver juntos a Trintignant y Jacob y escuchar a Zbigniew Preisner en el estreno de la película. Qué privilegio. Nunca había visto algo así. Por eso me gusta escribir sobre ella. Porque esta película me acompañará siempre.
Mientras escribo, viene mi madre silbando “El puente sobre el río Kwai” y me distrae. Pierdo el hilo y lo recupero con animales extinguidos, que se presentan ante nosotros gracias al Rey Midas Spielberg. “Parque Jurásico” es un mundo imaginario. ¿O es real? Lo parece y el público acude por eso masivamente a las taquillas de todo el mundo. Los dinosaurios no cansan.
Perdonará el lector que no escriba sobre su película favorita. ¡Hay tantas! Disfrutamos lo mismo de la magnífica e inspiradora historia de “Seabiscuit” o de “El sabueso de los Baskerville” de Terence Fisher, para encontrarnos por un rato con el carismático Peter Cushing como Holmes.
Quizá no hay película más importante, mas trascendente, más mística en la historia del cine que “2001”, del legendario e iluminado Stanley Kubrick. Los monos, sí, los monos. No entendía nada y mi hermano tuvo que explicarme la película. Aún así creo que sigo sin entender. Luego me tocó explicarla a un paciente como yo en un ingreso hospitalario. Ángel, joven, alto, fuerte, parecía un samurai y atentamente escuchaba y fijamente me miraba.
Olvidaba el “Tiburón” de Spielberg porque vas a necesitar un barco más grande. Y este cineasta norteamericano, despreciado por algún colega del oficio como Terry Gilliam, a otros nos interesa siempre. Quiero su cine, conocer la historia de ese caballo de “War horse”. Quiero respuestas a la desesperanza.
El animal que llevamos dentro, cantaba Franco Battiato. “Arthur” se le aparece a Mark Wahlberg y su equipo en una competición maratoniana de deporte extremo. ¿No es así nuestra vida, extrema? Pero Arthur puede aparecer, puede hacerlo. Un sentido a la vida, como esa llamada de un Arthur que espera al que esto escribe.
La siempre magnífica Sigourney Weaver escapó de sus animales extraterrestres en la serie “Alien” y tuvo una actuación extraordinaria en “Gorilas en la niebla”. Es un tipo de cine que quizá ya no se hace. Yo echo de menos ese cine, porque ahora todo parece más crudo.
Ante esto, Disney y otros animadores de otras compañías (como Miyazaki en “El chico y la garza”) han hecho felices a muchos niños y muchos adultos con los simpáticos ratones de “Ratatouille”, el carismático Mickey en “Fantasía” o el clásico contemporáneo de “El rey león”. Y no quiero olvidar a la ardilla de “Ice age”.
Vuelvo a otro ingreso hospitalario y una compañera me recomendó “Spirit”, una preciosa película que recomiendo a todos. La compañera, cuando le dije que no la había visto, se puso seria y me dijo: “Si no la has visto no has tenido infancia”. Ante tal aviso la busqué rápidamente.
¡Más películas! ¡Más películas para desescombrar! Elena repite: “¡Muchísimas! ¡Muchísimas!”
Lo que sea necesario frente a mi cansancio, mi falta de concentración, mi desmemoria, mi desánimo. Se puede convivir con un tigre en “La vida de Pi” si dirige el gran Ang Lee y un hombre puede ser un pájaro en “Birdy”. Las “Vacas” del extraño Julio Medem tienen otra mirada. De hecho… … ¡Podemos mirar a través del ojo de una vaca!
No sé. El duelo cinematográfico está quizá entre perros y caballos. Me quedo de nuevo mirando mis papeles y pienso en el desaparecido Robert Redford y en la posibilidad de hacerle presente, como me dijo un buen amigo a propósito de los que ya se han ido. Pensar en el medioambiente, armar un festival de cine. Eso era Redford. Redford es paz. Refugio Paz. Por eso decidimos volver a ver “El hombre que susurraba a los caballos”. Un caballo tiene unas heridas terribles. Parece que van a sacrificarlo pero hay una madre (extraordinaria Kristin Scott Thomas) que quiere recuperar el caballo pero sobre todo a su hija (Scarlett Johansson). Afortunadamente allá en las montañas, en la naturaleza inmensa, está Robert Redford, el susurrador de caballos.
Necesitamos al susurrador de caballos. A tantos susurradores ante tantas heridas, tanto dolor en el mundo, tanta muerte. Por eso Scott Thomas se embarca en un viaje complejo. Redford la espera en su Refugio Paz en Montana (o sea, “Montaña”). ¡Qué extraordinaria película!
Mientras Redford va a lo suyo en esa película o rodeado de animales en “Las aventuras de Jeremías Johnson”, al mismo tiempo Achab (Gregory Peck) anda persiguiendo a “Moby Dick”, la ballena blanca. Y otra ballena, “La ballena” es el gran trabajo de Darren Aronofsky y Brendan Fraser en el papel de su vida.
¡La lista! El público acude en masa a ver “Megalodón” y hay “Amores perros” o “Doce monos” del loco Terry Gilliam. Y aterroriza “La mosca “ de David Cronenberg y no recuerdo nada de “La anguila” de Shohei Imamura. Rubén me avisa: “¡Aracnofobia!”
El hombre es un animal. De nuevo repito a Battiato: El animal que llevo dentro. ¿Qué animal seré yo? ¿Cuál me representa? En el cine, David Lynch filma su mejor película, “El hombre elefante”.
Ya escribí en algún momento, no sé a propósito de qué, de los demonios de la noche, “The ghost and the darkness”. El fantasma y la oscuridad son dos leones permantemente cerca de nosotros, acechantes, terribles depredadores. Estamos rodeados de fantasmas y oscuridades. Michael Douglas y Val Kilmer intentan usar el ingenio ante el desbarajuste y muerte que estos leones producen.
Yo miro por un agujerito una película documental magnífica, “My octopus teacher”, un pulpo del que aprender y que puede ser un buen amigo.
¡El hombre araña! Sí, “Spiderman” encarnado por Tobey McGuire, entre otros. Vaya problema si te conviertes en una especie de araña. O puedes ser un hombre murciélago en una multitud de películas de Batman. Keaton, Kilmer, Clooney o Bale o Pattinson. Todos murciélagos. Aunque más asqueroso era lo del Jeff Goldblum mosca o lo de Lon Chaney Jr. transformado en hombre lobo.
Vaya asunto. ¡Lady Halcón! ¡Michelle Pfeiffer, joven, soñadora, vuela!
“El planeta de los simios” se ha convertido en una franquicia que no tiene fin. El cine se acelera, se acelera, necesitamos más películas que nunca, más historias, que nos cuenten historias, que se repitan todo lo necesario.
Miro la lista… ¿por dónde seguir? Mi amigo Manolo recuerda a Pie, el caballo de James Stewart. Ladra, ladra el pequeño perro de “The artist” y por un momento me detengo, palpo mis papeles arrugados en los que escribo a mano y me voy quedando sin tiempo, porque el tiempo también se acaba en la biblioteca en diagonal.
Desde un mundo paralelo se me aparece el cineasta José Luis Cuerda, el de “La marrana”. Qué película sencilla y tan nuestra. La respuesta a “1492” de Scott. Es maravilloso, porque sólo alguien como Cuerda podía hacer algo así, podía competir con Ridley Scott. Es el arma secreta del cine español. Cuerda es un rifle.
Cuerda, si cierro los ojos, está sonriente y me mira, se rebela frente al abismo, frente al “no queda nada” que a ratos me deja desanimado, aplastado, sin concentración, como escribía antes. Y avisa: “Cuando algo vivo se mueve entre las ruinas, renace el mundo.”
¡A desescombrar! ¡A desescombrar!
