“Yo toreo mejor que Belmonte”, aseguró una vez un entusiasmado del Pasmo de Triana. Consciente de su potencial artístico y de su endeble regularidad, lanzó un órdago a la historia de la Tauromaquia sabiendo que pudo ser muy grande y que eligió ser grande por no ser algo más. Era la naturaleza intrínseca de un genio que fue lo que quiso ser, siendo el mejor a ratos para algunos y el mejor para consigo mismo. Un alma libre lleno de arte y misterio.
Rafael Soto Moreno, conocido en el albero como Rafael de Paula (Jerez de la Frontera, 1940-Jerez de la Frontera, 2025), falleció el pasado domingo. En el recuerdo quedan esas verónicas mecidas con el pulso de un minutero y la precisión de un relojero. El tiempo congelado en los vuelos de un capote mientras ofrecía a los toros una vida cargada de enigmas por la barriga. Un temple innato. Faenas para los anales, en una trayectoria parca de estabilidad y conjugada entre broncas y altibajos, con un temperamento recio. Y es la que monotonía era antagonista del modo de concebir la vida de Paula.
Impregnado del aura del clasicismo, no fue ningún adelantado a su época ni tuvo una carrera dilatada en número de actuaciones, pero logró ser un virtuoso de la estética. Fiel a los brotes del alma de la cuna flamenca, interpretó el toreo de una manera muy personal, con un empaque abrumador y latidos de duende gitano; y aunque no lo hizo todas las tardes, consiguió retales que son referencia para muchos toreros contemporáneos.
Tomó la alternativa en Ronda (Málaga) en 1960 de manos de José Luis Galloso y no fue hasta 1974 cuando confirmó en Las Ventas de Madrid. Su trayectoria en el último cuarto de siglo se polarizó entre sonadas obras de arte y ‘petardos’ rotundos. Entre los olés más paridos de los sentimientos y las broncas más renegridas. Enemigo del término medio y de las indiferencias. Sin embargo, consiguió elevar su concepto a los altares del toreo, aunque fuera en contadas ocasiones.

Rafael de Paula puso punto final a su carrera en mayo del año 2000 en su Jerez y se arrancó la coleta entre lágrimas tras recibir los tres avisos con un toro de Gabriel Rojas, en una tarde en la que Curro Romero, con el que tantos paseíllos trenzó y con el que se dividió Andalucía artísticamente, con partidario de uno y de otros, cortó un rabo. Los problemas que arrastraba en una rodilla limitaron sus últimas tardes y fue momento de poner final a décadas de toreo gitano, aunque el calvario continuó entre quirófanos, por donde tuvo que pasar una decena de ocasiones para ser intervenido.
En 2002 el Ministerio de Cultura reconoció la herencia que deja en el mundo de los toros con la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes. Además, entre 2006 y 2007 apoderó a Morante de la Puebla. Un tándem de admiración mutua. Tan proporcional era el cariño que cercaba a ambos, que el sevillano entregó el rabo que cortó en La Maestranza en 2023, en un hecho histórico que no había ocurrido en 52 años. El de Jerez, presente en el callejón, lo tomó como suyo, con una mirada que desprendía emociones de empatía por ver a su torero plasmar lo efímero del arte del toreo en el premio más material que puede darse en este mundo.
En sus últimas apariciones públicas, De Paula compareció en silla de ruedas y fue el pasado domingo cuando falleció en su Jerez natal a los 85 años. Al funeral acudieron numerosos profesionales del toreo como Curro Romero, José Luis Galloso, José Antonio Campuzano, Javier Conde, Francisco y Cayetano Rivera, Juan José Padilla, Fermín Bohórquez, Luis y Antonio Domecq, Oliva Soto, Pablo Aguado, Álvaro Montes o Ramón Valencia, entre otros. Un multitudinario adiós con reconocimiento unánime, en el que se pidió una estatua de la figura del genio de Jerez. Se fue Paula, el torero del alma libre lleno de arte y misterio.
