Hace un año, la DANA que azotó Valencia dejó tras de sí un paisaje desolador, hogares anegados, familias rotas y una sensación colectiva de abandono. Aquella catástrofe natural puso a prueba no solo la resistencia de un pueblo, sino también la capacidad de reacción de sus dirigentes. Y por desgracia , Sánchez y Mazón, uno, por soberbia y el otro por incompetencia, no estuvieron donde debían estar por lo que suspendieron la prueba.
Fueron unos días de angustia, el Gobierno central y el autonómico se enredaron en reproches, competencias y discursos vacíos. Mientras los Reyes ofrecían cercanía y empatía al lado de los afectados, los responsables políticos sin querer ver la realidad.
Mazón, entonces presidente de la Generalidad, mostró una gestión torpe, descoordinada, incapaz de ofrecer respuestas rápidas ni de transmitir liderazgo. Le faltó preparación y reflejos ante la emergencia. Pero ha dado un paso que, aunque tardío, merece reconocimiento. Ha dimitido. Su renuncia es una forma de asumir responsabilidad, un gesto poco frecuente en la política española, donde la dimisión suele considerarse un castigo en lugar de un acto de dignidad.
Muy distinto es el caso de Sánchez. Frente a la autocrítica de unos, él sigue instalado en la soberbia. Durante aquellos días, su actitud fue tan arrogante como distante. Su célebre frase, “quien necesite ayuda, que la pida”, resumió una manera de gobernar basada en la superioridad moral y en la ausencia total de empatía. No lideró, pero si marcó distancias y delegó culpas, y mientras miles de valencianos trataban de salvar lo poco que les quedaba, él se aferraba a la imagen.
Un año después, el contraste no puede ser más evidente. Mazón reconoce su fracaso y se marcha tarde pero lo hace. Sánchez, en cambio, sigue aferrado al cargo, como si nada hubiera ocurrido, ajeno al dolor de quienes todavía hoy sufren las consecuencias de aquella tragedia.
La política, cuando se enfrenta a la tragedia, revela el verdadero carácter de quienes la ejercen. Unos asumen sus errores y otros los maquillan. Mazón se va con el desgaste de la derrota, pero también con un gesto de responsabilidad. Sánchez se queda actuando como si la culpa fuera siempre de otros refugiándose en la arrogancia institucional que tanto daño ha hecho a la confianza ciudadana.
El tiempo pondrá cada cosa en su lugar, pero hay algo que ya ha quedado claro y es que la verdadera grandeza de un líder no se mide por cuánto poder conserva, sino por como actúa cuando ese poder se enfrenta a la verdad. Sánchez dimite si es que te queda algo de vergüenza.
