El profesor Ramón Carande en su libro Estudios de Historia de España dedica un capítulo a las “sociedades de amigos del país” e integradas dentro del “despotismo ilustrado”, que comenzó en Francia con una serie de reformas hacia el año 1760 propugnada por miembros de una clase social en expansión, los burgueses cultos, imbuidos del ideario filosófico de la enciclopedia. Un proceso que llega a Rusia de la mano de Catalina II (1762-1796), a Austria, a Prusia o Portugal, y a España con el rey Carlos III.
Un movimiento que alienta el crecimiento de la economía nacional y aboga por la libertad del comercio y de las actividades productivas, así como elevar el nivel de vida, especialmente, de la población rural. Resultó singular la génesis de la futura Real Sociedad Vascongada de los Amigos del País, germen de las sociedades que, diez años después, promovería el conde Campomanes, agente del despotismo ilustrado en el reinado de Carlos III. En Azcoitia y otros pueblos de Guipúzcoa y Vizcaya se formaban tertulias en las casas de la villa, donde caballeros y clérigos debatían determinados temas, que se transformaron posteriormente en juntas académicas. Será Peñaflorida quien funde la asociación que desde 1765 llevará el nombre de “Real sociedad vascongada de los amigos del país”, aprobando el rey Carlos III sus estatutos, con el objeto de fomentar la educación de la juventud, la formación de maestros, y proceso que se culmina con la fundación del instituto de Vergara en el año 1776, con enseñanzas superiores en química y metalurgia, y la casa de misericordia en Vitoria.
Será Campomanes en su “Discurso sobre el fomento de la industria popular” y la circular de 18 de noviembre de 1774, difundida por el reino, los que promuevan una valoración de la riqueza de cada provincia, el censo de los habitantes, la adopción de medidas para el fomento de la agricultura, la ganadería, de fábricas, comercio y navegación.
El Gobierno a partir de una moción de Campomanes funda la Real sociedad económica de amigos del país de Madrid en 1775, que sirve de modelo a más de sesenta sociedades que se fundan en los diez años siguientes, con el objetivo de crear Escuelas de labores y oficios.
En 1780 se funda la Sociedad de Amigos del País de la provincia de Segovia, proyectada ya en 1776, autónoma de la Madrid, que crea una escuela de dibujo y proyecta otra para la lana. Una entidad que bajo el título de Memorias recoge los trabajos de sus socios y otros premiados en concursos. La Sociedad Económica de Segovia entre 1785 y 1793 publica tres tomos de Actas y Memorias, junto con el censo de profesiones.
Una de las sociedades más activas en efecto es la de Segovia, que requiere con insistencia la participación del clero de su diócesis, dado que nadie mejor que los párrocos conoce la situación de sus feligreses, su tipo de vida y medios económicos y necesidades. Con el propósito de que secundaran la promoción de industrias y el fomento de la agricultura, redactó nuestra sociedad, con la anuencia del prelado, don Alonso Marcos Llanas, un cuestionario dirigido al clero, pidiendo informes. Contestó, por ejemplo, fray Edmundo Ladrón de Guevara, cura del lugar de Milagros, pero no hubo un gran número de respuestas, por lo que los socios propusieron al Consejo de Castilla que estableciese, en los seminarios, cátedras de economía política y de agricultura, con los nuevos conocimientos, aunque con escaso éxito “por razón de ser mucha novedad”.
Entre tanto se acordó publicar la obra de Griselini: “Discursos sobre el problema de si corresponde a los párrocos y curas de las aldeas el instruir a los labradores en los buenos elementos de economía campestre”, al mismo tiempo que los amigos del país de Segovia se quejaron del poco interés mostrado por magistrados y jueces, aunque la superioridad recomendase que colaboraran con las sociedades económicas.
La Sociedad Económica de Segovia surgió gracias al empeño de una serie de personajes de la propia ciudad que respondieron a las ideas de Campomanes. Entre los fundadores estaban el obispo de Segovia Alonso Marcos Llanes y Argüelles, Melchor Fuentes de Lorenzana, deán y canónico de la Catedral, el conde de Mansilla, coronel del provincial de Segovia y gentilhombre de cámara del rey, Antonio Alfonso Campuzano, su hijo y teniente coronel del mismo regimiento y, por último, Francisco Plácido de Velasco, abogado en la ciudad.
Este grupo se dirigió al rey el 9 de julio de 1776 solicitando la autorización para formar una Sociedad en la ciudad de Segovia. El 1 de abril de 1780 se puso en marcha. Entre sus socios destacó, Vicente Alcalá Galiano, pero aquella sociedad entró en decadencia en 1805 y llegó a desaparecer con la llegada de las tropas francesas.
Terminada la Guerra de la Independencia, se obtuvo la restauración por Orden de 31 de marzo de 1819, rigiéndose por los antiguos Estatutos. La sociedad se preocupa de las causas de las malas cosechas de la provincia, el fomento de plantío de árboles y la promoción de la cría caballar. Se formó una comisión con el Intendente como presidente para la inspección de los caminos, y en el campo de la beneficencia la entidad ayudó a establecer juntas de caridad y fomentar el hospicio. Sin olvidar los problemas de la industria textil segoviana, asumiendo la inspección de la fábrica de paños, una junta formada por diputados socios y fabricantes presidida por el Intendente, consiguiendo que Luis Fernández, máximo especialista de la industria de la industria del tinte, visitara Segovia con el fin de mejorar los tintes empleados.
La entidad segoviana, en unión con el Ayuntamiento, mantenía una escuela de dibujo, dirigida por medio de diputados de ambas corporaciones y con el corregidor al frente, junto a dos escuelas de costura que tutelaba a través de cuatro socios curadores.
Sin embargo, la sociedad no pudo restablecer la fábrica de loza fina de imitación inglesa que había cesado con el estallido de la citada guerra, no consiguiendo terminar los proyectos de la preparación estadística de la ciudad, la creación de la cátedra de química con aplicación de tintes y otra de agricultura, otra de matemáticas y una escuela de bordado. La Sociedad Segoviana de mantenía teóricamente con el producto de un impuesto sobre la administración de lanas (medio real por arroba de lana lavada y un cuartillo de real de lana no lavada cuando salía al extranjero), por cédulas de 1784 y 1786, y las cuotas de los socios. Sin embargo, la verdad es que se mantenía con el alquiler del inmueble donde estuvo situada la fábrica de loza.
La vida de la Sociedad se interrumpió en 1819 y su última junta sería el 28 de abril de ese año 1819. En los años 1823 y 1824 se pidió autorización real para el nombramiento para la elección de sus oficios, pero no será hasta el año 1875 cuando se revivió la sociedad en una sesión inaugural del 27 de junio de 1875. El Reglamento de la Sociedad Económica Segoviana termina aprobándose en sesión de 30 de noviembre de 1910.
El balance final fue el resultado del fervor afanoso y desinteresado de los promotores, frente a la actitud pasiva de la sociedad, la resistencia de intereses privilegiados, de creencias y costumbres seculares. Sin embargo, el fruto de sus tareas fue considerable, y la Sociedad Económica de Segovia recomienda finalmente que debería establecerse una sociedad, “en cualquier pueblo, se tomasen los correspondientes informes de los sujetos instruidos, y se les suplicase que concurriesen con sus luces y celo a tan útil establecimiento”. Unos objetivos que siguen vigentes actualmente, la promoción de la economía de Segovia y el aumento del nivel de vida de sus gentes, de la mano de asociaciones, entidades, y organizaciones empresariales y profesionales que velan por el progreso provincial.
