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¡Qué solos quedan los muertos!

por Manuel Fernández Fernández
1 de noviembre de 2025
en Tribuna, Opinion
MANUEL FERNANDEZ FERNANDEZ 1
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Luis Mester

¡Aquellos trenes de vapor!

LA UE Y EL INDULTO A PUIGDEMONT

Desde los días en que mis padres descansan en la paz del segoviano cementerio “Santo Ángel de la Guarda” subo cada sábado a rezar porque descansen en la paz del Señor, y para que ellos intercedan por los que aquí militamos en el paso por la vida terrena. Sé que mis rezos valen y llegan igual desde mi casa, pero siento necesidad de la presencia física, de estar junto a los restos, “reliquias”, de mis seres queridos, no puedo aumentar un ápice su inmensa felicidad, pero a mí me sosiega y agrada.

Al rezar y recordar su amoroso paso, tantos momentos y tanto favor que nos dieron, notando el vacío, la soledad, el silencio del recinto, pienso si allí los tenemos como terrenal altar, descansillo en el camino al Cielo, o…los hemos dejado retirados, lejos, porque un día el Borbón Carlos III, pensó y decretó que olían mal, que podían contagiar enfermedades, y cesó la piadosa costumbre de inhumarlos junto al sagrado recinto de las iglesias. “En beneficio de la salud pública de sus súbditos”. Y en su Real Sitio de San Ildefonso construyó en 1785 el primer cementerio “civil” de España, aunque, anecdóticamente, se erigió en terreno de Palazuelos,  hoy, por permuta de parcelas, ya suelo granjeño.

Antaño se levantaron lazaretos para apestados, apartados de la población. ¡Qué solos quedan los muertos! que lamentaba Gustavo Adolfo Bécquer…

La Iglesia los está acercando a los templos, Casa del Padre, con los columbarios para incinerados.

El famoso químico, Louis Proust, descubridor de la “Ley de las Proporciones Definidas”, profesor que fue de nuestra Academia de Artillera, no veía tanto riesgo de pestilencia en los cementerios anexos a las iglesias, decía que había más riesgo de contaminación en las alcobas de los que propiciaban tan retirados cementerios.

Efectivamente, la palabra cementerio, del latín, y antes griego “koimenterion”, significa dormitorio, lugar de descanso, pero también de retiro, pues eso es un cementerio de coches, donde terminan los viejos, la chatarra, pues aun siendo también objeto inerte, los coches lujosos, ostentosos, no van a parar al cementerio, que lucen en colecciones y museos…, hasta hay quien atribuye el vocablo cementerio a derivado de cemento, por ser con este material con el que se sellan las tumbas…

Esta idea es extremista, pero sí es palpable que en el tráfago vital  del día al día, tenemos tal “sturm” de actividades y preocupaciones que nos alejan de las necrópolis o ciudades de los difuntos. Tiene que ser el calendario santoral el que nos abra la agenda por las páginas de atención a nuestros difuntos, todos los santos, o las ánimas del purgatorio, Iglesia triunfante y purgante que nos dice el catecismo.

En los cementerios hay mucho de superfluo, la vanidad de ostentosos mausoleos, ingeniosos epitafios, vocablo del griego epi (sobre) y taphos (sepulcral), que a veces alude a las virtudes del difunto, otras narra honores que en vida acopió, que ahora nada valen. Me emociona la espontaneidad de frases y recuerdos de los niños, dibujos o juguetes que dejan a sus abuelos, sin necesidad de jurar cariño eterno con el manido “que no te olvidan”.

Aunque la muerte es tema demasiado serio para tomarlo a broma, reconozco el ingenio de algunos epitafios como “Por fin dejé de fumar”,  “Si queréis mayores elogios, moríos”…, y el que suscribo como propio: “Las lágrimas más tristes que se lloran sobre las tumbas son por las palabras que no se dijeron”; aconsejo a mis deudos que no escatimen las palabras “perdón”, “gracias”, y sobre todo ese “te quiero” que tanto vamos a lamentar no haber repetido frecuentemente cuando era tiempo; la escritora y filósofa Elsa Punset dice: “Nos hemos acostumbrado a una pobreza afectiva que no es normal”.

Frecuentemente me acerco al nicho de la familia Amengual, recordando con cariño a mi ex alumno del Colegio “Villalpando”, Juanito, tempranamente subido al Cielo por accidente vial, y al que el párroco, cura poeta, Domiciano Monjas, dedicó una preciosa elegía, cuyo título y primer verso, grabado en la losa, dice “Mi calle estaba triste…”

A la entrada del cementerio de Fuentemilanos  unos filosóficos ripios nos recuerdan el memento, homo “Aunque me ves que aquí estoy, /tan flaco, pálido y feo,/me vi como tú te ves, / y te verás como me veo”.

Por esto a los creyentes, los que sabemos que allí no solo está el barro que fueron, sino los cuerpos que esperan el glorioso día de su resurrección, nos gusta más llamarlo “Campo Santo”, y pedimos el pronto rescate de esas almas.

El día 1 de noviembre celebramos la festividad de “Todos los Santos”, fiesta de todos los justos, que habiendo vivido en el amor y temor de Dios, pasaron a la otra Vida sin reconocimiento expreso de sus virtudes. Este día se llenan los camposantos de familiares, amigos y deudos de los que aquí descansan el sueño eterno, e intercambiamos peticiones, nosotros al Cielo para que los tenga acogidos gozando, y a ellos para que intercedan por nosotros ante Dios Padre y María Madre de todos para que cuando nos llegue el día partamos hacia allá. Todos recordamos a conocidos que pasaron por la vida haciendo el bien.

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Edición digital del periódico decano de la prensa de Segovia, fundado en 1901 por Rufino Cano de Rueda

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