Hace unos días se hacía público que en 2024 las incineraciones en España superaron las inhumaciones. A nadie se le oculta que desde hace años se viene promoviendo la cremación, y ha ido ganando terreno por el proceso de secularización, y las facilidades que conlleva, pero cabe preguntarse de si estamos acertando.
Es curioso que mientras en esta vida casi damos culto al cuerpo sometiéndonos a dietas, gimnasios procurando así superar los signos de debilidad o vejez, cuando llega la muerte lo tratamos brutalmente quemándolo, triturando los restos que se resistan al fuego, y a veces esparciendo las cenizas donde buenamente podamos. Desde luego, este comportamiento debiera escandalizar a quien tenga un mínimo de sensibilidad, y se aleja de las altas cotas culturales que en occidente habíamos logrado.
Si uno visita los Scavi de las grutas vaticanas, donde providencialmente se conserva una necrópolis bimilenaria, puede contemplar mausoleos donde se practicaba la inhumación para los señores, y la incineración para los esclavos. O sea que la inhumación generalizada ha sido uno de los signos de igualdad de las clases sociales que se ha ido alcanzando a lo largo de la historia.
Hoy está en crisis la dignidad de la persona humana, espíritu y materia, y una de las causas de mayor relieve es el olvido de la resurrección de la carne, esa verdad tan maravillosa, y posible para un Dios omnipotente, sabio y bueno que asumió nuestra naturaleza, venció la muerte, y quiere compartir su glorificación con nosotros. La cultura europea ha entendido la sacralidad de lo humano, sus logros en las artes y las letras transpiran transcendencia.
Con la fe cristiana se fue abriendo camino la inhumación desde finales del siglo III. El entierro de Jesucristo aparecía como modelo a imitar. Los cuerpos de los bautizados habían sido templos del Espíritu Santo y están destinados a la resurrección y la gloria. Esta praxis llena de amor y delicadeza llamó tanto la atención del mundo pagano que posiblemente fue una de las causas por las que prendió la semilla del evangelio. Se ha practicado como obra de misericordia, dando lugar a hermandades de difuntos que la llevan a cabo. Cuando se trataba de restos de mártires el lugar de su sepultura era punto de reunión cristiana, y en ocasiones de construcción de templos. Además, el pueblo se ha beneficiado de milagros por el contacto con las reliquias de los santos.
¿Cómo explicar un cambio tan radical en las costumbres tras una tradición de siglos?, porque desde la prohibición civil de la cremación del siglo octavo por Carlomagno tras la conversión de los sajones al cristianismo, no ha hecho falta tras la caída de su imperio a finales del siglo noveno, de volver a hacerlo, porque nadie lo quería. Ya en el siglo XIX movimientos contrarios a la enseñanza católica sobre la muerte y resurrección en Francia, Italia, Alemania, Inglaterra y Norteamérica se empezaron a promover la incineración, y a practicarla en la siguiente centuria.
La cremación favorece la idea de infravaloración del cuerpo humano una vez que se deteriora o muere, sin posibilidad de destino ultraterreno. Otra visión, desde luego más interesante es la que se desprende del enterramiento. No parece que la apuesta por la incineración sea un avance.
