Cuando, de pequeños, nuestros padres nos llevaban a algún parque o recinto de entretenimiento en nuestra Segovia, nos dejaban tiempo para buscar fósiles o una cosa tan dispar como son las collejas, pequeñas plantas que nacen en las tierras de labor pero gustosas de comer. Y cuando empezaba a caer la tarde y emprendíamos el regreso a casa, como poco a poco se iba perdiendo la luz, nos indicaban que mirásemos al cielo para contemplar las maravillas que ofrece el Universo. Repito las palabras de Ignacio de Loyola: “Qué fea me parece la Tierra cuando miro al Cielo”. Y no es que le pareciese peor, porque la Tierra tiene verdaderas maravillas en paisajes, monumentos, etc, pero es que mirar la bóveda celeste es algo diferentes, sobrecogedor.
No vamos a dedicarnos a explicarla, cosa nada fácil y menos para un profano en la materia, pero sí destacar que de ella se desprenden una serie de lecciones y observaciones, actividad donde encajan esas excursiones nocturnas que suelen realizarse en nuestra provincia para localizar varios lugares de ella -pueblos, montes…- bajo cielos más oscuros que lo habitual, con telescopios –mayores o pequeños- y prismáticos puedan observase muchos de los elementos del Universo: constelaciones, galaxias, estrellas, planetas, cometas…Es una actividad turística creciente que anima a muchas personas a unirse a ella.
Así los organismos oficiales locales y provinciales saben “sacarse de la manga” más novedades para ofrecer a los amantes del turismo, y sus novedades, cada día en plena alza.
No entremos ahora en explicaciones más concretas sobre el Universo, porque por mi parte sería una auténtica necedad, ya que tiene mucho que conocer y estudiar, y menos hablar de la teoría científica del Big Bang, por lo que es más razonable ajustarnos a todo aquello que nos sea más cercano y comprensible.
De ahí que lo más razonables es volver a nuestras cosas más próximas y recordar, por ejemplo, que a la vuelta de aquellas pequeñas excursiones y paseos familiares, generalmente los domingos a las que nos llevaban nuestros padres, siempre se encontraba alguna respuesta positiva a la hora del descanso. Y es que, una vez ya en el lecho, dispuestos a cerrar los ojos para dormir, mirando al techo de nuestra habitación imaginábamos que en él aparecían cientos y cientos de estrellas luminosas, porque precisamente habían quedado impresas en nuestra memoria y en nuestros propios ojos después de haberlas contemplado, desde muy lejos, mientras mirábamos al cielo que ya en esos momentos podía haber quedado oscuro y nos facilitaba así el recuerdo de la presencia del Carro Triunfante, de la Osa Mayor, de la Osa Menor…
Mientras Orfeo se iba adueñando poco a poco de nuestra mente camino de dormirmos, podíamos llegar a escuchar, desde cualquier punto del Universo reciente mente “observado”, esa canción tan sugerente y navideña como es “Stille Nacht”.
Es decir que lo mejor, de esta forma, es dejar dormir a los sueños, recordando de lejos las palabras de Segismundo en “La vida es sueño”.
