“El aire se serena y viste de hermosura y luz no usada…”. ¿Madrugaste para paladear la aurora? ¿Llegaron los del 112 con sus mascarillas de oxígeno? Los dedos acuden con precisión a las teclas, los pies por los pedales, las manos a los registros. Brotan al cielo de las bóvedas, vuelven desde las policromías de las vidrieras, planean por entre las rejas y los bancos, ora truenos, ora susurros, trompetas o flautas, las notas de los órganos barrocos liberados de la rigidez de la liturgia. No la paz, la armonía, definitivas. Pero se le parece tanto. O nos las imaginamos así.
Ah. Que tú eres de los de “ande yo caliente y ríase la gente”. (Góngora anticipándose a Freud en explicaciones.) Sin problema. Tenemos poetas para todos los gustos. Arrea que ya es tarde.
Te lo decía porque todavía queda un concierto, y no más por falta de presupuesto, regalo de la Asociación Correa de Arauxo, como los ya celebrados en los que Javier Santos, Manuel de Pablos, Ángel Botia, David Largo, Ángel Montero, la gran Monserrat Torrent, Carlos J. Fernández Bollo y el próximo, Roberto Fresco deleitan, por cero euros, a todo el que se acerque a la catedral para escuchar esas maravillas de órganos por esas sabias manos gobernadas.

Puedes seguir las melodías, desde su creación cuasi revolucionaria, de los Correa de Arauxo, Cabanilles, Cabezón, Bach… Puedes distraerte llevado por tus pensamientos ingobernables para los que el órgano te proporcionará la banda sonora. No sé si las columnas catedralicias, con su hierático hermetismo, echan de menos, como yo, ese rebufo de silencio detrás de cada tiento, de cada pieza. Con las solas manos apoyadas en el halda también puedes honrar la maravilla de una nueva reproducción en directo.
Pasas horas pasando por, contemplando, el acueducto, el alcázar, los atrios románicos, el horizonte segoviano que te ha tocado en suerte, que no te dan un ruido. Degustas el silencio de los pinos, almendros, almeces, castaños por El Pinarillo, La Alameda. Aquí los órganos barrocos de la catedral de Segovia, ya edificios admirables, te raglan su silencio y sus sonidos, su música. Siéntate y calla.
Tampoco estaría mal que advirtieras, ahora que está documentado, el lugar donde reposan los restos de Francisco Correa de Arauxo, cabe una de las pilas de agua bendita, cuanto más que le rindieras pleitesía.
“A este bien os llamo, / gloria del apolíneo sacro coro, / amigos a quien amo/ sobre todo tesoro; /que todo lo visible es triste lloro.” Por no haber alcanzado la gracia que no quiso darme el cielo de ser un Fray Luis de León no voy a dejar de desear menos que él. No cura enfermedades. O sí. Porque “Aquí la alma navega / por un mar de dulzura, y finalmente / en él ansí se anega / que ningún accidente / extraño y peregrino oye o siente.” Durante el rato que lo escuches te sentirás invadido por algo parecido a la felicidad. Con estas premisas ¿quién está dispuesto a perdérselo?
