Los cristianos españoles somos, desde hace siglos, de rito romano: celebramos la misa según el Misal Romano, seguimos el calendario romano, y nuestra espiritualidad está marcada profundamente por la mentalidad y el genio romanos en los que hemos crecido y en los que nos solemos mover.
Por eso, cabe preguntarse: entonces, ¿qué hace una misa mozárabe, de un tiempo casi perdido, en nuestro siglo XXI? Te lo explico brevemente: En la Iglesia, la historia, las distintas culturas, sociedades, idiomas, o la influencia de algunos santos, han ido dando origen a distintas formas de expresar una misma fe. Los celtas y los ambrosianos, los romanos y los galicanos, los mozárabes y los africanos, confesando la misma fe en Jesucristo, han reflejado en su culto y su vida cristiana las peculiaridades de cada tiempo y de cada lugar. Todas esas peculiaridades, características preciosas que ponen de manifiesto el genio de cada pueblo, han dado origen a los ritos. “Ritos”, con mayúscula, son las diferentes formas de creer y vivir lo mismo: la Verdad que nos salva. Es por eso que, como afirmó el Concilio Vaticano II, “la Iglesia concede igual derecho y honor a todos los ritos legítimamente reconocidos y quiere que en el futuro se conserven y fomenten” (Sacrosanctum Concilium, 4).
En España, a partir del siglo V comienzan a formarse, a componerse en lengua latina, una serie de textos propios para celebrar la misa. Tres ciudades (Tarragona, Sevilla y Toledo) asumen el protagonismo en la confección y recolección de estas oraciones. Nombres ilustres como Justo de Urgell, san Leandro de Sevilla, san Isidoro de Sevilla, Pedro de Lleida, Conancio de Palencia, san Eugenio II de Toledo, san Ildefonso de Toledo o san Julián de Toledo son sólo algunos de los Padres que realizaron un ingente trabajo al servicio de la Iglesia. Apoyados en una sólida formación cultural, estos grandes santos pusieron su genio espiritual, literario o musical al servicio de la fe y la catequesis, cristalizando en una celebración y en una forma de vivir la fe que formó un pueblo recio en sus dificultades, creativo en su liturgia y profundamente creyente en la vida. Su preocupación por el dogma trinitario, la acentuación del simbolismo bíblico y la Palabra de Dios, el amor a la Virgen y, a partir de la invasión musulmana, el orgullo por sus mártires, aportaron su acento propio a la fe ortodoxa recibida de los apóstoles y sus sucesores.
El Rito Visigótico, conservado por los mozárabes durante los siglos de la invasión y la Reconquista, forjó la identidad cristiana de España durante todo el primer milenio y, aunque a finales del siglo XI el Papa Gregorio VII decreta la uniformidad en el uso del rito romano, el rey Alfonso VI quiso que el rito se mantuviera en seis parroquias de la ciudad de Toledo. A finales del siglo XV, el cardenal Francisco Jiménez de Cisneros, viendo el precioso potencial de esta liturgia, decide implantar una reforma de la misma, con nuevos libros litúrgicos y una capilla permanente en la catedral de Toledo para su celebración: un nuevo impulso, mantenido y retomado por las comunidades mozárabes de Toledo y de pequeños focos de la península a lo largo de los siglos. Un sucesor de este cardenal, Marcelo González Martín, realiza su reforma actual a finales del siglo pasado, para facilitar la celebración de este rito, en Toledo y en otros lugares vinculados, generalmente por los santos venerados en el mismo.
Este rito es, por tanto, fruto de la historia de España y sigue siendo tan válido en nuestro tiempo, que incluso S. Juan Pablo II quiso celebrarlo en el año 1992, y el arzobispo emérito de Madrid, D. Antonio María Rouco Varela, firmó un decreto para que no dejara de celebrarse de modo estable en la diócesis de Madrid, aprobando en 2013 la Asociación hispano-mozárabe Gothia, para cuidar y promover la celebración y el rito mozárabe.
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Asociación Hispano-mozárabe Gothia.