Suenan lejanos los tiempos en los que los niños salíamos por las calles con las huchas de escayola, con rostros de niños asiáticos o africanos, diciendo “una limosna para el Domund”. Aunque esos tiempos hayan quedado casi olvidados, el día del Domund sigue siendo una jornada importante en la vida de la comunidad cristiana.
El Domingo Mundial de las Misiones se inició en 1926, promovido por el Papa Pío XI que en la Encíclica “Rerum Ecclesiae” (De las cosas de la Iglesia) urgió a que los católicos no nos olvidásemos del mandato de Jesús de anunciar el Evangelio en todos los lugares. La jornada promueve la comunión entre las Iglesias de los países desarrollados y las de los países en desarrollo. Pero no se limita a hacer una colecta para ayudar a los misioneros. Se trata también sensibilizar acerca de la misión “ad gentes”. Buena falta hace porque ya los niños no saben lo que es un misionero.
En la magnífica revista “Mundo Negro”, editada por los Misioneros Combonianos, y que, dicho sea de paso, es la mejor forma de conocer lo que pasa realmente en África, el editorial de este mes afirma: “A lo largo de los siglos, cientos de miles de misioneros y misioneras españoles fueron enviados por el mundo para anunciar el Evangelio con la seguridad de que no les faltaría ni la cercanía espiritual ni el apoyo material de sus iglesias de origen”. Y así ha sido. Estando yo en San Frutos, todos los años, con motivo de la fiesta, Jesús Torres, que descansa de tantas malarias y fatigas en los brazos de Dios, enviaba una carta para que la leyamos a toda la parroquia y en ella recalcaba que estaba allí en nombre de todos los que estábamos aquí haciendo parroquia.
Como Jesús Torres cientos de misioneros segovianos han experimentado esta asistencia. Según me comentó Isaac Benito, encargado del Secretariado de Misiones de la Diócesis durante bastantes años y él mismo misionero en Zimbawe de 1968 a 1990, cuando él se hizo cargo del secretariado en 1998 había 152 misioneros segovianos, la mayor parte monjas, pero también sacerdotes y religiosos. En la actualidad quedan 81, no sé si decir “todavía” o “solo”. El destino de estos misioneros ha sido mayoritariamente América Latina pero no ha faltado la presencia en África. Un ejemplo significativo es Alberto García, que ha tenido las dos experiencias porque de 1970 a 1974 estuvo en Mozambique y de 1989 a 1993 en República Dominicana.
La forma de la misión ha ido cambiando con los años. Quizás al principio estaba muy relacionada con el colonialismo y el proselitismo pero los propios misioneros se dieron cuenta de que el anuncio del Evangelio conllevaba un compromiso de presencia y de ejercicio de la caridad con los evangelizados de forma que los misioneros se convierten, como respuesta fiel a Jesús, en agentes de desarrollo y en educadores.
Recién llegado al pontificado, León XIV, siguiendo la estela dejada por Francisco, afirmó rotundamente que “el adoctrinamiento es inmoral”. No se trata por tanto de adoctrinar sino de abrir la mente y formar. No cabe duda de que durante muchos años, los misioneros fueron testigos y denunciaron las injustas diferencias que separan el Norte y el Sur y permanecían en su puesto cuando la guerra o las epidemias cercaban a la población. Recuerdo que hace unos años le preguntaba a Concepción Llorente, misionera y enfermera segoviana que estuvo en el Congo de 1959 a 2001, que qué le aportaba el cristianismo a la gente que vivía con su religiosidad ancestral. Y ella me respondió muy segura: “les quita el miedo”. Concepción escribió un hermoso libro, “Muchas gotas de agua pueden calmar la sed”, emocionante y sensible, en el que cuenta su experiencia y nos hace conscientes de que la tarea evangelizadora pasaba por querer a la gente y atenderla, fuera o no cristiana. Jesús María del Barrio, que llegó a Zimbawe en 1972 cuando todavía se llamaba Rodesia y que ha regresado a Segovia hace unos meses, dice que lo que más le impresiona de la gente es que siendo muy pobre, son generosos y valoran por encima de todo el compartir. Su hermano, Tomás del Barrio, fallecido el año pasado, estuvo también en Zimbawe de 1957 a 2007 y seguramente influyó en que él adoptara ese país como suyo. Todos ellos se enamoraron de la gente a la que acompañaron, como decía el recordado y querido Juan Bayona, que dejó la salud en Cuba.
Tanto Isaac como Jesús María dicen que ese quitar el miedo del que habla Concepción es el último reducto del corazón de los africanos pero que su forma de ser es de naturaleza espiritual. Ahora mismo, África es el continente con más católicos pero la misión “ad gentes” está adquiriendo fuerza en Asia, donde la Iglesia percibe, a decir de Isaac, que está el futuro del cristianismo.
