Pronto se cumplirán tres meses de la pérdida del Sacerdote misionero Jesús Torres Bravo, y hoy, al comienzo de las fiestas del Cristo, en El Espinar, aprovecho precisamente cuando el drama y la congoja han dejado un dolor de aceptación de algo que no llegaba a asumir nuestro cerebro, y ha dado paso al recuerdo entrañable de un hombre coherente y bueno que hizo un gran trabajo en su vida, y el único modo de hacer un gran trabajo, es según Steve Jobs “amar lo que haces”, y así era Jesús Torres al que conocí de párroco en la Estación del Espinar, y más tarde por mi profesión, nos encontrábamos cada vez que venía al hospital con Malaria, infección que contrajo 50 veces a lo largo de los 27 años de misión en Mozambique, “casi dos por año” me decía. . Eso afianzó nuestra amistad, Jesús amaba lo que hacía, y cumplía a rajatabla lo que Cervantes ponía en boca de Don Quijote al morir “nada ni nadie debe hacerte cambiar tus valores y tus ideales”, y eso nos enseñó con el ejemplo y su arrolladora energía, siempre adelante, creando un seminario en Beira, o acortando el esfuerzo de caminos tan largos que debían recorrer las madres con sus hijos para recibir asistencia sanitaria.
Y llega el día que yo denomino “El último viaje” con una energía especial que merece la pena hacerla nuestra. Al partir, cuerpo y espíritu de Jesús Torres, al volver tan solo el cuerpo. Eso sí, ese viaje no lo hace solo, sino con una persona llamada Javier Román piloto en Qatar, alumno cuando niño del “cura Jesús” en el Espinar, y que más tarde, de mayor, le ayuda coordinando sus viajes a Mozambique, le lleva y le trae, pero esta vez hay un matiz distinto porque el misionero va a disfrutar de unas vacaciones, a cumplir sus 80 años biológicos en África, a celebrar sus 51 de sacerdote, y a estrenar la ONG Kupfunana para seguir trabajando por los más necesitados. Llama la atención que cuando Javier va a recogerle a Pinillos, su pueblo, el cura Jesús le pide que pase antes por La Estación, por San Rafael y por El Espinar como si fuera una despedida o premonición tal vez, ya que nunca lo había hecho. Este último viaje conlleva una carga emocional tan grande que merece un agradecimiento total a la persona del piloto.

Llegada a Beira, misa con ritmos de allí, Jesús Torres feliz, hay que aprovechar el tiempo y a la semana toma otro avión para Maputo, pero en el trayecto se siente mal y tienen que ingresarle. El resto, muy triste, ya lo conocemos.
Empieza una lucha contra reloj para obtener permisos que le permitan acelerar la vuelta de su cuerpo a España, complicada por tanto papeleo, pero existe la energía de nuestro amigo Jesús, que se potencia entre los que le rodean para seguir adelante, y así, en la larga espera, último amanecer en África, Javier capta sonidos imaginarios, quizá el estrés, que reproducen la voz del misionero canturreando feliz al despertar.
En el espacio del silencio, en ese espacio entre la soledad y el miedo, nuestro amigo ha llegado al encuentro con Dios, y allí estará mostrando cuántas veces multiplicó los denarios recibidos.
Y curiosidades o casualidades, el comandante piloto en vuelo, es ahora quien presta la mano a su profesor para dar un paseo por el cielo, y le monta en el avión, el último, como a él le gustaba.
¡Cuánta ilusión y qué poco tiempo para disfrutarla!
Pero la vida es así, Jesús jugó a la ruleta de los días, porque la suerte le esperaba, y esto nos recuerda el verso del poeta palentino Fernández Nieto: “hagan juego señores, prueben suerte, y si nada les toca en adelante, jueguen a la ruleta de la muerte, por si les toca Dios, que ya es bastante!!!