La provincia de Segovia tiene 209 municipios y 17 entidades locales menores. ¿cuántos conocemos los segovianos? En mi caso, para paliar mi imperdonable déficit sobre el particular, me lancé el miércoles 17 de septiembre a una pequeña ruta en moto con el fin de, no ya conocer, que es palabra mayor, pero al menos andar por sus calles, saber el enclave, su paisaje, su orografía, su vegetación… en fin, llegar a ellos un poco en plan esponja.
Con la idea de dedicar una mayor atención a Fuentidueña, Sacramenia, Castrojimeno y Caballar, tracé una ruta que atravesara la mayor cantidad de pueblos posible, y opté por las carreteras más lentas, porque se trataba de un viaje sin prisa, casi al ritmo de una bici, aprovechando las ventajas del clima de ese día y del medio de transporte, que para mí es como una atalaya privilegiada.
Lo primero que llama la atención es la atmósfera que te envuelve. Al poco de sobrepasar Torrecaballeros ya te encuentras con un olor que te acompañará en más de un sesenta por ciento del recorrido: es el que proviene de los purines de las granjas de cerdos, en las que la provincia de Segovia es tal vez la más prolífica. En la moto no tienes defensa frente a estas fragancias. En este tiempo, además, los tractores surcan los campos con sus cisternas repletas de tan apreciado elemento, para asperjar las tierras de labor.
Segovia tiene un gran problema que debería de afrontar cuanto antes, y no es el de los olores, sino el de que estas macrogranjas, unas 105, extraen grandes cantidades de un agua que no les pertenece y por las que no pagan nada y las devuelven en forma de purines con todos los contenidos químicos de los piensos de engorde. La Naturaleza no se queda con nada y nos devuelve esas ponzoñas a su manera. En este caso, añadido al de los abonos químicos, con un resultado dramático: más de la mitad de los pueblos de la provincia no pueden utilizar sanitariamente sus aguas subálveas, las de sus veneros y manantiales porque están contaminados sobre todo por nitratos.

Además, y como mal añadido, se trata de una industria que no crea puestos de trabajo, detrae recursos naturales escasos, como el agua, y todo ello con ínfimo retorno económico en la sociedad.
De otra parte, la atmósfera que envuelve humedades y florestas de las vegas de ríos y arroyos, con sus efluvios de frescura y vegetación, vienen compensar, en parte porque duran poco, aquellos irritantes de las mesetas.
Otro elemento común a muchos de los pueblos es la moda de poner el nombre del pueblo en letras grandes, de chapa oxidada en lugar visible. Ya son menos los que no lo tienen. Está bien que el nombre se ofrezca de este modo tan a la vista, tan suave y contundente al tiempo, en más lugares que las señales de tráfico.

La mayoría de pueblos vistos han terminado sus fiestas y aún quedan los cordones de banderines que ondean sin enterarse del fin de su cometido. Todos los alborotos, todas las gentes han desaparecido, hasta el punto de que apenas te encuentras con algún vecino. Y los jóvenes son la excepción. En concreto, en Fuentidueña, sólo con vehículos, en Sacramenia, con tres pensionistas en animada tertulia a la sombra de la iglesia; con uno en Castrojimeno, Valtiendas, Sebúlcor y Caballar. Con nadie en Pecharromán, La Cuesta y Sotosalbos.
Y de todo lo que he observado, lo que más me admira es algo en lo que siempre me fijo allí donde vaya, y que consiste en ver la protección con la que cuentan los huertos y frutales de los vecinos. En este caso, descartando las poblaciones de mayor población como Cantalejo y Turégano, los huertos de estos pueblos no tienen ninguna protección y permanecen visibles y abiertos. Hay zonas, como la mía, en que aún protegidos con vallas, alambradas, cierres, perros y otros elementos disuasorios, son víctimas de asaltos y depredación.
Esta faceta de desprotección es algo que también he visto en otros pueblos de Maragatería, por ejemplo, o de Zamora y siempre dan que pensar. Si permanecen abiertos por confianza en el respeto de los convecinos, sería el signo de una cota máxima de civismo. La confianza es el mejor indicador de progreso, ciudadanía y educación. Si tienes que vivir con un arma en el bolsillo porque desconfías de tus convecinos, es que no has salido aún de la cueva, por mucho aifon que manejes. Prefiero pensar que en estos casos estos bienes que tanto trabajo cuestan, se libran del vandalismo por respeto y no por falta de delincuentes.

Otro elemento común a todas las localidades que he visitado en este viaje son las mejoras notables de sus caseríos y de su urbanismo. Hasta los menos poblados cuentan con un núcleo central bien pavimentado, con fuentes, bancos y con la mayoría de sus casas y edificios actualizados, en la mayoría de casos con buen gusto, en el sentido de preservar una armonía constructiva acorde con la tradición y la geografía. Desconozco si es por propia iniciativa de los interesados o también por las normas de cada Ayuntamiento.
En mi zona rige la norma de que cada uno con lo suyo hace lo que le dé la gana, con el consentimiento del Ayuntamiento, claro está.
Y esta parte tan positiva de un urbanismo armónico y acogedor nos lleva sin embargo una consideración profunda y dolorosa. Cómo puede ser que ahora que los pueblos cuentan con nuevos servicios que funcionan, como los de abastecimiento y saneamiento, y también con una larga lista de alicientes, su despoblación vaya a más. Pero ésta es ya otra conversación.
