“Para mí esto está lleno”; y así era. El salón parroquial estaba lleno de público ansioso por escuchar las vivencias de Natividad, misionera en Haití. Vecinos de la localidad, pero también de otras cercanas, como Hontalbilla y Turégano se acercaron hasta Cuéllar para asistir a este acto.
Natividad es enfermera y aseguró que sintió la llamada tras el terremoto de Haití. Acudió a esta charla acompañada de otro voluntario que también ha estado dos años en el lugar, comprobando las necesidades tan grandes que existen. La religiosa, de vida activa, recalcó en todo momento el sentimiento de agradecimiento que en ella evoca esta experiencia. Afirma que le hace crecer “de dentro a fuera”. Su viaje siempre es de ida y vuelta, porque cada año pasa un mes en esta tierra, lo que hace que lo que le sucede en su viaje “no sea un recuerdo, sino algo que vive”. Su testimonio fue desgarrador, así se hizo notar entre los asistentes, que a pesar de ser conocedores de la pobreza de sus habitantes y las condiciones, se mostraron sorprendidos ante la crudeza de sus palabras. “A veces cuesta escucharlo, pero lo que yo oigo es el grito de auxilio de los más pobres”, manifestó. Explicó que allí, además de sentirse privilegiados, lo son, debido a su color de piel, que dice sin palabras a los autóctonos que viven en abundancia.
“Es muy duro que se te mueran niños de hambre en brazos”, comentó tremendamente emocionada. Se apreciaba que le costaba recordar momentos como ese, que asegura, le han “cambiado el interior”. No hay agua potable, los niños caminan para conseguirla y almacenan la no potable. Comentó cómo, en ocasiones, los niños se pegaban por un vaso de agua o algo de comida, “porque tienen hambre y sed”. Pero las imágenes y su testimonio no fueron solo de la parte más negativa, palpable, sino que quisieron invitar a la reflexión y mostaron también la alegría y el gozo de los haitianos. “¿De qué nos quejamos? Ellos son tan felices y nosotros nos quejamos”, contó. Asegura que estar allí es comprobar que a pesar de sus limitaciones “tienen una vida digna y llena de gozo, aunque extiendan la mano para pedir”. Varias piezas audiovisuales con fotografías de la religiosa y el grupo de jóvenes que la acompañó en su último viaje pusieron imagen a sus palabras. Afirmó que a los jóvenes los ha “llenado de agradecimiento”. Entre ese grupo de jóvenes se encontraba una de Chatún, como apuntó la religiosa. Sin embargo, viajar a Haití y comprobar en primera persona cómo es la pobreza no es nada fácil. “Hay que tener la mirada limpia para mirarlos a ellos, hay que dejar fuera la comodidad”; no obstante, existe algo que, como manifestó Natividad, empuja a dejar a un lado esa comodidad y trabajar para su gente.
Las instantáneas de los campamentos y las familias completas que disfrutaron de las actividades realizadas dan buena muestra de la labor que cumplen. Simples manualidades o juegos los hacen olvidarse de sus necesidades más básicas, que por otro lado, también intentan cubrir, aunque solo sea el tiempo que están en Haití. “Cuando nosotros llegamos, es una fiesta”, manifestó Natividad. Además, asegura que cuando vuelven, lo hacen mucho más llenos de lo que se fueron, con una experiencia y un modo de vivir de agradecimiento que los cambia de por vida.
Tras la charla de la religiosa, quien se sorprendió gratamente del numeroso grupo que trabaja por Manos Unidas en Cuéllar, tuvo lugar la tradicional cena del hambre. Los asistentes pudieron degustar sopas de ajo a cambio de un donativo, pero lo verdaderamente importante de la cena en comunidad fue su significado; la reflexión sobre la abundancia en la que vivimos en el primer mundo y las necesidades de otros lugares conectó esta segunda actividad con la charla de Natividad. Inmersos ya en la campaña de Manos Unidas, el grupo no cesa en su trabajo para organizar los platos fuertes: el festival y el rastrillo solidario. Los cuellaranos continúan mostrando su empatía con los necesitados con toda clase de acciones.
