Me dicen que Carlos Herranz –segoviano de pro- ha fallecido. Y he sentido, al conocer la noticia, como una especie de revolcón en mi alma del que, seguramente, tardaré en recuperarme. No se cómo ha fallecido mi amigo Carlos Herranz. Pero casi estoy seguro que lo habrá hecho con su eterna y contagiosa sonrisa. Y seguro que se ha llevado a la otra galaxia sus ausencias y su coquetería masculina que revelaba en su vestir impoluto, era así de elegante.
No es momento de insistir tampoco -por ser conocidos- en los méritos que durante una vida entera le adornaron por el merecimiento de su esfuerzo y por su cariño a la tierra segoviana –a la que tanto amó- Ya han sido reseñados y ni tampoco a él, conociendo su humildad, le gustaría que se resaltaran más que lo justo.
Pero en lo que sí quiero incidir es en destacar y valorar la amistad que me brindó y la fe que tenía en mi proyecto de vida en la esfera de un periodismo en el que yo me iniciaba en el entrañable Adelantado de Segovia de entonces; primero, siendo director su tío D.Luis Cano y, luego, siendo Carlos el alma de aquel medio sobre el que tanto compartimos y desde el que tanto defendió a su Segovia y tanta prosperidad y desarrollo propició. Ni una cosa ni la otra fueron banales para una persona de tan fuerte impulso como el suyo. Todo estaba cimentado en la fe con que lo hacía.
Por eso, al margen de otras facetas que ocuparon sus vivencias, su esfuerzo y su generosidad por la prosperidad de una tierra que él entendía de mayor pujanza, yo le recordaré siempre en el alma de su diario “El Adelantado de Segovia” (en el que me inicié y sigo sintiendo lealmente sus galeradas desde hace más de 60 años) que sus hijas Lucía y Teresa se encargarán de mantenerle vivo, como viva será allí la presencia eterna de Carlos Herranz, su padre.
Descansa en paz, Carlos. Y gracias por haberte conocido.
