A modo de obituario cariñoso y agradecido, nos gustaría traer aquí el recuerdo de un Carlos Herranz que tuvimos ocasión de conocer cuando -allá por los inicios de los 70- estábamos los dos empezando a ubicar los nidos de águila imperial y buitre negro de la sierra segoviana y apenas iniciando las primeras campañas en favor de la protección de las aves rapaces. Unos tiempos en los que el pensamiento ecologista en España estaba en pañales y la conciencia pública al respecto era prácticamente nula.
En aquellas circunstancias, nos acercamos al Palacio de La Granja a fin de hablar con el ingeniero jefe de los Montes de Valsaín, un jovencísimo Carlos Herranz que nos recibió con afabilidad y nos escuchó ¡a dos pipiolos de pelos largos! con enorme atención.
Le pedimos que preservara los grandes pinos en los que se encontraban los nidos -escasos nidos- de águila imperial y buitre negro, así como que respetara en general los ejemplares de pino de gran tamaño, esenciales para todas las grandes aves y, muy especialmente, águilas y buitres. No sólo comprendió rápidamente la importancia de lo que estábamos tratando, sino que se comprometió a atender todas y cada una de nuestras solicitudes. Y lo cumplió, escrupulosamente. Nos habló además de su devoción por los ejemplares insignes, por raros o por grandes, de pino silvestre. De hecho, él por su cuenta, ya antes de nuestra aparición, tenía dadas instrucciones a su personal de no cortar esos ejemplares singulares ¡dentro de un pinar dedicado a la explotación de madera! política que luego, ya sin Carlos Herranz, no se continuó. Nos contó también lo mucho que le había costado salvar un guindo que quedaba dentro del trazado de la carretera de las Siete Revueltas (“Cada año, cuando le veo florecido, siento que florece para mí”, nos dijo).

A partir de ese momento, siempre nos permitió -y nos facilitó- el seguimiento y control de la reproducción de las parejas de águila imperial ibérica y buitre negro de los Montes de Valsaín, límite -en aquel momento- de la distribución septentrional de estas especies en España, y uno de los pocos espacios donde aún se podían avistar ejemplares.
Lo cierto es que muy poco antes ya nos había autorizado -como ingeniero jefe- a realizar el primer estudio que se hizo del medio físico de Riofrío, gracias al cual la guardería de ese recinto empezó a tomar conciencia del valor medioambiental que tenía e hizo suyos los ideales de conservación de su biodiversidad. Recinto que tenía, por cierto, unos olmos majestuosos, enormes, preciosos, en los que también anidaban rapaces, como el milano real.
Por entonces, nos dimos cuenta de que el buitre negro se agotaba de tal modo en la construcción de sus nidos que, en el año que lo construía, no tenía ya energías para la cría. Le propusimos a Carlos una intervención completamente pionera: construir nidos con materiales naturales y asegurarlos a los pinos. Nos autorizó. Puso los pinos a disposición, en vez de negarse alegando el estorbo que la existencia de los nidos suponía para la explotación maderera, pues no sólo había que proteger el árbol donde se ponía el nido, sino todos los del entorno. No nos lo podíamos casi creer. La intervención fue un éxito rotundo que contribuyó decisivamente a la recuperación poblacional del buitre negro, y a poner en valor estas especies emblemáticas.
En julio de 1983, con una cumbre hispano-francesa en el Palacio de La Granja, nos cayó entre las manos un pollo de águila imperial que habíamos rescatado de un espolio (¡y que había acabado en el Zoo de Madrid!). No había más remedio que reintroducirlo en el Monte de Valsaín. Fuimos con Benigno Varillas a solicitar permiso a Carlos Herranz, que tenía todo aquello lleno de guardias civiles y otras fuerzas de seguridad, debido a la cumbre. Pero Carlos no sólo nos dio el permiso, sino que nos puso un guarda de acompañamiento, para lo que hiciera falta en el monte (donde -por cierto- nos pilló una tormenta y las pasamos canutas). Las dos semanas siguientes estuvimos yendo a proveer alimentación extra para el nido. Todo fueron facilidades.
Carlos Herranz fue un caso único en aquellos años, y aún muchos años después, ya con una conciencia ecologista extendida por nuestro país, su ejemplo destaca entre la mayoría de los responsables de la gestión medioambiental y de la administración en general.