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Katy Gómez, el presente de la trashumancia

Katy Gómez, es veterinaria, fotógrafa y, sobre todo, es una ferviente guardiana de la trashumancia. En vísperas de la exposición en Naturcyl 2025, Katy descubre la magia del ‘ir y venir’ del ganado. Un latido milenario que da forma a paisajes, custodia la biodiversidad y entreteje cultura. Su mirada, ilumina un patrimonio vivo que resuena como una propuesta de futuro para nuestra relación con la tierra

por María Tellería
18 de septiembre de 2025
en Castilla y León
FOTO: Katy Gómez

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Screenshot 20190303 225226 Adobe Acrobat—Tú defines la trashumancia como un “ir y venir”, pero ¿qué es exactamente la trashumancia?
—La trashumancia es un viaje de ida y vuelta que sigue el ritmo de las estaciones, una forma de producción ganadera que consiste en desplazar el ganado entre pastos de invierno y de verano en busca de la primavera eterna. Es una forma de habitar el mundo sin agotarlo, buscando siempre el equilibrio entre lo que el territorio ofrece y lo que los animales necesitan.
Ese “ir y venir” no se reduce a un desplazamiento físico: en cada movimiento estacional se entrelazan siglos de cultura, un profundo conocimiento del territorio y una alianza que une a personas y animales con el clima, el suelo, la memoria y la biodiversidad.

—¿Cuál es el ciclo de la trashumancia?
—El ciclo de la trashumancia está profundamente arraigado al calendario biológico de la tierra y al comportamiento natural de los pastos. La trashumancia escucha a las estaciones y se mueve con ellas.
A finales de otoño, cuando el frio y la nieve cubren los pastos de las montañas, es el momento de bajar a los rebaños a través de las vías pecuarias, a los valles, las dehesas o las campiñas donde las temperaturas son más suaves. Aquí pasaran el invierno aprovechando los verdes pastizales y una temperatura más benigna. Cuando la primavera avanza, cuando el calor reseca las tierras bajas y el pasto escasea, el ganado vuelve a transitar por las vías pecuarias para regresar de nuevo a las montañas, donde pasaran el estío al abrigo del calor y con nuevos pastos frescos disponibles. Este ciclo milenario garantiza que la tierra no se agote y que los animales encuentren pasto y agua.
En España, este sistema se organiza a través de una extensa red de vías pecuarias, cañadas reales, cordeles, veredas, que suman más de 125.000 km, en lo que constituye uno de los mayores corredores ecológicos de Europa.

—¿Cuál es el recorrido de la trashumancia en Castilla y León?
—Castilla y León es un territorio clave en la historia de la trashumancia peninsular. Su vasta extensión, su diversidad de ecosistemas y su situación central la convierten en una gran encrucijada de caminos ganaderos, un verdadero atlas de rutas pecuarias que han vertebrado el paisaje y la cultura durante siglos.
Desde los tiempos de la Mesta, Castilla y León ha sido tierra de paso y de permanencia. Rebaños procedentes del norte, de León, de Palencia, de Zamora, de Burgos o de Soria descendían hacia las dehesas de Extremadura, de Castilla-La Mancha o de Andalucía. Lo hacían siguiendo las grandes cañadas reales: la Leonesa Occidental y la Leonesa Oriental son dos de las más emblemáticas, pero hay decenas de cordeles y veredas menores que conectan pueblos, valles y montañas.
Esos recorridos trashumantes no solo transportaban ganado, también transportaban saberes, herramientas, costumbres, relaciones comerciales e incluso toponimia.

FOTO: Katy Gómez
FOTO: Katy Gómez

—¿Qué importancia económica tiene la trashumancia?
—La trashumancia, pese a su imagen ligada a lo tradicional y a menudo marginal, es una actividad económica que genera valor real, aunque muchas veces no se mida adecuadamente en las estadísticas. Su aportación va mucho más allá de los productos que genera como carne, leche, lana o cuero. Lo más valioso que produce es el paisaje, la biodiversidad, la fertilidad de los suelos y la cohesión territorial.
El ganado trashumante no depende de piensos ni de forrajes cultivados, sino que recoge el excedente vegetal de los ecosistemas naturales como son los pastos, los barbechos y los rastrojos, y los convierte en alimentos de alta calidad sin agotar la tierra. Esto implica un menor coste ambiental y una menor huella de carbono frente a otro tipo de producciones.
Además, al desplazarse a pie y rotar los pastos, los ganaderos trashumantes reducen la presión sobre los ecosistemas, permitiendo la regeneración del suelo. También, al dispersar las semillas se abona de forma natural y se previenen los incendios forestales. Estos servicios ecosistémicos tienen un valor económico incalculable, aunque aún está poco reconocido en los mercados.
Por otra parte, la trashumancia contribuye a mantener el tejido económico en zonas rurales lo que evita la despoblación y el abandono de los paisajes culturales que forman parte de nuestro patrimonio común.

—¿Qué le aporta la trashumancia a Naturcyl y qué aporta Naturcyl a la trashumancia?
—La trashumancia aporta a Naturcyl un relato real de sostenibilidad, un ejemplo tangible de equilibrio entre producción, biodiversidad y saber tradicional.
Y al mismo tiempo, Naturcyl es para la trashumancia una ventana, un altavoz, una plataforma para contar su historia. Le ofrece un espacio de visibilidad y reconocimiento, donde puede acercarse a públicos nuevos que quizás nunca han caminado en una cañada pero que sí intuyen que necesitamos modelos distintos de relación con la tierra.
Lo que más necesita hoy la trashumancia es no ser tratada como un vestigio del pasado, sino como una propuesta vigente y valiosa de futuro. Esto requiere el apoyo, el reconocimiento y políticas que la protejan como patrimonio cultural, económico y ambiental.

—En 2023 la UNESCO incluyó la trashumancia en la lista de Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. ¿Qué ha aportado a la trashumancia este reconocimiento?
—El reconocimiento de la UNESCO ha sido, sin duda, un hito histórico para la trashumancia ya que le otorga visibilidad internacional y reconoce su doble dimensión: como bien cultural y como modelo ecológico de uso del territorio.
Este reconocimiento permite que los ganaderos trashumantes se sientan orgullosos de su oficio y que las administraciones comprendan la necesidad de proteger las vías pecuarias. Ayuda a que los jóvenes descubran en la trashumancia una opción de vida digna y con viabilidad económica.
Pero también supone una responsabilidad. Ser patrimonio de la humanidad implica cuidar, conservar y revitalizar. No basta con celebrarlo: hay que integrarlo en las políticas públicas, en la educación y en la gestión ambiental. Hay que devolverle espacio en el territorio y tiempo en las agendas.

FOTO: Katy Gómez
FOTO: Katy Gómez

—¿Cuál es y cuál ha sido históricamente la relación entre agricultores y ganaderos, y como se ha plasmado esta relación en la trashumancia?
—A lo largo de la historia, la relación entre agricultores y ganaderos ha sido tan antigua como compleja. En muchos momentos ha estado marcada por la interdependencia funcional y en otros por las tensiones en el uso del suelo.
Durante siglos, el paso de los rebaños trashumantes implicaba un equilibrio tácito: los animales se alimentaban de los rastrojos después de la cosecha, fertilizaban las tierras y limpiaban las lindes. A cambio, los agricultores recibían estiércol, protección contra incendios y una biodiversidad que beneficiaba sus cultivos. Sin embargo, este equilibrio también fue escenario de disputas, especialmente cuando el poder de la Mesta chocaba con los intereses de los agricultores.
Las vías pecuarias, que han estado consideradas como bienes de dominio público y servidumbre de paso para el ganado, han sido históricamente objeto de disputas. En contextos donde el crecimiento de la superficie cultivada interfiere con el tránsito trashumante han dado lugar a fricciones entre los usos ganaderos y agrícolas del territorio.

—¿Son las actuales asociaciones de ganaderos una herencia de la Mesta?
—La Mesta fue una de las instituciones más singulares y poderosas de la historia de España. Fundada en el siglo XIII, agrupaba a los ganaderos trashumantes bajo un sistema legal y organizativo que defendía sus derechos, regulaba los caminos ganaderos y garantizaba el acceso a pastos. Durante siglos, la Mesta ordenó el tránsito trashumante y articuló una economía pastoril que fue clave en la riqueza del Reino de Castilla.
Aunque aquella institución fue abolida, su espíritu organizativo y su visión colectiva sobreviven, en parte, en las actuales asociaciones de ganaderos. Hoy, las asociaciones no cuentan con los privilegios jurídicos ni con la influencia política que tuvo la Mesta, pero sí comparten un objetivo común: proteger un modo de vida frente al abandono, la incomprensión y la burocracia.

—¿Existe una gastronomía asociada a la trashumancia?
—La trashumancia generó una cocina de paso, de ingredientes humildes, pero de gran sabor. Se preparan calderetas, sopas de ajo, guisos con carne de cordero, migas… Es una cocina austera, pero rica en nutrientes y en identidad.
En los lugares de origen y destino de los rebaños se desarrollaron tradiciones culinarias ligadas al calendario ganadero: matanza, esquileo, elaboración de quesos y embutidos. Productos con sabor autentico, nacidos de la necesidad y transformados en patrimonio gastronómico.

FOTO: Katy Gómez
FOTO: Katy Gómez

—¿Saben los jóvenes lo que es la trashumancia? ¿Les interesa?
—Muchos no lo saben, pero cuando se les muestra, les fascina. Porque en el fondo, la trashumancia toca muchas de las inquietudes de las nuevas generaciones: el cambio climático, la pérdida de biodiversidad, la crisis del modelo alimentario, la búsqueda de conexión con la naturaleza, el deseo de vivir de otra manera.
Cuando los jóvenes descubren que existe un modelo de ganadería que no compite con los cultivos, que no contamina el suelo ni encierra a los animales, que aprovecha lo que otros descartan, que camina al ritmo de las estaciones, lo reconocen como algo valioso. Y no solo por lo que representa ecológicamente, sino porque encarna un estilo de vida con sentido y con propósito.

—La trashumancia tiene muchas palabras que se han perdido o que se están perdiendo. Tú has sabido actualizar estos vocablos y dices que la trashumancia es “resiliencia”. ¿En qué consistiría esta resiliencia?
—La trashumancia es, en esencia, un ejercicio de resistencia. No en el sentido moderno de adaptarse simplemente a los cambios, sino en un sentido más profundo: de resistir sin endurecerse, de transformarse.
Durante siglos, los trashumantes han sabido enfrentar sequias, nevadas, enfermedades, guerras, leyes cambiantes, caminos cortados, políticas ajenas a su realidad, burocracia… En un mundo que confunde progreso con velocidad, la resiliencia trashumante es una lección de coraje y de permanencia.

—¿Hay poesía en la trashumancia?
—Toda. Hay poesía en las palabras, pero también en los silencios. En los amaneceres lentos de la sierra, en el fuego encendido junto al aprisco, en el gesto del pastor, en la luz del atardecer que se infiltra entre el polvo y el calor al paso del ganado.
Los poetas lo han intuido desde siempre. Antonio Machado trazó con palabras el paisaje de las cañadas que cruzan Castilla. Miguel Hernández, hijo de pastor, elevó el lenguaje trashumante a la categoría de arte. Luis Chamizo, Gabriel y Galán, Claudio Rodríguez… todos supieron que en el caminar de los rebaños hay un ritmo que da voz al verso.

—¿Te consideras más pastora o divulgadora?
—Yo solo soy una veterinaria y fotógrafa que cuenta historias de trashumancia. El propósito de mis fotografías es contribuir a aportar luz a una historia con causa, utilizo la fotografía como medio para explorar y difundir la extraordinaria labor medioambiental, social, cultural y económica que realizan los ganaderos trashumantes.
Mi faceta profesional como veterinaria me permite identificar los aspectos claves que pueden tratarse fotográficamente. Se trata de crear un relato visual que se convierta en un tributo personal para honrar y respetar a los animales y a los ganaderos que practican una ganadería regenerativa ligada a la tierra.

FOTO: Katy Gómez
FOTO: Katy Gómez

—¿Qué labor medioambiental realizan los ganaderos trashumantes?
—Los ganaderos trashumantes son, sin duda, guardianes del territorio y agentes ecológicos de primer orden. La trashumancia es el sistema de producción de alimentos más ecosostenible e inteligente desde el punto de vista medioambiental.
El paso de los animales oxigena el suelo, favorece la germinación de semillas y así dispersa la biodiversidad vegetal. El estiércol fertiliza naturalmente sin necesidad de químicos. El pastoreo extensivo reduce la biomasa seca, lo que disminuye considerablemente el riesgo de incendios forestales. También frena la expansión de especies invasoras y mantiene abiertos los hábitats seminaturales.
Además, al mantener viva la red de vías pecuarias están conservando uno de los mayores corredores ecológicos de Europa. Espacios que conectan hábitats y permiten el intercambio genético de especies lo que contribuye a mantener la biodiversidad. Y todo esto, sin el uso de combustibles fósiles, ni fertilizantes químicos.
Reconocer su papel medioambiental es estratégico, porque donde pisa el ganado trashumante, florece la tierra.

—¿Está la trashumancia en vías de extinción? ¿Tiene futuro?
—La trashumancia está en riesgo, sí. Pero no está acabada. Y, sobre todo, no ha perdido su sentido. Los pastores trashumantes son hoy minoría, pero no han desaparecido, siguen caminando. Y cada vez más personas comprenden que ese caminar más que un oficio, es una solución.
Está en peligro por muchas razones: la fragmentación del territorio, el abandono institucional, la falta de relevo generacional, la invisibilidad social, la rigidez normativa, la burocracia excesiva… y también por la ausencia de una figura de calidad que reconozca y proteja el valor ecológico, cultural y ético de sus productos. En este sentido, cada compra que hacemos es un acto de poder y el consumidor es una pieza clave para que esta forma de vida perdure.
¿Tiene futuro? Solo si lo construimos. Y para eso hace falta que la trashumancia entre en las escuelas, en las agendas políticas, en los circuitos de consumo y en los medios de comunicación. El futuro tiene raíces y conocerlas nos permitirá que el corazón verde de la trashumancia siga latiendo con fuerza.

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