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Cuando la vocación salva vidas en peligro

Cuatro de los cinco bomberos municipales segovianos voluntarios del segundo retén enviado a los incendios de León narran el infierno que se encontraron, su misión allí y sus sensaciones sobre un trabajo tan duro como agradecido y necesario

por Marco A. Rodríguez
15 de septiembre de 2025
en Segovia
Los bomberos segovianos del segundo retén enviado a León. Héctor Criado

Los bomberos segovianos del segundo retén enviado a León. Héctor Criado

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El 11-S marcó la vida de Daniel Jiménez, hasta tal punto que su destino dependió de aquello que, al igual que medio planeta, vieron sus ojos por televisión. Fijó en su retina, según cuenta, contemplar a la gente huyendo despavorida mientras un grupo de valientes entraba en dos torres convertidas en bombas. Poco después hizo una visita al antiguo parque segoviano y ahí supo que quería ser bombero. Al cabo Alberto del Barrio, el jefe de la expedición, el gusanillo le llegó tras una visita a su colegio de la que, como dice, conserva en su taquilla el carnet. A Javier Poza el ‘virus’ se lo inoculó la vecindad con el vetusto parque de bomberos, porque en vez de molestarle el ruido de las sirenas, le atrajo. “Me quedaba atontado y casi me tenían que quitar de las puertas”, echa la vista atrás. Y el caso de Adrián Tabanera es más que curioso. Estudió Derecho y hasta ejerció como asesor jurídico, pero confiesa que ese trabajo no le llenaba. “No quería ayudar a los malos. Quise buscar otro empleo con un impacto positivo. Ahora no quiero otra cosa. Lo último sería meterme en un despacho”.

Comandados por Alberto y con Rubén de la Cruz como quinto hombre, componen el segundo retén de bomberos voluntarios enviado desde el Ayuntamiento de Segovia a los incendios de León, concretamente a Ponferrada. En el primero de esos retenes fueron seis miembros y en este último, además de los medios humanos, viajaron con un vehículo liguero 4×4, otro forestal pesado pero muy útil para terrenos complicados, según recalcan, y un vehículo nodriza con capacidad para 13.000 litros de agua y su propia bomba.

La pregunta que abre la charla de este diario con ellos es obligada: ¿Qué fue lo primero que se encontraron cuando llegaron a su destino? En la respuesta matizan que lo vieron incluso antes de alcanzar la meta. “Según llegábamos, antes de Ponferrada, ya se veía el ambiente, el humo en muchas columnas por la zona de montaña, ese olor, una espesa niebla… Después, en Ponferrada, que era nuestra base, teníamos el avituallamiento y el contacto del jefe de bomberos de allí, al que informábamos, y que estaba muy cansado por todas las horas que hacía”, detalla el cabo Del Barrio. “De los cuatro días que estuvimos dormiría un par de horas cada uno”, subraya Javier Poza. “Montañas negras, fue lo primero que vimos”, remata Adrián.

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La expedición, en el municipal Parque de Bomberos de Segovia. / Héctor Criado

Tienen experiencia suficiente en este trabajo, pero reconocen que aquello era otra historia, demasiado horrible y descomunal. “Es que los incendios abarcaban hasta donde te llegaba la vista. Todo negro y humo y al otro lado alguna zona que proteger, robledales inmensos en los que pensabas que como salte el fuego ahí estaremos allí un mes más”, apunta Alberto. Y es que esa era la principal labor del grupo segoviano, que las llamas no saltaran a las zonas donde todavía no habían hecho estragos, en especial aquellas cercanas a poblaciones. “Había mucha mezcla de zonas quemadas con zonas no quemadas y los incendios se reproducían con gran rapidez. Yo nunca había visto que en cuestión de minutos podían saltar hasta una carretera. Nuestro principal objetivo era evitarlo y hubo algún día que las tuvimos tiesas”, recuerda Daniel. “Estuvimos dos días seguidos sin parar. Es que terminábamos de apagar una zona y ya veíamos una columna de humo a cinco kilómetros, se iban reproduciendo incluso lejos del foco principal, y todo con un calor asfixiante. Era inabarcable y con lugares inaccesibles salvo para los medios aéreos”, apostilla Adrián con cierta desesperación.

Por lo que cuentan, basta un poco de aire y alguna ceniza o pavesa suelta para que el infierno se desate de nuevo, echando por tierra horas y horas de dedicación. “Había mucho riesgo con pueblos muy cerca de donde podía saltar el fuego. Hablamos de gente, de sacarlos de sus casas”, continúa Poza. De la conversación con ellos emana la sensación de que es como mandar a la Segunda Guerra Mundial a un reservista militar que jamás pisó una verdadera batalla. Los cuatro tienen experiencia, sobre todo Alberto y Javier, que acumulan ocho años ya en el cuerpo. Daniel suma dos y medio y Adrián otros cuatro, pero todos coinciden en que nunca han visto nada parecido.

Pasar miedo

Cuestionados sobre si en esta peligrosa aventura han llegado a pasar miedo o incluso temer por sus vidas, responden que es un asunto más de respeto, que ellos van preparados y son prudentes, aunque reconocen que el riesgo siempre es inherente a su profesión. “Miedo no, pero sí cierto respeto”, contesta Alberto, que describe el día de Igüeña cuando tuvieron que acceder a la cabeza del incendio vía reconocimiento con el vehículo más ligero. “Subimos hasta arriba para comprobar cómo podría hacerlo el vehículo pesado. Lo gestionamos muy bien, porque vas a ciegas”, dicen al unísono Alberto y Javier. En ocasiones, como rememora Adrián, los propios jefes les invitaban a que fueran ellos quienes lo valoraran, algo que no les hizo mucha gracia.

El riesgo va en la mochila de este trabajo y lo tienen asumido. “El imaginario es que nuestra profesión es de meternos en unos fregaos muy serios. Puede que como vamos con un traje que no se quema, con casco, botella, formación…, a lo mejor podemos ir más allá, pero siempre hasta donde la prudencia te permita. Los bomberos de Ponferrada nos pusieron un vídeo de un incendio que en cuestión de horas bajó una ladera que debería tardar días, pues ahí no nos metemos porque en minutos cambia el viento y te come el fuego”, razona Adrián.

Pese a la constante formación o las medidas de seguridad, lamentan que pueda haber accidentes, como con los dos compañeros fallecidos este verano, uno de ellos por el vuelco de un camión. También la imprudencia de algunos vecinos, aunque entienden que son sus casas y hay que ponerse en su piel.
Sea miedo o respeto, repercute en sus familias porque no son empleos comunes al del resto de mortales. “Que me dejen en la emisora o en el teléfono”, bromea Javier imitando lo que le dice su mujer. “Cuando hay algo gordo, como la Dana, mi novia cuando llego a casa me dice que cuándo me voy”, prosigue Alberto. “Creo que ya lo asumen, y en vez de desincentivarte, te piden que tengas cuidado, sobre todo las madres”, asegura Adrián.

España tiene un problema

Los cuatro asienten al afirmar que en España tenemos un serio problema, que hacen extensible a otras catástrofes naturales y emergencias que califican como “cada vez más extremas”. Adrián clama por un mayor control y gestión de los montes, que los bulldozer los dividan y hagan cortafuegos en cuadrículas. En definitiva, más prevención y no actuar cuando ya es tarde.
Los cuatro, nacidos en Segovia, fueron como voluntarios y en sus días libres, lo cual les honra más si cabe. Y pese a todo, agradecen a los compañeros que se quedaron en tierras segovianas cambiando turnos y cubriendo sus posibles guardias. “Hay compañeros que por temas familiares u obligaciones no podían ir, pero aportaron sustituyéndonos en esas guardias”, valora Javier Poza. “Somos un parque pequeño pero aquí hay mucha solidaridad, siempre que pasa algo estamos dispuestos a ir donde sea, como con la Dana; y el que no pueda por circunstancias personales, ayuda a tapar los huecos de los que se movilizan”, añade Adrián.

Una solidaridad extendida al territorio nacional y fuera de nuestras fronteras; de hecho recuerdan cruzarse con franceses a pie. También medios aéreos europeos y terrestres de otras comunidades españolas. “A los bomberos nos apasiona nuestro trabajo y si podemos ayudar donde sea, lo vamos a hacer, como lo hizo Valladolid, Mallorca, Ceuta, etc.”, señala Alberto. “Estás en casa y lo que te sale es ‘quiero ir’”, apoya Daniel, que junto con sus camaradas valoran muy positivamente el apoyo imprescindible del Ayuntamiento de Segovia, con el alcalde a la cabeza.
Sí echan en falta, según lamentan, más coordinación entre los innumerables servicios de ayuntamientos, diputaciones, brigadas de emergencias, UME, etc., para que “cada uno no hagan la guerra por su cuenta”. “Existe una ley que lleva paralizada desde 2021 que iba a fijar esa coordinación, que es básica en estos casos”, se queja el jefe de expedición.

El caso de los días libres ejemplifica precisamente ese necesario patrón, un arquetipo en la actuación ante grandes desastres que los bomberos tienen bien interiorizado, pero ese ejemplo no parece tener un espejo en una clase política más preocupada en salvar sus propios muebles que en el pensamiento colectivo. Cuestionados si los políticos deberían seguir esta senda que ellos sí siguen, analizan que todos los bomberos dependen de una administración pública, que en escalafones y administraciones más humildes es complicado afrontar estos retos e intentan no echar balones fuera, pero no otorgan gran confianza en las grandes esferas. “Pensábamos que tras la Dana habíamos espabilado, pero yo creo que no, vamos igual o peor”, opina Javier. “Además, debería primar la rapidez, porque se tarda mucho en activar a los medios. Si puede hacerse ayer, mejor que hoy o mañana”, ratifica Daniel. “Los medios hacían falta antes, no cuando ya nos vinimos”, repite Javier. Como dice Alberto, los días que se tarda en tramitar unas solicitudes para sus traslados el fuego no descansa y ya ha devorado pueblos.

Preguntados los cuatro que resuman su trabajo en una frase corta, todos coinciden en que es “el mejor del mundo”. “Estás de vacaciones y quieres que se acaben para venir. Se lo cuentas a la gente y no se lo creen”, dice Javier. “Es que es muy gratificante ayudar a la gente”, continúa Alberto. “La gente lo agradece y es un trabajo que toca muchas áreas, como mecánica, hidráulica, etc., nunca dejas de aprender”, comenta Adrián. “Y la incertidumbre, que no sabes lo que va a pasar, cada día distinto”, razona Daniel. “Somos un mal necesario porque si trabajamos es porque ha pasado algo que no quieres que ocurra”, cierra Adrián con una mezcla de tono jocoso a la vez que serio. Lo que es evidente es que cada vez son más necesarios, porque sus vocaciones salvan vidas.

Las cifras de la catástrofe

El cruento verano de incendios que ha asolado España dejó unas cifras inéditas en este tipo de catástrofes. La más dolorosa, la de cuatro fallecidos, a los que se unen los miles de desalojados (unos 20.000), o 175.000 hectáreas arrasadas, entre ellas el paraje de Las Médulas, nada menos que Patrimonio de la Humanidad. Pero hay datos que reflejan el esfuerzo, colaboración y solidaridad con el objetivo de minimizar los daños, por dura que fuera la batalla. Así, en la enésima defensa de su puesto a cargo del titular de Medio Ambiente de la Junta de Castilla y León, Juan Carlos Suárez-Quiñones, se deslizaron números destacados como los 1.500 profesionales que trabajaron en la extinción de los incendios de León.

Desgranando un poco más a fondo, fueron 92 medios aéreos los empleados, más de 60 autobombas, 57 bulldozer, 22 camiones nodrizas y más de 550 vehículos ligeros, según enumeró el consejero este martes en la sesión de control al Ejecutivo, cifras que implican un despliegue jamás presenciado en España, según argumentó Suárez-Quiñones para hacer frente a los ataques desde una oposición que hace tiempo exige su cabeza.

Unos dígitos que van a más allá si entramos en la senda de la solidaridad entre territorios o el envío de medios como la Unidad Militar de Emergencias (UME), medios aéreos desplazados incluso desde otros países o refuerzos de la propia comunidad u otros territorios, como los dos retenes enviados desde el Ayuntamiento de Segovia y que protagonizan esta historia. A esa colaboración es la que hay que aferrarse cuando el clima o cualquier otra causa conduce a una tragedia, ya sea una Dana o los incendios forestales. Según los bomberos segovianos, la élite política no suelen estar a la altura en estas graves situaciones. Sí lo están los profesionales dedicados en cuerpo y alma a esta lucha -por ejemplo acudiendo en sus días libres- y la ciudadanía, que defiende toda una vida depositada en sus hogares.

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