Hoy, domingo, fiesta de la Santa Cruz, en muchas parroquias celebran fiesta recordando la acción salvadora de Cristo en la Cruz. Para muchos la mirada puesta en el Cristo de la Cruz tiene como fin pedir la curación de sus propios sufrimientos y enfermedades; otros aprovechan para contemplar la misericordia de Dios; algunos (el pintor Velázquez o el teólogo von Balthasar) consideran la Cruz con el Cristo como antesala de la gloria y de la curación.
La cruz es el momento culmen del anonadamiento de Jesús. Se refiere al proceso de humillación voluntaria y despojamiento de sí mismo que Jesús realizó al morir en la cruz. Por eso, poner la mirada en la Cruz es fuente de curación.
Jesús de Nazaret mostró esta dimensión de encarnación y anonadamiento en su relación con los enfermos a quienes curaba o ayuda a curarse. Por ello se entiende, en quien vive la enfermedad, que una cruz (un dolor) sin Cristo es un sinsentido. La enfermedad puede cobrar sentido si se asume con la mirada puesta en la cruz de Cristo.
Dios no manda la enfermedad. Esta proviene de la naturaleza o del comportamiento inmoral del ser humano. Es claro que a nadie le gusta estar enfermo. El dolor, los malestares, las desesperantes noches que parecen no tener fin, las molestas citas con los médicos, los días interminables en la cama del hospital, la incomodidad al sentirte expuesto y vulnerable ante las enfermeras, los dolorosos estudios y las cuentas por pagar que esto genera, son difíciles de sobrellevar.
Más cuando se trata de una enfermedad crónica o incurable. Sentir cómo menguan las fuerzas, notar que se van perdiendo las capacidades, la preocupación al no saber cuánto avanzará la enfermedad, resultan pruebas muy difíciles.
La tentación del desaliento, de dejar de luchar, de darte por vencido, arremete una y otra vez, como una ola del mar que te va cercando. Por enfermo que estés, ¡jamás te permitas sucumbir a esa tentación! En la enfermedad, pierde el que se rinde. Si enfermas, hazlo con dignidad, elegancia y gallardía.
Sentir lástima de ti mismo no es actitud propia de un ser humano ni de un hijo de Dios. Es precisamente la cruz lo que le da sentido a tu enfermedad. Tienes dos opciones: padecer a lo tonto o hacer que tus dolores valgan la pena.
Me cuestionarás, “¿Tú qué vas a saber? Créeme, soy yo quien sufro y desde fuera es difícil que conozcáis mi dolor”. Mi respuesta confiada es la siguiente: puedes en verdad hacer que tu enfermedad valga la pena. Puedes asumir tu enfermedad (es tuya) tu malestar, tu angustia, tu incomodidad, tus noches inacabables y los molestos análisis.
Ofrece los dolores por tu hermana enferma, por tu hermano cuyo matrimonio está en dificultades, por tu hijo que batalla en el colegio, por tu hija alejada de Dios, por tu cuñado sin empleo, por quienes te han lastimado, por tus amigos que te ayudan en tu enfermedad, por quienes rezan por ti, por los médicos y enfermeras que te atienden. Hazlo con la mirada puesta en la Cruz sanadora.
No maldigas tu enfermedad, (es tuya) por mucho que te duela. Al contrario, haz de tu cruz como hizo el buen ladrón de la suya: una cruz de bendición. Haz que valga la pena estar enfermo. Da sentido a tu enfermedad y harás que sea más llevadera.
Nunca dejes de pedir a Dios que, si es su voluntad, te conceda la salud. Y si no, que te dé paciencia, fortaleza y serenidad para aceptarla. No permitas que te prohíban poder decir “en tus manos encomiendo mi espíritu” o “Dios mío Dios mío por qué me has abandonado”. No permitas que te seden impidiendo ser consciente del último suspiro que es tuyo y te pertenece.
La fiesta de la Cruz no es solo celebrar la muerte de Jesús, sino una invitación a solidarizarse con los sufrientes y a vivir con actitudes de servicio y entrega, transformando el sufrimiento en ofrenda. El camino es el de asumir la propia situación de enfermedad hacerla propia y saber vivirla para sanarte y para darle sentido. La enfermedad es tuya, no de los médicos, como la cruz es ya de Cristo y no de los judíos ni romanos.
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(*) Catedrático emérito.
