Trescasas da ejemplo de que la vida rural no es quietud, sino actividad, memoria e iniciativa. Lo demuestra con cuatro citas que se han consolidado como fijas en el calendario segoviano: el Cambrones Fest, la Feria del Esquileo, el Día del Libro y Ecuetrescasas.
El Cambrones Fest nació como una travesura cultural y hoy es un festival que atrae a quienes saben que la música no entiende de coordenadas geográficas. Bandas locales, grupos emergentes y otros consolidados convierten el corazón del pueblo en un escenario abierto. No es un macrofestival de masas: es otra cosa. Una cita íntima y orgullosa, donde el acorde se mezcla con la voz de la sierra y la madrugada se alarga sin pedir permiso.
Muy distinto es el tono de la Feria del Esquileo, que cada primavera rescata un oficio antiguo que durante siglos tuvo en Trescasas un punto de referencia, y lo convierte ahora en espectáculo educativo. El olor a lana recién cortada, el chirrido de las tijeras y la destreza de los esquiladores devuelven al visitante a un tiempo en que la supervivencia dependía de esas manos rápidas y firmes. Hay talleres, demostraciones, venta de quesos y artesanía, y un ambiente que huele a campo y a historia viva. No se trata de un decorado turístico, sino de una lección práctica sobre la dureza y la dignidad de la tradición pastoril segoviana. Ver a un niño mirar con asombro cómo la oveja pierde su manto en unos minutos es quizá la mejor metáfora de lo que busca Trescasas: recordar que el futuro solo se entiende si se honra el pasado.
El Día del Libro, por su parte, es una tregua apacible entre tanto ruido festivo. La Plaza Mayor se llena de puestos de libreros, autores locales y actividades para los más pequeños. Allí se mezclan los cuentos infantiles con los volúmenes de historia, y el olor a tinta compite con el de los rosquillos. No hay prisa, solo conversaciones, dedicatorias y la certeza de que en cada página late una forma distinta de resistencia cultural. Para un pueblo de la sierra, reivindicar el libro es casi un acto de rebeldía: demostrar que también aquí, al pie de las montañas, se lee, se escribe y se sueña. No hay que rendirse a las pantallas, con que tan solo un niño coja el hábito de leer libros, todos los esfurzos habrán valido la pena.
Y finalmente está Ecuetrescasas, que convierte el pueblo en un escenario ecuestre. Caballos y jinetes desfilan con elegancia, se suceden concursos, exhibiciones de doma y actividades para los niños. El sonido de los cascos sobre el suelo se mezcla con la música y los aplausos, y el aire se impregna de un respeto antiguo hacia el animal que acompañó durante siglos la vida rural. Ahora se exhiben los animales por su belleza y por la destreza de jinete y montura, pero no deja de ser un espectáculo que merece la pena contemplar.
Cuatro celebraciones distintas, un mismo latido. Trescasas ha entendido que un pueblo se defiende con memoria, con cultura y con fiesta. Que la identidad no se conserva en vitrinas, sino en plazas llenas de gente.
