“Y, suponiendo que el cine sea un arte, mi postura es que se pueda adaptar libre y vigorosamente un clásico al hacer una película” Orson Welles
Tratando de buscar los dos (o tres) grandes descubrimientos, los hallazgos que han supuesto un impacto revolucionario para la especie humana, los que han hecho que el Homo sapiens saliera del cubil de los grandes simios, el primero de ellos ha sido el invento de la escritura, a cuyo misterio le precede ineludiblemente el dominio de la palabra. Tres mil años antes de la era cristiana, llegó a las fértiles tierras de los ríos Tigris y Éufrates la desconocida civilización sumeria y de ella salió el primer testimonio gráfico del que tenemos constancia, la escritura cuneiforme.
Aunque fueron los chinos los primeros en imprimir sobre papel y sus descubridores, no fue hasta la llegada del siglo XV cuando en Europa de la mano del ciudadano alemán Johannes Gutenberg, la imprenta tomó carta de invento renovador en la fabricación, la impresión de libros. La difusión del saber, el almacenaje del conocimiento tomaba los caminos universales: la Galaxia Gutenberg, de la que hablaba MacLuhan, comenzaba su andadura.
Muchos años, siglos y siglos pasaron hasta que los hermanos Lumière inventaran el Cinematógrafo. La imagen representaba en tiempo de los homínidos el más sencillo signo de comunicación, nuestros ancestros utilizaban la pictografía como un primitivo sistema para trasmitir información. Las pinturas rupestres de Altamira pudieron ser el primer cine de la historia, una cueva oscura, unas figuras pintadas en sus paredes, la luz emitida por la hoguera, las llamas que al arder generan unas vibraciones, dando a los dibujos un efecto de movimiento, es ese juego de luz y sombra, la base de la fotografía, el sustento de la invención de Auguste y Louis Lumière. ¿Podemos decir que la imagen es más pobre informativamente que la palabra? Sin miedo a equivocarnos e incluso viviendo como vivimos en la civilización de la imagen, categóricamente sí. “Lejos de valer mil palabras, una imagen requiere con frecuencia mil palabras para explicarla” afirmaba John De Francis – en su libro Habla Visible -. La simplicidad de la imagen requiere un apoyo verbal o escrito.
Los primeros metros de celuloide fueron simples reportajes, sencillos ejercicios de realidad diaria, el guion nacía con la necesidad de lo cotidiano, del día a día. Ante lo insípido del vivir o quizá lo más interesante de nuestra existencia necesitaba de mejor tecnología. El cine es un producto de la técnica, de la ciencia, la modernidad de los medios estaba por llegar, sonido, color, película y elementos ópticos que facilitaran el acceso a lugares inverosímiles hasta esos momentos. Es decir que la artesanía diera paso a la industria, la pobreza al capital. El dinero puede comprarlo todo y siempre hay mercancía canjeable en un mercado, que si no existe se crea.
Para que este floreciente arte continuara con su imparable ascenso se necesitaban argumentos, historias que rodar en los platós de los grandes estudios, había que pagar también a las rutilantes estrellas que llenaban las salas de proyección con su presencia en las diferentes películas y el único lugar en el que los cuentos abundaban era en la literatura. Muchos siglos de escritura amparaban a este reciente, aunque embaucador y prepotente negocio. Compran una novela u obra de teatro y bajo el calificativo de adaptación cinematográfica, aplican el método esponja, absorben la historia y la expulsan matizada a su manera con el epígrafe de guion. Los dólares habían comprado el argumento y los guionistas tenían el derecho de explayar su ingenio quitando personajes, poniendo paisajes y eliminando sentimientos, etcétera, en beneficio de un ordenado ritmo fílmico. Incluso se atreven a decir que hay novelas escritas de forma cinematográfica, y uno se pregunta ¿Cervantes, Shakespeare, Galdós pensaban sus escritos desde un patio de butacas?
Podemos decir que la imagen traiciona el texto, la buena prosa es mancillada por la fotografía. Lo que la narración nos cuenta, el guionista lo reinterpreta, nuestra imaginación se siente engañada y, lo que es peor, la fantasía del lector es cuarteada, un atraco a la inteligencia. Por ello nos atrevemos a recordar lo que Jorge Luis Borges recomendaba evitar en una novela: Todo aquello que pueda ser ilustrado. Todo lo que pueda sugerir la idea de ser convertido en película. Sin duda conocía la dependencia que los argumentos de cine tienen respecto de la literatura. El terror a caer en manos de un productor sin escrúpulos; al fin y al cabo, los euros salen de su cuenta bancaria.
Por desgracia la patente de los hermanos Lumière es desde hace más años de los que pensamos una industria en la que los éxitos de taquilla son los primeros que cuentan. Priman sus resultados sobre la calidad del filme. El cine, arte-negocio de los siglos XX y XXI, o quizá mejor explicado, un positivo balance de resultados, en el que la escritura es su inacabable manantial de sugerencias, de posibilidades contables. Una sala oscura, una pantalla, un proyector y en tu casa un DVD. Ellos y sus naipes marcados.