Dilma Rousseff, economista de 62 años, es desde ayer la mandataria electa de Brasil y sucederá en el cargo a su mentor, Luiz Inácio Lula da Silva, tras ganar con más de 55 millones de votos las elecciones que disputó frente al opositor José Serra. Así como Lula fue el primer obrero en llegar a la Presidencia del país en 2002, Rousseff, su escogida, es la primera mujer elegida para gobernar el Estado y lo ha logrado nada menos que con el apoyo del 56 por ciento del censo.
«Esta elección es una demostración del avance del país, que por primera vez será dirigido por una fémina», subrayó en su primer discurso tras conocerse los resultados oficiales, en el que tuvo palabras de agradecimiento especiales para con el actual dirigente, su mentor político.
«La emoción de este día se mezcla con la de la despedida de Lula, a cuya puerta llamaré siempre que sea necesario, con la seguridad de que estará siempre abierta», apuntó en alusión a quien le traspasará el cargo el próximo 1 de enero. Y puede que tenga que llamar a ella en alguna ocasión, ya que su misión ahora es consolidar el proyecto político que su mentor inició hace ocho años, al tiempo que abre el interrogante sobre cómo manejará los hilos del poder una política que carece de la capacidad de articulación de su padrino, por lo que su reto ahora es, precisamente, demostrar que puede dar la talla y gobernar un país en el que el Ejecutivo está amarrado a un Congreso poderoso. Su primer gran desafío será conseguir un acuerdo con los partidos de la alianza que la llevó al poder para repartirse las Presidencias del Senado y de la Cámara de Diputados, cargos codiciados por el poder que ejercen sobre el rumbo político del país.
«Dilma no tiene experiencia en lidiar con tantos sectores e intereses como la propia coalición gubernamental, de 10 grupos, y tendrá que mostrar juego de cintura para negociar con el Partido del Movimiento Democrático Brasileño, que va a cobrarse el apoyo al Gobierno», explicó la analista María do Socorro Braga.
Fuera de ese primer desafío político, la presidenta electa tendrá que mantener el rumbo de la economía en sus cuatro años de mandato y seguir con los programas sociales de Lula, porque los brasileños votaron por esa continuidad, pero sin deteriorar la situación fiscal del país. Otros temas pendientes son las reformas tributaria, laboral y de la seguridad social para que el Estado pueda modernizar su estructura económica y ser más competitivo, pero eso es una tarea titánica que no pudieron acometer ni Lula ni su antecesor, Fernando Henrique Cardoso.
