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El loco sin Dios y otras lecturas

Para mí uno de los síntomas de que estoy de vacaciones es sentarme a leer en un banco, o en una terraza con una caña, sin prisas. Leer es un placer y el verano ofrece esa posibilidad

por Jesús Fco. Riaza
7 de septiembre de 2025
en Opinion
JESUS FRANCISCO RIAZA
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Para mí uno de los síntomas de que estoy de vacaciones es sentarme a leer en un banco, o en una terraza con una caña, sin prisas. Leer es un placer y el verano ofrece esa posibilidad.

Hace unos días una, por lo que dicen, conocida influyente —mira que suena mal pero me niego a utilizar la palabreja en inglés— afirmaba, para defender que en la estantería de su casa no hubiera libros, que los que no leen no tienen que sentirse mal por no hacerlo. Que ella solo leía libros de autoayuda y miraba las fotografías de decoración y belleza y no le iba tan mal. Lo comprendo. En una persona que vive solo para que la vean, la lectura no resulta demasiado glamurosa. No me la imagino haciéndose un auto-retrato con un libro de fondo. Tiene razón en que los que leemos tenemos una extraña sensación de superioridad moral. Pero ella no entiende que no leemos para que nos vean sino porque la lectura nos ayuda a comprender el mundo, nos abre horizontes para conocer cómo lo ven otros sacándonos de auto-referencialidad y, además, nos da cultura, nos ayuda a saber redactar y nos provoca un extraño placer.

El extraño placer que he tenido con algunas de las lecturas de este verano que me gustaría comentar. Comenzaré con el que ha provocado el título de este artículo. Se trata del libro de Javier Cercas ‘El loco de Dios en el fin del mundo’. El loco de Dios es el Papa Francisco y el loco sin Dios es como se define el propio autor. El libro es la crónica del viaje del Papa a Mongolia, que casi parece la última frontera – el destino de todos los viajes de la Enterprise, la nave de ‘Star Trek’, para los que somos aficionados a la ciencia ficción-. Pero no es un libro de viajes. El autor aceptó escribir el libro, al que fue invitado por la Editorial Vaticana, a cambio de poder preguntarle al Papa sobre la resurrección de la carne y la vida eterna y poder llevarle a su madre, profundamente creyente, la respuesta. Así que Cercas le hace esa pregunta a todo el mundo, incluidos los admirables misioneros en Mongolia, los pocos cristianos de aquel país y los periodistas, obispos y personal que trabaja en el Vaticano. El viaje físico se convierte en un viaje a la geografía de la fe por parte de alguien que se manifiesta “ateo, anticlerical y laicista” pero que se da cuenta de que la fe es como un súper poder. Al autor se le desmontan algunos tópicos sobre la Iglesia e indaga en la personalidad de Francisco y de Jorge Mario Bergoglio. Un libro apasionante. Bueno, todos los de Javier Cercas lo son.

El segundo al que quiero hacer referencia es completamente distinto. Se trata de una novela policiaca titulada ‘Universidad para asesinos’ del escritor griego Petros Márkaris. El autor ha creado un personaje, el comisario Kostas Jaritos, que trabaja en la comisaría central de Atenas, para echar un vistazo a su país. Esta no es la mejor de sus novelas porque la trilogía que dedicó a la crisis económica eran auténticas obras maestras escritas con pasión en un país que se desangraba, pero aún así mantiene el pulso para mirar a la clase política y sentir dolor por la degradación de los servicios públicos y especialmente de la universidad, por el triunfo de los mediocres y por la imparable involución a la que se aboca Europa. No me resisto a reproducir un diálogo de la novela que me parece especialmente lúcido:

—Los eruditos ya no existen, señor comisario. Solo existen los intelectuales.
—¿Cuál es la diferencia? — pregunto, porque el tema se me escapa por completo.
—Las personas eruditas son gente de biblioteca, de estudio y de trabajo científico. Los intelectuales son especialistas en todo y expertos en nada. Los eruditos tienen conocimientos, los intelectuales tienen opiniones y les gusta publicitarlas a la menor oportunidad.

Y el tercero, está escrito por mi amigo Javier Lamas y se titula ‘Colecciono atardeceres’ y publicado por la animosa editorial Derviche. Aunque es un libro escrito en prosa, tiene ritmo de poema. Se trata de un recorrido por los lugares y personas de la infancia, por la vida en su pueblo, que es como el de todos, y la gente que formó parte de ese paraíso perdido. Hay muchas referencias a las músicas de la época, a los juegos — “Entonces no sabía que todo eso era un tesoro”—, a los programas de televisión y de radio, a los paisajes. También aparece por todos los entresijos del libro su vocación de maestro, valorando a sus maestros y recordando la educación recibida. De alguna forma reivindica el sistema que nos educó ante el desprecio con el que se suele tratar la educación recibida por quienes fuimos alumnos durante el franquismo.

He hecho más lecturas, como un estudio de los discos de Tom Waits, pero basta con estos para hacer comprender lo variado del mundo que presentan los libros y que leer es un gran placer.

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