La fabricación de la cal
Cerca de la iglesia de Fuentes, camino abajo, en dirección a la fuente de los pastores, podemos ver un pequeño arco de ladrillo ennegrecido y encastrado en una pared de piedra. Es la boca de uno de los cuatro hornos donde se hacía la cal, allí permanece olvidado mientras espera una oportunidad para contar su historia. La historia de la cal y de la familia Álvarez, “los morenos”, inseparable en la vida de Fuentes, ya despoblado y con sus casas derruidas. Ahora, la iglesia ya restaurada ha superado el abandono y el paso del tiempo, acompañada todavía de la fuente, el palomar y el horno de cal.
Los morenos de Fuentes, una familia dedicada a la elaboración y trasporte de la cal en el barrio de Fuentes
Esta crónica podía comenzar en el año 1900 con un protagonista, el señor Vicente Álvarez, el abuelo, como lo llama con propiedad su nieto José Álvarez Sanz, testigo desde su niñez de la actividad de los caleros que él vivió de muy niño y que ahora nos rescata de sus recuerdos con toda la pasión y el cariño familiar. Vicente Álvarez levantó su primer horno en el pueblo de Fuentes para calcinar la piedra extraída del cerro de La Muela y obtener la cal, producto de uso muy extendido y demandado por aquel entonces. Su elaboración y venta sirvió al señor Vicente para mantener una familia de ocho hijos, cinco varones, Luis, Domingo, Aniceto, Pedro, Mariano, y tres mujeres, Ruperta, Florencia y Andrea, todos ellos continuarían después con esta actividad, bien en la elaboración de la cal, o bien en su transporte y comercialización.

Como era habitual, el oficio se trasmitió a sus hijos y así, en 1940, ya funcionaban cinco hornos de cal en Fuentes, donde se calcinaba la piedra de la Muela para transformarla en cal, una cal que después se cargaba en carros para venderla en los pueblos de la zona o en Segovia y, frecuentemente, se transportaba en un camión hasta Madrid, de ello se ocupaba su hijo Mariano, con un robusto camión de fabricación rusa que hacia el trayecto desde Fuentes hasta la calle General Ricardos en Madrid, donde se vendía la cal. En sus anécdotas, el señor Mariano siempre contaba cómo le sorprendió allí el estallido de la Guerra Civil en uno de sus múltiples viajes.
La cal también se vendía directamente en Fuentes, allí llegaban los carros del pueblo de Martín Muñoz para distribuirla. Esta actividad de transportista también ocupó a Daniel Gómez, “Petronilo” casado con una de las hijas del abuelo Vicente.
El proceso de fabricación y los usos de la cal
La cal se obtenía calentando la piedra calcárea que aflora en los estratos del cerro de La Muela. Esta piedra, sometida a altas temperaturas, sufre una transformación química en la cual el carbonato de calcio CaCO3 libera el dióxido de carbono CO2 y se transforma en óxido de calcio CaO, también conocido como cal viva.
Este producto, comercializado como cal, o cal negra, se mezcla con agua y arena para formar la argamasa que usan los albañiles, para levantar paredes de piedra o ladrillo o para enfoscar esas mismas paredes. Es el resultado del proceso químico inverso al anterior: El óxido de calcio, CaO se combina ahora con el agua H2O para formar el hidróxido de calcio Ca(OH)2; este último compuesto adsorbe el dióxido de carbono del aire y cristaliza nuevamente en forma de carbonato de calcio, CaCO3, proporcionando la consistencia requerida en los muros y fachadas.

Por otro lado, el producto de mayor pureza, la cal blanca y fina, se utilizaba para enjalbegar la paredes de alcobas y fachadas; una vez apagada, es decir mezclada con agua, se va restregando con una muñequilla de trapo, pintando las paredes de un color blanco luminoso. Esta cal apagada Ca(OH)2 impregnada sobre la paredes, comúnmente de adobe, adsorbe nuevamente el CO2 de la atmósfera sufriendo el proceso inverso a la calcinación que sirvió para su obtención, formando una fina y dura capa, de color blanco, que recubría las paredes en el interior de las viviendas durante buena parte del siglo XX.
El horno de cal
Según nos cuenta José Álvarez, los hornos eran redondos, con una pequeña meseta, sobre ella se iba levantando una bóveda construida con la piedra caliza. La bóveda se cerraba con una última pieza, labrada con forma de clave, en la parte superior de la bóveda, proporcionando el empuje necesario para soportar sobre ella varios carros más de piedra menuda, de inferior calidad, destinada a producir la cal “negra”. Hasta un total de siete u ochos carros se descargaban sobre el techo de la bóveda para completar la hornada, alcanzando todo el conjunto una altura de cuatro o cinco metros. En los laterales del horno, donde la temperatura alcanzada era menor, se colocaban ladrillos para cocer formando una estructura de espiga que facilitada el flujo de calor en el interior de la estructura.
El proceso comenzaba con la extracción manual de la piedra en las canteras de La Muela, ayudándose de una barrena y cartuchos de dinamita. En La Muela “chica” se sacaba la piedra blanca, más dura y fina, que se colocaba en el centro del horno para conformar la bóveda. De ella se obtenía la cal blanca, de calidad muy reconocida por su pureza, usada para enjalbegar las paredes interiores de las casas y sus fachadas, y también para proporcionar una cierta asepsia a estos lugares, especialmente en periodos de epidemias frecuentes. En las canteras de La Muela “grande” se extraía una piedra más oscura y amarilla que producía la llamada cal “negra”, utilizada por los albañiles para formar la argamasa que daba consistencia a los muros de piedra.
Cada semana se armaba un horno que, además de la piedra caliza, necesitaba unos siete carros de barrujo, que había que recoger a los pinares. Con ello se alimentaba el horno durante 24 horas. Al cabo de ese tiempo se procedía a tapar la boca con barro para cortar el tiro, impidiendo la entrada del aire, y acto seguido se armaba la tapa o copete, para ello, se colocaba sobre la piedra una capa de ladrillos para cocer y se añadía más piedra, mezclándolo todo con un poco de carbón. Cuando el copete estaba terminado se abría nuevamente la boca del horno provocando una brusca subida de calor que cocía los ladrillos y la piedra que formaba el copete del horno. Un día después, el horno ya se había enfriado y se procedía a retirar la piedra ya transformada en la preciada cal.

La recogida diaria del barrujo en los pinares
Para encender y alimentar el horno se usaba el barrujo -conjunto de acículas secas que se desprenden del pino y se acumulan en el suelo- y la ramera de los pinares, que por aquellos años se mantenían limpios y pelados para cubrir toda la demanda en los hornos de cal y en los de los tejeras, donde se cocían materiales cerámicos como ladrillos, tejas y recipientes. Sin duda, José Álvarez conserva entrañables recuerdos de estos viajes al pinar; según comenta, el horno había que encenderlo todas las semanas, así que había que ir diariamente al pinar, donde inevitablemente se producía un enfrentamiento con el guarda, quien tenía la difícil tarea de proteger los pinares y conciliar la necesidad constante de recoger barrujo para alimentar tanto horno, entre ellos, el de su padre Pedro Álvarez. El encuentro con el guarda siempre se producía, y este siempre amenazaba con poner una denuncia, al tiempo que el señor Pedro consentía: “usted denúncieme, pero el barrujo me lo llevo”, hasta que un día, agotada la paciencia del guarda, se subió al carro y vació toda la carga que habían recogido esa mañana. El guarda sintió que lo había presionado en exceso y ambos se sintieron heridos en su orgullo. Aunque aquel día regresaron de vacío, la necesidad apremiaba y esa misma noche volvieron al pinar para recoger toda la carga que había quedado amontonada en el lugar. El guarda y el señor Pedro eran buenos amigos, fuera del pinar claro está, por ello, y no pocas veces, en su trabajo de vigilancia se veía obligado a doblar su camino para no toparse con el carro de los morenos.

Son estampas de una época, de los dos primeros tercios del siglo XX, cuando un foráneo, que en su viaje se fuera acercando a Fuentes o a Carbonero, era recibido desde lejos por las densas columnas de humo negro de caleras y tejeras. Unido a estos hornos de cal también se conserva en el recuerdo la tristemente famosa peste porcina que se apoderó de las granjas de Carbonero en los años sesenta, cuando todos los animales infectados tuvieron que ser sacrificados y posteriormente incinerados en uno de estos hornos de cal.

La fabricación de la cal en Fuentes terminó despareciendo, al tiempo que sus gentes terminaron instalándose en Carbonero. Según comenta José Álvarez, “los últimos en marcharse fuimos nosotros”, esto ocurrió en el año 1960, empujados por la soledad y el desamparo. Ya en los últimos años, el señor Fidel Cobas, entonces encargado de la compañía eléctrica, les iba advirtiendo de que el suministro tendría que cortarse. “mira a ver, … que para una sola casa esto ya no tiene cuenta…” y la luz se cortó finalmente, interrumpiendo la conexión del transformador que se encontraba al pie de la fuente. Se sucedieron unos meses difíciles en los que tuvieron que apañarse con velas hasta que, como otros muchos hicieran antes, se fueron a vivir a Carbonero, aunque mantuvieron la actividad del horno de Fuentes durante un año más, hasta 1961, cuando pusieron la tejera en Carbonero el Mayor.
El último horno de cal se mantuvo operativo en Carbonero, al pie de la cañada, próximo a los depósitos del agua, perteneció a Felipe Casas, casado con Florencia Álvarez, una de las hijas del señor Vicente. Felipe Casas, además de fabricar la cal, la vendía directamente por los pueblos de la zona, especialmente en los días previos a la fiesta patronales, cuando sus vecinos procedían a remozar sus viviendas con el tradicional enjalbegado de las paredes.
