“El libro es mejor que la película”, solemos escuchar entre las conversaciones de libreros o peliculeros. Otros dicen que la película es mejor que el libro. ¿Cuál propulsa mejor al otro? Lo cierto es que habitualmente son pocos los que han leído el libro en el que se basa la película. ¿Alguien lee? ¿El espectador lee? Siempre, si es curioso.
Es cierto que muchos no compran libros. Llevan economías de guerra o directamente no les gustan los libros. Afortunadamente existen las bibliotecas públicas. Tenemos un bibliotecario no tan lejos. Nosotros somos nuestro propio bibliotecario.
A veces ni siquiera se basa la película en un libro. Puede ser, por ejemplo, en un artículo periodístico, incluso en un poema. El cine está siempre listo para nacer de nuevo. Ponga en duda el lector de este escrito aquello de “la muerte del cine”, que es otra matraca de publicaciones especializadas. Parecen celebrar que los cines estén destartalados. Lo hemos escuchado muchas veces. Pero hay veteranos cineastas que siguen filmando y los jóvenes luchan por hacerlo.

Regalar libros. Deshacernos de nuestra biblioteca para que otros sean nuevos lectores. En “Roma”, el escritor Joaquín Góñez (José Sacristán) sólo conserva algunos libros, los que quiere volver a leer. No hay fetichismo.
No sé por dónde empezar. Sí, sí, a la disparada. Por la que quizá es la mejor. “El padrino” es Mario Puzo y después se convierte en cine con el propio Puzo implicado, al que se unen los talentos de Coppola, Pacino, Brando, Duvall o Gordon Willis. Nunca leí el libro. No creo que tenga ya tiempo. Pero puedo recomendar al lector una estupenda serie de televisión, “The offer”, sobre la gestación de la legendaria película.
Le regalo a Natalia “La carretera” de Cormac McCarthy, un libro aterrador. No lo es menos el viaje de ese padre y su hijo en la adaptación al cine. De McCarthy recuerdo también otra historia de desolación, “No es país para viejos”. Apocalipsis.
El gran disparate es “Adaptation”, libro del libro, cine dentro del cine, guionista dentro del guionista. Y la gran aventura es “Veinte mil leguas de viaje submarino”, un libro de viajes, de fantasía capitaneada por Nemo.
Pepe Cantos me habla de “El nombre de la rosa”, aquel libro de Eco que fue incluso más popular que la película interpretada por Sean Connery y Christian Slater.

No me importará volver a leer “El fantasma y la señora Muir”, de R. A. Dick (magnífica edición de Impedimenta) ni volver a ver la película de Mankiewicz. Ni volver a leer “Moby Dick”, quizá una de las dos o tres mejores novelas que he leído.
Como he perdido la inocencia para leer o ver las películas de Harry Potter viene a mi cabeza “Drácula” de Bram Stoker. Nada más absorbente que ese libro y más de una adaptación al cine para el juego de la comparación.
¡Los tres mosqueteros! Sean de Gene Kelly o de Martin Bourboulon, el puro placer sobre la amistad de los jóvenes mosqueteros. Nada en la literatura de mayor placer que los pasajes de recuperación del collar de la reina. Trepidantes. En la película de Bourboulon los tres mosqueteros tienen mayor edad que la que se relata en el libro, pero da igual. Es puro disfrute y Milady la gran villana.

“Apocalypse Now” es Coppola pero también Joseph Conrad. “Eyes wide shut” es Arthur Schnitzler pero también es Kubrick. Recuerdo ver la película y buscar rápidamente la novela y también “Aquí Kubrick” de Frederic Raphael sobre la gestación del filme. ¡Quería saberlo todo! Pocas veces me ha sucedido esto.
Buscar ansiosamente pasajes del libro de Henry James para saber más, detallar más aquello que tanto me gusta de “Retrato de una dama” de Jane Campion.

Leer el “Quijote” y pensar en la gran película imaginaria que podría surgir, a pesar de las adaptaciones existentes.
“Orgullo y prejuicio” o “La edad de la inocencia” o “Mujercitas” o “Desayuno con diamantes”. Todas esas novelas han puesto su granito de arena a la gran aventura del cine. Y nuestra gran película, “Los santos inocentes”. Esa unión de Delibes, Camus, Matji, Larreta. Recordarla siempre.

El clavo ardiendo quema y voy quedando sin mis propias historias. Acude al rescate Arthur C. Clarke y su cuento para inspirar a Kubrick a filmar “2001”. ¡Ay, mi memoria maltrecha! Escribo a mano cualquier idea, una esperanza. Como “1984”, la adaptación de George Orwell. Ojalá un joven leyendo y acabando después en “Rebelión en la granja”.
Shakespeare es Laurence Olivier y su “Hamlet” y también es Kenneth Branagh. Me quedo con las dos y con esa película estupenda de Al Pacino que es “Looking for Richard”.
La fugacidad, el infinito del que vinimos y al que vamos es “Dublineses” de John Huston y el cuento “The dead” de James Joyce.
Pienso en el cine que no he visto o he olvidado, en los libros que no he leído o no leeré. Camino pensando en este artículo y en otros que son humo. Me invade el desánimo por mis carencias. Pero aunque queme más el clavo, intento aferrarme a él un poco más.
No he leído “El marciano” de Andy Weir pero es estupenda la película “Marte” de Ridley Scott. “Paterson” de Jim Jarmusch es una invitación a leer a William Carlos Williams.
“El perro del hortelano” es Pilar Miró y Lope de Vega. “La tía Tula” es Miguel Picazo y Unamuno. “Alatriste” es Díaz Yanes y Pérez Reverte. “Viridiana” es Galdós y el genio Buñuel, es la película inexistente que el régimen franquista no quería ver pero que existe. Pura provocación.
“La librería” es la mejor película de Isabel Coixet, adaptación del libro de Penelope Fitzgerald.
¿Qué aprender de toda esta montaña de películas? Seguramente, es lo obvio, que no se puede llegar a todo. Pero que en ambos casos (libro y película) hay refugio.
Qué maravilla es “Persépolis” de Marjane Satrapi y qué alegría es “Tintin” de Spielberg sobre la monumental colección de Tintín que es Hergé. Mi madre me llevaba en verano a la biblioteca pública y yo perseguía todos los álbumes de la colección. Recuerdo pocos placeres como leer esos tebeos. Como Batman, Spiderman, Doctor Strange, Superman. El cómic de supérhéroes y fantasía es una mina inagotable.

¡Había olvidado el “Breve encuentro” de David Lean y Noel Coward!
Frente al cine complicación y el cine grandilocuente y el cine cemento, una adaptación de Ivan Calberac sobre su propia obra teatral, “La degustación”. La película es “Cata de vinos”, con los estupendos Bernard Campan e Isabelle Carré. Al vinatero aficionado a su negocio le prohíben beber.
¿Por qué leer? Por Frances Hodgson Burnett y “El jardín secreto”. Dos adaptaciones al cine de Agnieszka Holland y Marc Munden.
Tolstoi para la “Anna Karenina” de Vivien Leigh. 1948. “El doctor Jekyll y Mr Hyde” de Stevenson es también Spencer Tracy o Fredric March.
Tengo libros cerca y en una mudanza acabaron dispersos. Bajo al trastero y aparece “La llamada de la selva”… … Sí, sí, ahora recuerdo. Estaba enfermo, con depresión. En algún momento Elena me trajo varios libros de mi biblioteca para que escogiera uno. No tenía fuerzas para leer. Pero escogí a Jack London. Leí despacio y sentí alivio, pequeño pero alivio al fin y al cabo. Palpo el libro, de nuevo, como acariciándolo. Claro que sirven los libros. Gracias, Jack. Cierro los ojos y veo a Clark Gable con William A. Wellman. Veo también la versión con Harrison Ford. Parpadeo. Parpadeo. El cine y los libros son parpadeo.
“Papillon” es prisión para escapar con Henri Charriere y en el cine con Steve McQueen y Dustin Hoffman: “(…) Hay tantas cosas para decir, para escuchar y para hacer, que no queda tiempo para pensar. Al comprobar como el pasado se esfuma y pasa a segundo lugar en relación con la vida cotidiana, pienso que cuando uno llega al presidio debe prácticamente olvidarse de lo que ha sido, por que cayó ahí y cómo, para no ocuparse más que de una cosa: evadirse”.
Libro evasión. En la pileta que rescato de mi biblioteca está “El señor de los anillos”, prodigio libro de Tolkien y prodigio cine de Peter Jackson sobre el dinero, nuestro anillo de poder. Cómo nos pudre. Cómo destruimos la naturaleza. La edición que tengo es de Minotauro, rescatada de la librería del cine del intercambio o “bookcrossing”: “(…) Tres Anillos para los Reyes Elfos bajo el cielo./ Siete para los Señores Enanos en casas de piedra./ Nueve para los Hombres Mortales condenados a morir./ Uno para el Señor Oscuro, sobre el trono oscuro/ en la Tierra de Mordor, donde se extienden las Sombras/ Un Anillo para gobernarlos a todos./ Un Anillo para encontrarlos/ Un Anillo para atraerlos a todos y atarlos en las tinieblas/ en la Tierra de Mordor donde se extienden las sombras”.
¡Magnífico!
Al azar otro de la pileta. Es “Picnic en Hanging Rock”. Supongo que me interesó el libro de Joan Lindsay debido a la película de Peter Weir de 1975. Quería saber más. Siempre eso, saber más, tener curiosidad por todo. Es lo que diría a los jóvenes. Yo quería saberlo todo de ese libro. Todo eran preguntas.

Ahora ya hace muchos años que ví la película de Weir y que leí a Lindsay. Ya el olvido, el tema fundamental de todos estos escritos, ha triunfado. Pero le regalé a Elena el libro de Lindsay y así sigue en la pileta, deseando renacer, en una estupenda edición de Impedimenta. Es abrirlo y olerlo y Elena dice que huele a “semiviejo”. A los dos nos gusta, pues, porque a ella le gustan los libros nuevos y a mi los viejos. El olvido es “semiolvido”.
Leo unas líneas: “(…) A pesar de que lo que verdaderamente nos interesa de esta historia son los hechos reales que tienen lugar a plena luz del día (no puede ser de otra manera, dado que nos hallamos ante una crónica), la experiencia nos muestra que el alma humana es capaz de los mayores atrevimientos durante las horas de silencio que transcurren entre la medianoche y el amanecer. Rara vez se habla de esas horas de fecunda oscuridad, cuyos secretos frutos generan la paz y la guerra, el amor y el odio, la subida al trono o el destronamiento de los reyes (…)”
Y ahí cerca está “Momo”, de Michael Ende. He olvidado por completo ese pequeño libro y la película que lo adaptó. Es la desmemoria, todo parece ajeno. Tristeza. ¡Qué queda de nosotros! Rápidamente olvido estos escritos de cine que hago, los del cine del clavo ardiendo. Pronto parecen de otra persona; la que soy se convierte en la que fui.
Mi pequeña venganza. Acariciar también el libro de “Momo”. Es un bosque frondoso, profundo, el de los “hombres grises”, sobre el entendimiento de lo que es el tiempo: “Y nadie lo sabía tan bien, precisamente, como los hombres grises. Nadie sabía apreciar tan bien el valor de una hora, de un minuto, de un segundo de vida, incluso, como ellos. Claro que lo apreciaban a su manera, como las sanguijuelas aprecian la sangre, y así actuaban.”

“Momo” es la infancia ida. Nuestro tiempo ido, cada vez más lejano, que no volverá.
Voy colocando los libros en los estantes. “La llamada de la selva” no lo devuelvo al trastero. La dejo en un estante cercano, intentando memorizar bien donde lo he dejado, para que no se fugue.
Devuelvo pues los libros y los devuelvo al sueño. Espero no ser un hombre gris, no convertirme en uno de ellos. Y me despido también con Michael Ende, con “La historia interminable”. Me detengo en un par de párrafos. El primero: “Miró fijamente el título del libro y sintió frío y calor al mismo tiempo. Eso era, exactamente, lo que había soñado tan a menudo y lo que , desde que se había entregado a su pasión, venía deseando: ¡Una historia que no acabase nunca! ¡El libro de todos los libros!”.
Estoy de pie hojeando el libro y antes de devolver este último libro al que dedico este escrito sobre libros y cine, abro una última página: “La emperatriz infantil se incoporó en sus cojines y echó una mirada para atrás, a la Torre de Marfil. Y mientras volvía a reclinarse en sus almohadas, dijo: – ¡Adelante! ¡Siempre adelante – a cualquier parte!”.
