Aun habiendo vivido el brutal primer incendio de la Sierra de la Culebra en 2022, con una virulencia nunca antes vista en estos siniestros contemporáneos, jamás en 41 años de lucha contra los incendios forestales había tenido que enfrentarme a las adversas e imprevisibles condiciones del comportamiento del fuego y en especial del viento, en los incendios de los montes de la Carballeda, en Zamora. Y me consta que es extensivo a los demás.
Recordemos que el reciente problema de los incendios rurales que hoy arrasan suelos urbanos no se circunscribe solamente a nuestro país; EEUU, Italia, Grecia, Australia, Chile, China y muchísimos países más sufren esta lacra desde hace años. Canadá, país húmedo por excelencia, ha registrado en lo que va de año más de 3000 incendios. Este enemigo, con origen en los incendios forestales, o en otros siniestros, está llegando en todos los continentes al suelo urbano motivado directamente por el abandono rural y la falta de ganadería extensiva, esencial en la gestión del territorio desde los albores de nuestra civilización. Es erróneo definir a los actuales incendios forestales como de “sexta generación”, pues la excepcionalidad estriba en la abundancia de biomasa por gestión inadecuada en un medio rural, a escala mundial, cada día más despoblado del hombre y de su ganadería extensiva.
Y así se discrimina al sector forestal cuando al hablar de lo rural se dice “nuestros agricultores y ganaderos”. Nunca, por más que lo hemos pedido hasta la saciedad, se menciona a nuestros “forestales o selvicultores” y eso tiene consecuencias. Eso sí, las ayudas de la PAC para los montes están ubicadas en las mismas partidas presupuestarias europeas que los cada año más exiguos fondos que se asignan para los ganaderos y agricultores. Ahora dicen que hay que aumentar los gastos de defensa; efectivamente aquí está la guerra de verdad. Aumenten la flota aérea y los medios terrestres para crear un verdadero cuerpo único de extinción profesionalizado e interregional para esta contienda no probable porque la lucha contra los incendios es una verdadera guerra, con víctimas y cuantiosas pérdidas.
La U.E. está profundamente “preocupada” por el cambio climático. Su política principal se basa en la reducción de emisiones a toda costa, sin embargo presupuesta fondos ridículos para la gestión de los montes del sur de la UE, sistemas naturales únicos en la fijación del C02 para conseguir alcanzar las metas de neutralidad en 2050 conforme al acuerdo de la COP de París 2015. Son unas 200.000 has de masas arboladas incendiadas en estos días, solamente en España, que no solo van a dejar de fijar Co2 en su estructura vegetal, sino que en su muerte habrán emitido a la atmósfera brutales cantidades de toneladas de Co2 que superan con creces las emisiones del transporte, incluidos nuestros vehículos.
Podemos respirar el humo en todo el país; Ponferrada ha sido calificada la zona más contaminada del mundo en estos días. Sin embargo, la preocupación y solución de las autoridades europeas para este tema es prohibir la instalación del motor de combustión interna antes de 2030. Si hoy nos las vemos mal con lo que tenemos para controlar al fuego, no me quiero imaginar camiones de extinción, bulldózeres y resto de vehículos buscando un enchufe “libre” para recargar las baterías. Quizá, como decía Gila, “paramos la guerra (contra el fuego) mientras recargamos”.
Otro mito desmentido en estos incendios es aquel que decía falsamente que las pináceas son las responsables de su virulencia. Es difícil describir la brutalidad de la fuerza de estos siniestros, pero si puedo afirmar que la mayor parte de las especies que se están quemando en estas semanas son las llamadas “nobles”, encinares y robledales que algunos añoraban como las que apenas ardían y reducían la propagación. Curioso es que a estos “expertos” nunca los encontramos en ningún incendio para poder discutir esta falsa apreciación sobre el terreno.
Pero la crítica que más sorprendente relaciona la intencionalidad con la instalación de parques solares y fotovoltaicos. La Ley 43/2003 de montes, que ya de por si es muy restrictiva para este aspecto, PROHIBE el cambio de uso forestal de los terrenos forestales incendiados al menos durante 30 años y en ningún caso para montes catalogados de Utilidad Pública. La mayor parte de los montes que han ardido, precisamente están incluidos en ese catálogo.
Aunque se ha triplicado la capacidad impositiva, en los últimos decenios las administraciones han reducido de manera considerable las inversiones forestales presupuestadas en tiempos del ICONA. Pero seamos realistas, estas tampoco tienen capacidad para sustituir los ahora abandonados usos y costumbres milenarios del aprovechamiento vecinal en los bosques. La demanda en su caso de biomasa por parte de las empresas de generación de energía hubiera paliado el abandono de esos usos y hubiera sido una parte de la solución transformando esta energía, que hoy se quema descontrolada en el campo, en electricidad o en usos térmicos. Es más, imperativamente todas las empresas eléctricas debieran tener aparejado un mínimo del 30% de generación con biomasa de nuestros bosques. Sin embargo esto no fue así y hoy sufrimos las consecuencias. La biomasa es la energía “pobre” dentro de los planes energéticos de España y de la UE. Generar con eólica o con fotovoltaica cuesta mucho menos que con biomasa, si bien el ciudadano paga la energía, a veces, al precio de generación más caro en un sistema de cálculo perverso.
Para alimentar esa generación hay que limpiar el monte, reduciendo la virulencia actual de los incendios y su propagación. Y eso es desarrollo rural. Para generar con viento o con la radiación solar solo hay que instalar los equipos, de lo demás ya se encargan los elementos. Y eso no es desarrollo rural, es oportunismo. Hay mucho que hablar y debatir sobre los incendios rurales. Si queremos de verdad reducir las emisiones de gases nocivos debemos cambiar el modelo actual y reconocer que el aumento de estas, entre otros, es proporcional al abandono rural tanto por las emisiones incontroladas de incendios en todo el planeta durante todo el año, como por la descomposición otoñal e invernal de la biomasa muerta antes controlada por la ganadería extensiva necesaria en cada núcleo de población mundial.
Ya lo demostró hace años Castilla Y León con el “Plan 42” que debiera haber sido modelo, para los planes europeos de gestión del territorio y no lo fue. Es triste decir que sufrimos un negacionismo climático protagonizado por las propias instituciones que caminan de espalda a las verdaderas medidas que hay que tomar para mitigar este brutal cambio climático que padecemos. Su preocupación principal se basa en regar el territorio de enchufes para implantar por la fuerza el litio y el motor eléctrico en el transporte como la panacea al cambio climático, mientras la curva de los gases de efecto invernadero no deja de subir, como decíamos, a la misma velocidad que avanza el abandono rural mundial. En resumen, este de hoy es resultado de una política, no regional, no nacional, no europea, sino global, afectada por un conservadurismo nada lógico ni ecológico; sin fundamentos científicos reales, de espaldas al territorio, a la propia interacción del hombre y a su dependencia de la naturaleza.
_______
Juan Carlos Álvarez Cabrero
Máster en Derecho Internacional de Medio ambiente y Cambio Climático.
