Matamala, como así le conocía toda Segovia, falleció en la noche del sábado a los 92 años de edad. Ya viudo de Laura Muñoz Sastre, este hombretón alegre y despierto supo mantenerse lúcido hasta sus últimos momentos, agradecido a la vida y contento con todo lo que había sabido construir a lo largo de sus muchos años: “Sé lo que me queda, pero lo que no me va a ver nadie es con mala cara”, decía en la entrevista que le publicó este periódico el pasado 13 de abril, en referencia a su enfermedad.
Hombre de pocas ceremonias y corazón puro, empezó a trabajar en esta casa cuando aún no contaba los 11 años, de repartidor. Apasionado por la mecánica, para la que tenía sin duda un don, se formó en la Escuela de Maestría y, antes de acabar, con poco más de 12 años, ya estaba ayudando en la Imprenta de El Adelantado. Una vez allí, su carrera fue meteórica: de empezar como “chico del botijo” a convertirse -con 16 años- en el linotipista más joven de España. Matamala era capaz de desarmar pieza por pieza cualquiera de las máquinas de la imprenta que se hubiera averiado y, en una noche, dejarla funcionando. Pocas veces se ha visto una capacidad tal. Para meterse con él, en aquellos años, sus compañeros le llamaban “el Séneca”. Y es que no sólo estaba dotado de un a prodigiosa habilidad manual, era también un hombre de buen sentido y recto proceder, que pronto se convirtió en un referente dentro y fuera de El Adelantado, en el que trabajó lealmente hasta su jubilación.
Vicepresidente del Consejo de Trabajadores creado en 1964, integrado junto con el Consejo de Empresarios en el Sindicato Vertical del pasado régimen, fue también concejal en el Ayuntamiento de Segovia durante más de siete años, donde llegó a servir con tres alcaldes: Miguel Canto Borreguero, Juan López Miguel y Maximiliano Fernández. Entre otras muchas actuaciones, tuvo un papel muy destacado en las gestiones que se realizaron para la construcción en Segovia de la Residencia Sanitaria, actual Hospital General, al punto de que se trasladó cinco o seis veces a Madrid para hablar con el entonces ministro de Trabajo, Licinio de Lafuente.
Esta empresa tiene con Jesús una deuda de gratitud imposible de saldar. Desde aquí enviamos a su única hija, Laura García Muñoz, el esposo de ésta, Juan Carlos Santa Elena Bravo, y los hijos de ambos, sus adorados nietos Carla y Rodrigo, nuestro más sentido pésame. Con Matamala se pierde un hombre bueno de los de verdad, y la memoria viva de El Adelantado en la segunda mitad del siglo XX.