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La excelencia del médico navegando en el caos del sistema

por Ángel Gracia Ruiz
1 de agosto de 2025
en Tribuna
ANGEL GRACIA
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Luis Mester

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LA UE Y EL INDULTO A PUIGDEMONT

He de reconocer que he sido bendecido por la gracia de la vivencia de la medicina desde su más puro, profundo amor y entrega. Degustar el néctar de su ambrosía me ha llevado a desear ser médico desde que mi memoria recuerda. Admiración y respeto por estos profesionales se encuentran asentados en mí.
Siendo un niño, resultaba corriente, algún sábado o domingo, escuchar a mi padre decir: “Carmina. Voy a dar una vuelta al hospital. Me llevo al chico”. Me refiero el Hospital de la Misericordia. Me fascinaba contemplar la sonrisa del enfermo al entrar en su habitación. Conversación, chascarrillo, mano en la frente, toma de pulso, auscultación, revisión de historia, pautas, consejos, muestra de ejercicios. Una tertulia familiar. Siempre volvíamos tarde a comer.

En el Dieciocho de Julio, con diez u once años, asistí a alguna intervención quirúrgica, sentado en una banqueta, mascarilla en la boca, en silencio, fascinado, atónito, con la mirada entre la lesión y la cámara de rayos. “Con los guantes resulta muy complicado reducir bien esta fractura, hijo, pero te los tienes que poner”, –me decía. Efectivamente, con la edad, el carcinoma se apoderó de sus dedos. No creo que hubiera más de treinta médicos en Segovia capital entonces.

Por aquellos tiempos, en las casas había más niños que ahora y resultaba corriente que se quedaran pequeñas. Con seis o siete años, me adjudicaron como dormitorio el despacho paterno y como cama una plegable que se colocaba allí cada noche. Tenía la ventaja de estar alejada del resto. Sus paredes, estanterías de libros de medicina de suelo a techo, que me acompañaban. Pasaba horas, antes de dormir, combinando mis lecturas entre tebeos de Espartaco o Jerónimo y aquellos textos maravillosos cuyas fotografías y enseñanzas me liaban hasta las tantas.

Inicié mis estudios de medicina en la Autónoma allá por mil novecientos setenta y siete. El cadáver de la sala de disección de anatomía me dijo que lo que allí se impartía no tenía nada que ver con aquella experiencia vivida en compañía de mi padre. La facultad enseñaba la medicina de la enfermedad y la muerte y yo estaba acostumbrado a convivir con el cuidado de la salud y la vida. Así que, mi vocación se vio frustrada.

Mi más reciente experiencia personal como enfermo está consistiendo en disfrutar de la entrega, conocimiento, empatía y capacidad de trabajo de los médicos, navegando en el caos de un sistema sanitario disfuncional, colapsado, inoperante, ineficaz e insuficiente, gobernado por directivos no facultativos colocados para obligar al cumplimiento de programaciones y al maquillaje de simples números estadísticos. La emigración a la privada se ha convertido en obligatoria para quien ha podido. En mi caso, la cita pública para la Resonancia Magnética solicitada por vía preferente y de urgencia, imprescindible para la diagnosis del problema, llegó siete meses más tarde, cuando aquel ya había sido operado y tratado en la privada. Este retraso hubiera supuesto, probablemente, la pérdida de la visión, una hemorragia interna o incluso la muerte. El caso es que este éxodo inducido a la privada no es más que un engaño, que en pocos años ha quintuplicado la prima de la póliza. En las ciudades pequeñas como la nuestra, ha colapsado ese sistema y en las grandes como Madrid ha expulsado a los mejores profesionales hacia la absoluta exclusividad privada, de la que pueden vivir mejor.

El caos del sistema ha sido provocado por esos pocos, ya conocidos, a base de mancillar, en este caso, tanto a médico como a enfermo, desplegando, como siempre hacen, el urdido plan oculto de canje de sistema, manipulación, desinformación y siembra de la semilla del miedo.

Resulta innegable el avance de la técnica quirúrgica. Pero esta única ventaja no puede sostener el peso del cambio del paradigma de la salud. La enseñanza de estos tiempos nos está llevando al teorema de que la búsqueda de la verdad resulte aburrida. La ciencia, el intelecto y el materialismo se han convertido en los notarios que dan fe de lo que se considera cierto, relegando a la burla a aquellos que dirigen su indagación hacia la propia naturaleza del ser humano. Esta interiorización, me llevó a la certeza del desequilibrio y a la búsqueda de los medios y profesionales adecuados que me pudieran ayudar. También a la transmisión verbal de un mensaje al cirujano justo antes de entrar en quirófano: “No tengo ningún miedo a la muerte, Doctor, pero no me deje tonto”. Y es que, la auto indagación, el auto conocimiento, la interiorización, es método directo que otorga el saber de la naturaleza de la muerte física y ello supone un cambio en el modo de vivir así como frente al ataque y al engaño.

Se contempla en la medicina actual un paulatino alejamiento de la globalidad en favor de la especialización. Sin olvidar el beneficio de la mejora en la técnica, ello conlleva el problema de su más absoluto olvido de cuestiones generales esenciales que pueden llevar a asumir a ciertos ultra especialistas como ciertas algunas informaciones erróneas. ¿Valdría como ejemplo la repentina aparición de un virus? Dejémoslo ahí. También conlleva el olvido del origen en favor del tratamiento del síntoma, a costa de la farmacéutica que paga la investigación científica, a una absoluta división entre cuerpo y mente y, especialmente, espíritu, porque para la ciencia, el espíritu es inexistente. De este modo, el hombre, que nace en la tierra para encontrar su divinidad, es tratado como una máquina cuyo dato saludable más interesante es el logro de su longevidad a cualquier precio.

Lo que ya resulta sumamente grave es la utilización de la medicina por parte de los de siempre, como arma de control social y excusa legal de supresión de derechos y libertades, como vía de llenarse los bolsillos a costa del engaño, el miedo y la manipulación.

El caso es que, mi actual experiencia como enfermo, me está haciendo ver que el médico, salvo extraña excepción de rendición de su vocación al sistema, sigue siendo digno de mi admiración, agradecimiento y respeto, a pesar de que está siendo obligado a navegar en un océano caótico que, intencionadamente, le quiere llevar al naufragio. Desde aquí, mi ánimo a toda la clase médica por su vocación, valentía y dedicación.

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Edición digital del periódico decano de la prensa de Segovia, fundado en 1901 por Rufino Cano de Rueda

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