Tenía la sana costumbre de visitar religiosamente, nunca mejor dicho, el monasterio de San Antonio el Real. Todo empezó cuando don Domiciano nos llevó a la iglesia del monasterio y nos postró ante el retablo espléndido de la pasión.
En San Antonio el Real se casó más de un amigo. A San Antonio el Real acudíamos con nuestra madre los trece de junio y cada vez que un problema acuciaba a la familia sin saber dónde poner más fe, si en la intercesión del santo o en la seguridad de ella en que se solventaría.
Con las visitas he podido degustar el entusiasmo que derrochaban las sucesivas guías en su explicación. Unas más inclinadas al arte, otras con más incidencia en la explicación espiritual.
Contagiado de ese entusiasmo descubrí los libros de Enrique Nuere Matauco: el gran redescubridor y sabio de la carpintería de armar o de lo blanco y de lacería. Allí me sumergí, con escaso éxito, por la cantidad de conceptos geométricos para una mentalidad de letras como la mía. Eso de que las estrellas desculaten y moviendo cartabones encajen los techos, midan estos lo que midan, produce tanta admiración como difícil comprensión.
Poco a poco voy recorriendo escenarios donde estas obras de arte se dejan contemplar con la boca abierta: tribuna de la iglesia de Cantimpalos, clarisas de Tordesillas, de Salamanca, iglesia de Sinovas, de Alaejos, de Macotera, de Narros del Castillo, palacio de Altamira en Sevilla, de los Velada en Ávila, catedral de Teruel, museo de escultura de Valladolid, Arqueológico de Madrid. ¡Paraninfo e iglesia de la universidad de Alcalá de Henares! Y … Todas no tan lejos.
Perdonando viajes Segovia ofrece a sus habitantes ejemplos de lo más esplendente. Nuestro Alcázar alberga buenas muestras, entre reproducidas y traídas de otros sitios, tras la reforma que siguió al incendio.
Pero si resiste un edificio con las maravillas prácticamente originales y sin tacha desde el día lejano, 1450, en que lo construyeron ese es San Antonio el Real. Aquí, al ladito de casa, por una mísera cantidad, se despliegan ante nuestros ojos todos los ejemplos del arte que se puede desarrollar en las techumbres: alfarje, almizate, arrocabe, mocárabe, limas moamares, taujel, desjarretar, cinta y saetino.
Entonces se marcharon nuestras monjas, adolecidas de años y falta de vocaciones. Y nos quedamos un poco ciegos. Algunos segovianos tuvieron que perder algunas de sus buenas costumbres.
Hete aquí que un “Camino del asombro” vuelve con la idea de resucitar estos edificios y convertir su abandono en motivos de alegría. Hoy San Antonio el Real se puede volver a visitar. De tal forma que no quede ningún segoviano sin verlo, sin vivirlo, sin emocionarse con el recorrido. Con la ventaja añadida de que la visita es más completa: porque abre más estancias que dan testimonio de sus usos. Aunque el proyecto todavía no está completado, lo que se expone merece la pena.
La cocina del caserón de caza de Enrique IV. La huella del lince. El refectorio. Los patios. La fuente de la campana dentro de la arquitectura simbólica del jardín. El paseo por el atrio bajo las techumbres de maravilla. Tres trípticos flamencos de barro de pipa policromados que quitan el hipo. Las sacristías. Y, tachán, la sala capitular que ahora empieza a oscuras y que poco a poco va desvelando su firmamento de oro. Ya solo con esto podríamos salir con la satisfacción dibujada en nuestros rostros. Pero, amigo. Nos queda aún, no sé si lo mejor: el alfarje sobre el altar mayor de la iglesia y, más tachán, el retablo flamenco. No es todo. Pero suficiente para convertir la visita en gratificante, necesaria, impepinable.
Segoviano que lees. Si lo has visto me darás la razón y volverás. Si aun no lo has visto corre antes de que una mala gripe te retenga en casa. Deja que zaragateen por las playas ignotas y las montañas agrestes y, sin eso o con eso, sumérgete, solo con vestirte y calzarte, en el mundo maravilloso de San Antonio el Real.
¿Cabe decir que este proselitismo es gratuito, que no pretendo desviar turismo ni descubrir América? Si acaso prefiero que cuando llegues a la Alhambra de Granada o a la Aljafería de Zaragoza estés debidamente preparado, de vuelta de ellos, no añores su belleza, teniendo aquí, tan a mano, obra que no desmerece.
Ahora Paola te guiará a través de la historia por entre los muros y bajo las techumbres que nos dejaron nuestros reyes, Enrique e Isabel. Quizás ellos no pensaban tanto en nosotros cuando donaron el edifico a los franciscanos, a las clarisas. Nosotros se lo agradecemos como si fuera un regalo personal. San Antonio el Real vive. Levántate y anda.
