Reconozco que intencionadamente he titulado este artículo de forma ambigua consciente de que tráfico es una palabra polisémica. Porque no voy a hablar de los problemas de circulación que padecen los que viajan a Madrid cada mañana ni de la enésima intervención en Padre Claret que vuelve a plantear interrogantes sobre responsabilidades y alternativas en el tráfico de Segovia.
No. De lo que quiero hablar es de una realidad algo más dramática. Porque, aunque en la Iglesia celebramos la Jornada de Oración contra la Trata de Personas el día 8 de febrero, día de la festividad de Sta. Josefina Bakhita, una mujer que fue vendida como esclava a finales del siglo XIX, el próximo día 30 de julio se celebra la “Jornada Mundial contra el tráfico de personas” establecida por las Naciones Unidas en 2013. Hace años a este tráfico se le llamaba “Trata de blancas” porque afectaba fundamentalmente a mujeres relacionadas con la prostitución. La nueva designación ha ampliado el espectro porque ese tráfico afecta también a niños, jóvenes y adultos de ambos sexos.
El año pasado se estrenaba la película “Yo capitán” de Matteo Garrone que narra la historia real de dos adolescentes de Senegal que emprenden, a espaldas de su familia, el viaje a Europa con el sueño de ser músicos. La película es una mirada desde dentro al mundo de esos migrantes a los que vemos llegar exhaustos a las playas. Los adolescentes de la película sueñan tener éxito para ayudar a sus familias. En relación con el tema que nos ocupa, una de las peripecias que más me impactó es esa en la que, secuestrados por grupos mafiosos, se convierten en mercancía. La bondad y la mirada limpia de esos adolescentes, se enfrenta a la dura realidad del mal, despiadado e insensible, y a la mezquindad de quien vive a costa del sufrimiento de los demás. Una crónica dura pero muy realista que el director suaviza con metáforas e imágenes oníricas. Muy recomendable.
Si traigo a colación esta película y ese momento en concreto es porque refleja la desoladora pesadilla en la que se convierte un sueño. Las expectativas de una vida mejor se transforman en un infierno por el engaño de un contrato de trabajo que en realidad es un contrato de esclavitud con los barrotes de la deuda adquirida y las amenazas a las familias.
Otra película que, aunque aborda el tema de una manera completamente distinta, ofrece algunas pistas de cómo funciona ese comercio es “Venganza” (Pierre Morel, 2008) en la que una joven turista norteamericana es secuestrada en París junto a otras dos amigas para convertirlas en esclavas sexuales. Prescindiendo que luego se convierta en una ensalada de tiros por obra y gracia del implacable Liam Neeson, una secuencia de la película muestra el tráfico de chicas jóvenes, adquiridas en subasta por ricachones, como si fuera una feria de ganado.
Y, por abarcar un último campo del tráfico de personas, la película “Sonidos de libertad” (Alejandro Monteverde, 2024) nos habla del tráfico de menores. Basada en una historia real, nos muestra la lucha de un ex agente de seguridad nacional de Estados Unidos que decide dedicar su vida a rescatar niños que son secuestrados para convertirlos en esclavos, en víctimas de pederastas, en niños soldado o en potenciales donantes de órganos.
Este recorrido por el horror a través de secuencias concretas de cine, es una pequeña muestra de lo que sucede. Porque según datos de la ONU, hay 49,6 millones de víctimas de este comercio, el más lucrativo del mundo, incluido el comercio de armas. Y eso sin contar un fenómeno en alza que es el de los adolescentes captados a través de las redes sociales que siguen haciendo una vida aparentemente normal pero están sometidos a los explotadores.
El Papa Francisco, en la carta convocatoria del Jubileo de la Esperanza, pidió que la acción social de la Iglesia se centrase precisamente en la lucha contra la trata de seres humanos. Dos congregaciones, Oblatas y Adoratrices, especialmente dedicadas desde su fundación a acompañar a estas víctimas, valoraron positivamente la iniciativa porque piensan que “más del 80% de víctimas de trata son mujeres y niñas, y, por tanto, poner esta situación sobre la mesa permitirá reconocer más casos y nos posibilitará apoyar a más”. Y es que en España los dos tipos más comunes de trata son la explotación laboral y la sexual, ambas de mujeres.
No está de más que de vez en cuando se nos recuerde esta triste realidad que está más próxima de lo que pensamos.
