Tu fabuloso artículo del sábado 19/07/2025, aquí en El Adelantado, me deja triste. Como si la verdad produjera tristeza. Con lo que me gusta la verdad.
Si yo volviera a la escuela leería tu artículo en las aulas de tres, de diez, de quince años. Oigo como reales los comentarios que me supongo: ala, exagerado. Pero habrá que advertir a las personas, a la humanidad, cuanto antes, que si te respeta la salud el futuro llega. Y como tú explicas, llega peor que aquel presente de la infancia, de la adolescencia, de la juventud, de la primera adultez.
Siento rebatirte, querido profesor. Tengo una conclusión que seguro que será provisional hasta que tú me la derogues. Mi conclusión es que el futuro deseado consistía en hacernos viejos. Ni se me pasó por la cabeza.
De niño echaba carreras con mi padre, ejemplo de vitalidad y cariño. El aroma de las chicas distraía mi adolescencia de las ansias de sabiduría. Dediqué mi juventud a la búsqueda y la búsqueda me encontró a mí: un bellezón que ha resultado ser una de las mejores personas del mundo me confirmó el dulce sabor de la mujer. Durante muchos años me he dedicado en exclusiva a la profesión y a mi reina.
Don Domiciano nos anunciaba el inminente encuentro de las iglesias cristianas para volver a la unidad. Él, con Helder Cámara, Martin Luther King, Gandhi significaban para mí más el progreso de la Humanidad que los Einstein, Ramón y Cajal, Severo Ochoa y por ahí seguido. Me veía de mayor subido todo el día en la sombra de la higuera de la huerta de Julio, escuchando en el transistor a Consuelo Muñoz concediendo las peticiones del oyente. Mientras la lavadora-secadora, el friegaplatos, el frigorífico, la superrápida, la aspiradora, terminarían las tareas. Y, en último caso, mi madre siempre al quite.
Mentira. En la mili, que tanto rehuyen los apátridas de hoy, aprendí que hasta que no llega la infantería la plaza no está conquistada. Todas las ventajas del progreso, incluida la IA, funcionan si un currito pone tiempo, dedicación, esfuerzo. Los cristianos seguimos divididos.
Amigo, maestro de vida, profesor de francés y gran coleccionista de citas: concluyo que todos los tiempos futuros son peores. Es que si digo que cualquier tiempo pasado fue mejor me arrea Jorge Manrique vía cualquier ilustrado que se preste. La razón es evidente: el futuro nos hace más viejos y más enterados de cómo va el asunto, por torpe que seas. Más las circunstancias de cada uno, que, por mucho que se triunfe, siempre vienen acompañadas de desgracias más o menos abultadas.
Míralo: a nuestros padres les pasó lo mismo. Poco a poco dejaron de sonreír con la frecuencia que lo hacían. Dudo de que yo tenga más entereza que ellos. Tú que sabes, imagínate a Julio César, a Carlomagno, a Carlos I de España, a Cánovas del Castillo, a Franco, después de haber mandado tanto, llegando a la misma conclusión que tu describes en tu artículo. Esto se va, esto empeora, de qué sirve el triunfo, mi esfuerzo. No obstante, pese a tantas desgracias coetáneas, me cuesta creer que hoy no se viva mejor que hace mil, cien, cincuenta años. Esa creencia suena a compromiso para seguir pedaleando.
Si algo me gusta del cristianismo es la frase “Mi reino no es de este mundo”. Pero, a medida que envejezco, mengua la esperanza. La esperanza que queda es que, como la fe, la esperanza y, si me apuras, la caridad, sean un don y un día de estos lo reciba y me líe a practicarlas hasta que la notéis. De momento siento que el suelo que piso se reblandece. Y casi me gustaría más que fuera el suelo que las neuronas.
Entonces viene Juan Ramón Jiménez y entono con él: “Y yo me iré y se quedarán los pájaros cantando.” Como siempre.
