En lo alto de un promontorio rocoso que vigila al serpenteante río Duratón, se encuentra Sepúlveda, uno de los pueblos con más sabor medieval de Castilla y León. Declarada Conjunto Histórico-Artístico en 1951, esta villa segoviana es un ejemplo vivo de cómo el trazado urbano refleja siglos de historia, conflictos, religiosidad y arte.
El casco antiguo de Sepúlveda se adapta al capricho de su geografía: calles estrechas, empinadas y empedradas trepan por laderas, bordean riscos y se abren de forma inesperada en pequeñas plazas con sabor a siglos. Su urbanismo es orgánico, casi laberíntico, fruto de su origen medieval y de una evolución que nunca rompió con el alma de la piedra. A cada paso, el visitante se topa con rincones que parecen sacados de un códice: arcos, pasadizos, escudos nobiliarios y casas con balcones de forja y aleros generosos.
El núcleo se estructura en torno a la Plaza Mayor, corazón palpitante de la villa y testigo de su vida política, religiosa y festiva. En ella se celebraban antiguamente mercados, proclamaciones reales y corridas de toros. Allí se alza el Ayuntamiento, un edificio sobrio que conserva el carácter castellano, y enfrente, la Iglesia de San Bartolomé, una joya del románico rural con detalles mudéjares.
El patrimonio religioso es, sin duda, uno de los mayores tesoros de Sepúlveda. La villa llegó a contar con hasta siete iglesias románicas, algunas de las cuales todavía se conservan. Destaca la Iglesia del Salvador, construida en el siglo XI sobre una antigua fortaleza visigoda. Es el templo románico más antiguo de la provincia de Segovia, y su torre, de aire militar, domina el perfil del pueblo. También sobresale la Iglesia de los Santos Justo y Pastor, cuyo ábside y capiteles son magníficos ejemplos del románico decorativo.
Más allá del arte sacro, Sepúlveda conserva vestigios de su pasado defensivo: parte de sus murallas medievales, reforzadas durante la repoblación cristiana, y varias puertas de acceso, como la de la Fuerza o la del Azogue. Este carácter fortificado es coherente con su importancia estratégica durante la Reconquista, cuando fue frontera entre musulmanes y cristianos.
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Recorrer Sepúlveda es, en suma, perderse en un tiempo detenido. Sus calles, lejos de ser un simple entramado urbano, son la huella viva de siglos de historia, arte, fe y resistencia. Aquí, cada rincón cuenta un relato, y cada piedra guarda el eco de un pasado noble y eterno.
