No solo había diputados en el hemiciclo cuando Tejero y sus guardias civiles asaltaron el Congreso el 23 de febrero de 1981. También había ujieres, taquígrafos, policías, que compartieron con los parlamentarios muchas horas de miedo y angustia.
Cuando se escuchó el ¡Al suelo todo el mundo!, Estrella Domínguez, estenotipista, transcribía con su máquina la votación de la investidura de Calvo Sotelo; Juan Luis Herráiz, encargado de mantenimiento, atendía tras la última fila de escaños a unos cámaras extranjeros; el letrado Diego López Garrido estaba a punto de marcharse desde su asiento al lado de la Presidencia. 30 años más tarde, la mujer recuerda que al escuchar los tiros sintió «terror y pánico», tanto que tuvo que pasar tiempo para que pudiera volver a entrar en el hemiciclo a trabajar, del susto que le daba.
Herraiz logró escapar por los pasillos interiores de la Cámara hasta llegar a un habitáculo donde se grababa el desarrollo del pleno en un sistema de vídeo doméstico. Cuando se interrumpió la señal, él y un compañero guardaron la cinta en una caja fuerte.
La mirada perpleja de López Garrido, que es ahora secretario de Estado para la UE, aparece en las fotos del asalto de Tejero, en segundo plano tras el presidente de la Cámara, Landelino Lavilla. Cuando les obligaron a tirarse al suelo y oyó disparos pensó que estaban matando a los diputados y que el siguiente, sin duda, iba a ser él. No llegó a sentir miedo porque, directamente, se dio por muerto.
«Pensé que eran terroristas de ETA disfrazados de guardias civiles, con lo cual tenía mucho más miedo; un golpe de Estado era malo, por supuesto, pero no iba contra nosotros, iría contra diputados, el Gobierno… pero ETA no respetaba a nadie», rememora ahora Estrella, ya jubilada.
Mientras esta funcionaria, que no reconoció a Tejero, pensaba que el general Gutiérrez Mellado iba a caer muerto por los disparos, metros más arriba, desde la Presidencia, el letrado López Garrido ya sabía que aquello era un golpe. Él sí conocía a Tejero. Acababa de terminar una tesis doctoral sobre la Guardia Civil y lo había visto muchas veces en la Dirección General del instituto armado, donde «veía un ambiente muy hostil a la situación política».
Entre tanto, desde el otro lado del hemiciclo, bajo la tribuna de autoridades, Herraiz se olía algo raro al escuchar un primer disparo procedente del pasillo. «Cuando gritaron ¡Todos al suelo!, cogí la puerta y me largué», explica este veterano trabajador de la Cámara Baja, donde aún sigue. Salió corriendo y llegó a la habitación donde su compañero Ciriaco, «blanco del susto que tenía», contemplaba desde un monitor lo que sucedía en el hemiciclo.
La escena mostraba a los taquígrafos ocultos bajo la mesa central, donde la estenotipista sospechaba, como López Garrido, que los guardias estaban ametrallando a los diputados. Vio que su compañera taquígrafa, ya bajo la mesa, escribía una última anotación para reseñar la interrupción del pleno. Tras nueve minutos angustiosos allí tirada, en medio de un silencio espeso, los guardias dejaron a todos levantarse y el ambiente se distendió algo: «Me acuerdo de que Suárez me dio un cigarro, porque entonces se fumaba en el hemiciclo, y me dijo: Tranquilícese, que no pasa nada».
Una vez sentados todos, López Garrido se acuerda de que Tejero entró un par de veces en el hemiciclo. También de un comentario del diputado de la UCD Ignacio Camuñas, que le dijo: «Esto es un desprestigio absoluto para España». O el de uno de los agentes armados que decía con admiración a un compañero: «El teniente coronel Tejero este se la ha jugado».
También describe López Garrido lo que vio en el bar, poco antes de que hacia la medianoche Tejero echara a todos los letrados, como un espectáculo deprimente, «una especie de saloon del oeste americano», reseña. No supo que el golpe había fracasado hasta que, una vez fuera, cerca del hotel Palace, se encontró con el periodista José María García, que estaba en una unidad móvil de la SER.
6.350.- Son los euros que costó reparar los daños ocasionados en el palacio del Congreso por los golpistas del 23-F, según los cálculos efectuados en su día por el arquitecto conservador de la Cámara.
