Aclaro para lectores foráneos que en Segovia celebramos las fiestas patronales entre S. Juan y S. Pedro. Seguramente son dos de las pocas fechas del santoral que todavía se recuerdan. Desconozco por qué se eligieron para las fiestas de Segovia aunque, conociendo el pasado de la ciudad ligado a las tareas agrícolas y ganaderas, se puede uno imaginar que estuvieran relacionadas con el fin del esquileo y el comienzo de la siega. Los mayores recuerdan todavía que en estas fechas se contrataba a los segadores.
El caso es que las fechas que delimitan nuestras fiestas más populares son el Nacimiento de S. Juan, llamado el Bautista, y la fiestas de los Apóstoles Pedro y Pablo. Si a la primera se le ha despojado del apellido, a la segunda se le ha despojado del compañero.
La natividad de S. Juan Bautista coincide con el solsticio de verano. Cuando el cristianismo se fue haciendo predominante en el Imperio Romano, a partir del siglo IV, se comenzaron a establecer las fechas que hacían relación a la vida de Jesucristo, de quien solo se conocía la fecha de su muerte acaecida unos días antes de la fiesta de Pascua, según algunos estudios, el 3 de abril del 33. Como del resto no se tenían noticias, para facilitar su memoria en la vida de los pueblos, se decidió cristianizar las que ya se celebraban relacionadas con los cultos paganos. Así, la fiesta del solsticio de verano se convierte en la fiesta del nacimiento de S. Juan Bautista porque es el precursor, el que prepara el camino para “el sol que nace de lo alto” según canta Zacarías en el Evangelio de Lucas.
Solsticio procede de las palabras latinas “sol” y “titium”, que significa sol quieto. Así fueron designados desde la antigüedad los dos momentos en los que el sol parece quedarse estático en su recorrido por el cielo. A partir de ellos, los días comienzan a menguar o a crecer. Si Juan el Bautista estaba destinado a menguar ante la aparición del Mesías, era lógico que se le tribuyese el de verano cuando los días comienza a ser más cortos. En el otro solsticio, el de invierno, se había establecido el otro nacimiento, el de Jesús, porque era la fiesta del sol invicto, el día en que el sol comienza a vencer a la oscuridad y los días se alargan.
Por otra parte, el día 29 se celebran jutos a los Apóstoles Pedro y Pablo. Ambos fueron martirizados en la época de Nerón con pocos meses de diferencia. Pedro murió en el circo de la colina Vaticana hacia el 67, donde ahora se levanta la basílica, y sus restos fueron localizados a mediados del siglo pasado en la necrópolis que hay en el subsuelo. Si algún lector viaja a Roma, esta visita a las excavaciones es poco conocida pero muy interesante.
Por su parte, S. Pablo moría decapitado, porque era ciudadano romano y esta se consideraba una muerte más digna, en la Vía Ostiense, a las afueras de la ciudad, en el 68. Su recuerdo se guarda en la basílica de San Pablo Extramuros. Sobre sus últimos días en la prisión Mamertina, recomiendo la película “Pablo, apóstol de Cristo” de Andrew Hyatt realizada en 2018.
El haber unido a dos personalidades tan distintas como Pedro y Pablo, tiene que ver con intentar presentar la unidad en la diversidad que se da en la Iglesia ya desde los primeros tiempos. Pedro representa la institución porque Jesús le hace el encargo de ser la roca sobre la que asiente la pequeña comunidad. Pablo es el carisma, la capacidad para adaptar el mensaje a los tiempos y a la cultura de cada lugar. De Pedro recibe la estabilidad necesaria para no estar al albur de los tiempos y de Pablo la ayuda para no estancarse encerrándose en sí misma. Esta tensión forma parte inevitable de la vida de la Iglesia y ha estado especialmente presente en el pontificado de Francisco, cuando los papeles parecen haberse intercambiado porque tenía más de Pablo que de Pedro.
En esta época donde parece valorarse la retórica de la crispación y de la confrontación más que la de la mano tendida, las figuras de Pedro y Pablo nos hacen recordar la sabia sentencia de S. Agustín: In necessariis unitas, in dubiis libertas, in omnibus caritas (En lo necesario unidad, en lo dudoso libertad, en todo caridad).
Y hay que reconocer que el refranero no se suele equivocar: Entre San Juan y San Pedro, chicharrera tenemos.
