“Como el toro estoy hecho para el luto.” “Y yo sigo aquí cantando, cual si no pasara nada.”
Toros en el fresco del palacio de Cnosos, Creta (Grecia), en el relieve de una de las copas de Vafio, Laconia (Grecia). En Goya, en Botero. En el bar de Esteban, por una mínima consumición, donde la vida laboral se interrumpe para ver San Isidro. Ahora gratis en Telemadrid.
Alguien ha arrugado el hocico: ¿toros?
Hoy, después de sesenta millones de años, un buen trozo de piedra ha entrado en los hangares de la serrería para convertirse en losas de pizarra que alfombrarán edificios de echusté. Ahora millones de espigas, achicharrándose en el campo, esperan la guillotina de las cosechadoras para iniciar el viacrucis que las terminará enterrando entre fauces de comensales. No los cientos de gatos que sucumben bajo las ruedas del tránsito, sino cantidades ingentes de pollos, gallinas, corderos, cerdos, terneros, se inmolan para la necesidad de la alimentación, si no por el placer de la gastronomía. Peces, crustáceos incontables se levantan del agua entre las redes; el oxígeno del aire no les da para vivir. Y nadie levanta un dedo en señal de duelo.
Pero eso de los toros es muy cruel.
¿Cruel? Esopo, Iriarte, Samaniego pasando de la crueldad del gorrión que devora entre su pico al inocente saltamontes o del esfuerzo de la libélula aleteando para zafarse de la golondrina. No digo nada de Walt Disney para acá: ratones que dirigen orquestas, osos guardando bosques, coyotes derrotados sin fin. Ternurismo por ternura. En cualquier caso, conductas instintivas, si no alegorías simpáticas, frente a la voluntad de las cualidades humanas, de la virtud.
Todavía personas conciliadoras andan poniendo la otra mejilla, como si se tuvieran que disculpar. Las dehesas sin toros llamarían al desierto; si tantas familias no cuidaran de los toros irían al paro; si no existiera la tauromaquia la cultura española perdería identidad.
¿Ecología, empleo, cultura? Me gustan los toros. ¿Tengo que pedir perdón?
Quince o veinte mil personas han exclamado al unísono eeeh. ¿Qué les hizo ponerse de acuerdo en millonésimas de segundo para sentir la emoción que les recorre la nuca como un relámpago? Respuesta correcta: el arte de torear. La masa luego evolucionará hacia olés encadenados, hacia silencio, hacia pitos. Sin subvención alguna. Más bien al revés, como, por ejemplo, la plaza de toros de Azpeitia, cuyos 12.000 € de beneficio del año pasado se entregaron a perjudicados de la DANA y entidades benéficas.
Te viste ante una película, ante una música, ante una obra de teatro. Observaste cómo las personas se tiran desde las cumbres por laderas nevadas, se encierran en aviones y bólidos que van a mil por hora. No comprendiste nada. Ni se te ocurre pensar en prohibirlo.
Destazar, colocar canalones al borde del precipicio, bajar un puerto en bicicleta te parece humano, incluso digno. Arrancar piedras milenarias, triturar vegetales, robar peces al mar entra dentro de costumbres indiscutibles. Ver la sangre del toro durante su lidia insoportable. Ni médico ni curandero requiere tu dolencia: no vayas a los toros.
No verás cómo Morante se alza por encima de todas las categorías. Cómo le siguen a la zaga toreros poderosos o artistas como Luque, Perera, Curro Díaz, Ureña, Urdiales, de Justo, Ferrera, Uceda Leal, Jiménez, Escribano, Rufo, Román, Fortes. Ignorarás la vocación de ganadero, cuidando alimañas, fabricando monerías para que triunfen las figuras. Desconocerás la liturgia, el vocabulario, la variedad de personas y opiniones que genera el mundo de los toros. Tendrás, si no vas cadáver por el mundo, que buscar en otro sitio la emoción, el suspense, la pasión que nosotros encontramos en el arte de torear.
Nadie obliga a nadie a ir a los toros. No me lo quieras impedir tú a mí. Será por falta de situaciones y motivos para ir con tu prohibición en provecho de las personas, en defensa de sus derechos.
Aquí los toros y los toreros, los aficionados todos al arte de torear, no solo, sino también, quedamos a la espera de que una verónica, un natural, una estocada, una lidia, nos alivie de la pesadez de algunos, de las circunstancias adversas, de nuestra propia condición caduca. “Como el toro me crezco en el castigo.” El de quienes se fijan en los toros para empezar a arreglar el mundo.
Corto y por derecho: déjanos en paz. O mejor: en libertad.
