El tren, a lo largo de su historia, nació y fue utilizado para diferentes actividades, principalmente el transporte, ya de personas, animales u otras circunstancias. En Segovia, por concretar lugar, en los inicios del servicio a finales del XIX, raro era el día en que no había paradas no solicitadas, averías no programadas, descarrilamientos y accidentes lamentables. Todo ello producto de la novedad y de no haber conseguido en ese determinado transporte la seguridad debida.
Recuerdo al lector que estoy escribiendo con referencia del siglo XIX. No se trata, por tanto, de repasar la tabla del ‘9’ o poner esparadrapo donde no hay herida. Aquello fue… aquello, y hoy… es esto. Concomitancias aparte.
A los efectos que procedan tras lectura posterior, recuerdo lo que, cuando era pequeñín, me preguntó mi nieto: ¿Sabes en qué se parece un tenedor, una vaca y un barco? Me sorprendió y me quedé mirando a Miranda. Como no respondía él me dio la respuesta: ‘Mira, la vaca y el barco no se parecen en nada y el tenedor es para despistar’.
Puede que, si continúan leyendo, separen churras de merinas y entiendan la primera parte para enlazar con la segunda. La que va ahora. Se trata de una historia lúgubre sucedida al paso del tren por la ciudad.
Sitúense. Mes de diciembre de 1889. En el paraje de La Fuentecilla, término de Hontoria, un tren atropella a un ciudadano, varón de 27 años. Tras el accidente la policía describe los datos del fallecido: ‘Pelo y barba negro; llevaba una manta de color pardo a rayas con iniciales B.G. en letras verdes, amarillas y encarnadas; vestía chaleco de pana color café, blusa azul, camisa y camiseta blancas, faja negra y pantalón del mismo color; medias azules, zapatos fuertes y boina negra. Estatura regular’.
La policía, tras la descripción y observada la situación, considera que fue la víctima quien se arrojó al paso del tren, no pudiendo reconocer físicamente al fallecido por lo desfigurado de su rostro. Junto al cadáver había unas tijeras clavadas en forma de cruz y debajo una carta, sin firmar, donde se leía: ‘¡Pícaro mundo, qué engañado me has tenido’. La carta estaba dirigida a ‘Mariana’.
Unos días después se dio a conocer el nombre del muerto: Benito. Natural y vecino de Zamarramala. El cual, minutos antes de lanzarse al paso del tren, había dejado atada una mula en un muelle de la estación. Con posterioridad, y a través de comentarios de su familia, se conoció la pretensión de Benito de casarse con una joven del mismo pueblo.
Una historia ‘explosiva’
Mes de abril de 1899. Al Gobierno Civil de la provincia del que es gobernador Víctor Ebro, se recibe una denuncia anónima en la que se detalla la existencia, en una vivienda del barrio de San Marcos, de un depósito de material explosivo.
La policía visita el lugar, en la calle Marqués de Villena, la que a través de las huertas conduce hasta El Parral, comprobando que la denuncia es cierta. La vivienda estaba ocupada por ‘Leoncio’, dueño y fabricante de los explosivos, según determinó la policía tras la declaración del denunciado. Se inició el registro y a su finalización el informe policial determinó lo hallado:
-115 paquetes de pólvora de caza de un cuarterón de peso (115 gramos cada uno); 29 paquetes de pólvora para barrenos de 966 gramos cada uno; 9 docenas de cohetes, una arroba de azufre; carbón en polvo, un revólver, un bote de pólvora blanca, una escopeta, una caja de capsulas triples de dinamita… y varios útiles para la fabricación de explosivos.
La referida fabricación la llevaban a efecto en una de las cuevas de los Altos del Parral (posteriormente cuevas de champiñón), donde aparecieron más útiles.
Cuando registro e interrogatorio acabaron, la policía puso en conocimiento del representante en la ciudad de la Compañía de Explosivos el hallazgo, haciéndose cargo este del ‘arsenal’. Mientras, ‘Leoncio’ entraba en la cárcel a espera de juicio. La policía continuó con la investigación, pues determinaron la existencia de ramificaciones fuera de Segovia.
Bueno, bueno y… bueno
Se lo cuento. Año 1909. Mes de enero. La policía, debido a un ‘chivatazo’, detiene a tres sujetos que dirigían sus pasos hacia el Valle de Tejadilla con la ‘sana’ intención de zanjar, por medios violentos, ciertos resentimientos personales. Los tres fueron registrados e interrogados en Comisaría. Eran portadores de una pistola y una navaja de grandes dimensiones. Al parecer, y a través de manifestaciones dentro del tren en el que habían viajado, el revisor tuvo el acierto de comunicarlo a la policía y evitar así la ‘gresca’ y sus consecuencias.
Otras cosas; otros datos
Considero enterados a todos aquellos que ya cumplieron cien años y pico de edad, que en la Ciudad de Segovia hubo a finales del XIX establecida como guarnición el Regimiento de Sitio. Estaba compuesta por 447 artilleros, 12 sargentos, 29 cabos, 7 trompetas, 29 caballos de tropa y 256 mulas.
Exportadores
Sepan que… en el número 37 de la Plaza Mayor hubo un gran almacén de frutas, 1888, cuyos productos exportaba a diferentes provincias. Era propietario Pedro Gonzalo Albertos, el cual tuvo un éxito más que notable a través del gran número de productos que vendía. Llegó a tener hasta seis vehículos (carros), repartiendo diariamente.
Un gran médico
Agustín del Cañizo García (internista, garganta, nariz y oído), ante todo médico, que ejerció en Salamanca, Madrid y Segovia, fue, además de grandísimo profesor, persona entrañable para cualquier enfermo que llegaba a sus manos. A Segovia venía desde Madrid a pasar los veranos. Y fue aquí donde le sorprendió la maldita guerra entre hermanos españoles. A lo largo de tres años estuvo ‘asignado’ al Hospital de la Misericordia, donde impartió asistencia y docencia. Pasado ese tiempo de ‘reclusión’ impuesta, regresó a Madrid, donde en el Hospital de San Carlos tuvo como ‘clientes’ a no pocos segovianos, que bien conocían su espléndida labor médica. Falleció en 1949.
