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Cine de puertas y susurros

por Sergio Casado
8 de junio de 2025
en Segovia
Tras las cámaras, reparto y director, reunidos en los escenarios de “Horizontes de Grandeza”, protagonizada por Gregory Peck y Jean Simmons.

Tras las cámaras, reparto y director, reunidos en los escenarios de “Horizontes de Grandeza”, protagonizada por Gregory Peck y Jean Simmons.

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Me fijo en un listado de películas, la filmografía de un cineasta: William Wyler. Muy posiblemente al lector el nombre le sea ajeno, quizá una vaga presencia, un susurro. Es lógico que sea así. Pocos brillos van quedando de los cineastas del pasado. ¿Quiénes eran? ¿Se parecían a nosotros? ¿Cómo fueron sus vidas?

Con un vago deseo de visitar esa estrella wyleriana con mi nave de la imaginación, curioseo entre las redes para ver si cae algún pez bajo mi poder y así proyectarlo en mi cine pequeñito, ese del que he escrito, el del clavo ardiendo, que parece el título de un libro a priori prometedor. Clavo más que nunca porque mis carencias dificultan la misión de seguir escribiendo. Pero si lo hago una vez más, pienso, si lo hago una vez más, lo de escribir me rescatará por un rato, quizá durante unos días, del desconcierto y la temida desmoralización.

Lo lógico es fijarme en una película, “Jezabel”, que me llama la atención por su extraño título. Pero pronto me olvido de ese título para fijarme en la actriz: Bette Davis. Es espectacular, no conozco muchos títulos de extraña “posesión infernal” de una película por una actriz de este nivel. Toda la película es ella. Incluso Henry Fonda parece microscópico a su lado. Julie (Davis) es egocéntrica, caprichosa, rebelde, libre, irritante, atractiva. Y muchos más adjetivos.

Pronto averiguo de la presencia del tótem John Huston en la escritura del guión. Y está la Davis y por supuesto William Wyler. Algo ha de salir de ahí y así es. Sale cine con mayúscula. Wyler tiene sólo treinta y cinco años al filmar esta extraordinaria película sobre las consecuencias de los actos de una “jovencita”. O no tan jovencita. Jovencita para lo que le interesa. Si se ha de vestir -dice la tradición- de blanco, Miss Julie Marston decide vestir de rojo. Pero una decisión así tiene consecuencias. Salirse de las normas puede llevar a territorios inhóspitos.

“Horizontes de grandeza”.
“Horizontes de grandeza”.

Como ya he escrito en alguna ocasión, podemos aprender cine con cada película, con cada escena, con la mirada de un actor o actriz, como en este caso con Miss Julie. Y es magnífico aprender algo con alguna película olvidada, del pasado, como es esta “Jezabel”.

Enterrados en el pasado, en la fugacidad, John Huston, Bette Davis o Henry Fonda nos interrogan. Cruzamos una especie de puertas y escuchamos sus susurros. La sensación es de sorpresa al hablar con ellos, al conocerles siendo jóvenes, cuando eran invencibles.

Nos hablan de este sueño, “Jezabel”, y de otros que atesoraron. Unos susurros llevan a otros susurros y unas puertas nos llevan a otras puertas. Los sueños descansan muchas veces en baúles cubiertos de polvo en las buhardillas del cine.

“¡Es de otra época!”, suele decirse de ese cine. Es posible. Quizá el cine del pasado ya se fue y hay que dejarlo irse. Pero yo estoy en la postura contraria. ¡Qué sabré yo! Creo en el cine del pasado, creo que debemos volver a él aunque esté proscrito en muchos círculos. Pueden aparecer tesoros, y lo más importante, seres humanos llenos de vida. Quieren estar con nosotros. O al menos a mí me lo parece.

Aprender cine, decíamos. ¿Viendo todo el cine posible? ¿O quizá deteniéndonos por un rato en alguno de ellos, tomar aire como con Wyler? Posiblemente no me hubiera quedado quieto a curiosear “Jezabel” si no me propusiese escribir esto.

Desde luego la escena del baile con las damas vestidas de blanco salvo una de ellas es cine en lingotes de oro. No envejece ni se acartona. Wyler sonríe. Sabe desde su susurro que contravenir las normas, lo establecido, es algo que nunca va a caducar. Y por supuesto, las consecuencias que vendrán.

El actor Dana Andrews junto a Teresa Wright en un fotograma de “Los mejores años de nuestra vida”.
El actor Dana Andrews junto a Teresa Wright en un fotograma de “Los mejores años de nuestra vida”.

Wyler susurra, digo. “Estoy aquí”. El poder del cine es el del arte que siempre transcurre en presente. Pero no es todopoderoso. Afortunadamente aquellos intérpretes y técnicos pueden acompañarnos. Como Bette Davis, de nuevo estelar, en “La carta”. ¿Finge o dice la verdad? Más actual que nunca la cuestión. Pero la carta…. ¿Qué carta es esa? ¿Qué representa? ¿La verdad? Un amigo abogado intenta encontrar esa verdad, pero no sabemos que nos tiene deparada la historia original de Somerset Maugham. Todo suena a pasado, de nuevo. Pero es un pasado presente. Puro cine. No es un simple guiñol.

El cine de Wyler, en “Jezabel” y “La carta” no declina. Nos espera. Una mujer en la sombra sabe la verdad de esa carta. La Davis hará con sus manejos lo que sea necesario para que no salga a la luz.

Y yo a lo mío, a la búsqueda de peces en los fondos marinos. Y me interesa otra película, mucho más olvidada, quizá incluso deteriorada por el paso del tiempo. Se llama “The gay deception” (“La alegre mentira”, 1935).

Es una película champán de Wyler. Es la historia de un ingenioso y travieso botones y una despistada secretaria, empeñada en tocar con los dedos la fantasía, la aristocracia, lo inalcanzable. Una soñadora, vamos.

La soñadora wyleriana tendrá su oportunidad, pero la realidad siempre busca boicotear a la fantasía y lo romántico. Rápidamente me pongo a su favor porque ella está dispuesta a jugárselo todo en esa ruleta.

La película me atrapa por completo quizá porque sé lo fácil que es ser cínico con ella. Es pura comedia romántica, Wyler del estilo alegría de vivir. Veremos que Wyler no sólo fue eso. Y me pregunto rápidamente como es posible que el cineasta de “La alegre mentira” y el de “La carta” sea el mismo.

Rápidamente le recomiendo la película a Carlos y se interesa y de paso me dice lo que piensa del cine de Wyler: “Wyler era un director de grandes estudios, de grandes películas y de grandes estrellas. Si quieres ver una obra maestra de los años treinta a los sesenta, elige a Wyler: Tiene más de una por década”.

Quiero saber más de la maravillosa actriz protagonista, Frances Dee. ¿Quién sería? Es el cine de los pies de barro. Todo el cine es así y me quedo pensativo. Lo único que se me ocurre es que tengo que tener esta película presente y volver a verla. Por puro placer.

Audrey Hepburn y Gregory Peck protagonizaron “Vacaciones en Roma” en 1953.
Audrey Hepburn y Gregory Peck protagonizaron “Vacaciones en Roma” en 1953.

La vida es sinsentido, es drama o es comedia. Todo es posible en el cine de William Wyler. Él mira y narra. Todo es posible en su cine, como muchos deseamos sucediese en otros cines.

A menudo se le despreció en su tiempo, y por ejemplo Orson Welles decía que no tenía estilo. Pero no todos los cineastas pueden ser “autores” tal y como entendió el concepto la crítica. ¿Y qué significa ser autor?

Para mí su estilo es la mirada al ser humano. Sí, me he dado cuenta de esa idea al escribir estas líneas. Ese desprecio a Wyler era feroz, pero él no le daba demasiada importancia. André Bazin lo veía de otro modo: “Cuando hablamos de su forma de dirigir debemos tener siempre en mente que su primera y única preocupación era que el público comprendiese lo que veía”. Y también de Bazin: “Wyler quería que el espectador lo viese todo y que eligiese lo que quisiese, como acto de lealtad al espectador, un intento de honestidad dramática”.

En una entrevista en 1981, Wyler señalaba lo siguiente: “Busco algo en lo que me sienta implicado a nivel personal. Lo puedo encontrar en una novela o en una obra teatral o en un hecho político (…) He sido acusado por los críticos de ser un director sin firma. Yo disfruto siendo esa clase de director. Disfruto haciendo cosas diferentes. Dirigir películas es un asunto mío y nadie tiene que decirme si he de hacer melodramas, comedias o musicales. Sólo tienen que decirme que haga películas”.

Wyler empezó trabajando como botones en la Universal Film Manufacturing Company. Barría y ponía cafés y luego corregía guiones. No sabemos como dio esos saltos hasta ser tercer ayudante en “El jorobado de nuestra señora de París”.

Dirigió westerns de dos bobinas. Era todo un aprendizaje de años y Wyler iba a hacerlo.

En 1926 trabaja como ayudante en el “Ben-Hur” de Fred Niblo. Ahí estaba agazapado Wyler, según Ángel Comas: “Wyler y un amigo, Bruce Humberstone (futuro director y entonces ayudante de dirección) encontraron trabajo en la Metro, que necesitaba gente para el rodaje de la famosa escena de cuádrigas… … Cada uno de los ayudantes de dirección, vestidos de romanos y dentro de las masas, tenía a su cargo un grupo de extras y debían ejecutar las órdenes que les daba el director, sentado en todo lo alto de una gran torre”.

Quizá aquel joven Wyler de 1926 susurraba al oído al Wyler de 1959 en la famosa versión de “Ben-Hur”. El joven cineasta era veterano y estaba ante la gran superproducción de la historia de aquellos cines, aquellos cines a los que acudía mi padre. Mi padre se emocionaba con aquella película de 1959 con Charlton Heston y a mí me gustaba observar a mi padre. Me preguntaba la razón por la que a mi padre le gustaba tanto aquella película. Volví a verla y volví a verla y entendí porque le gustaba tanto. Por los seres humanos, tan vivos, que había en aquella película, la del director con el estilo invisible, se había dicho. O despectivamente, sin estilo.

Incluso al mirar a un ser humano infame como el juez Roy Bean de “El forastero”, lo hace con delicadeza. Así arma sus pinceladas para mostrar al villano magníficamente interpretado por Walter Brennan. Y frente a Bean está Cole Hardin, representación del ingenio, valerse de él cuando asoma el mal.

El que me lea sabrá que me gusta recomendar película. Siempre pienso en el placer o emoción que he sentido al verlas. Una de esas películas es “Los mejores años de nuestra vida”, quizá la mejor película wyleriana. Es la película del regreso a casa, de la guerra, de lo que se pierde con ella. ¿Cómo vivir después? Wyler lo tuvo claro: “Hay que hacer una película más humana que política.” Como no, con Harold Russell y sus garfios de acero. Russell no se había rendido y Wyler miraba esa actitud positiva. Es un éxito del cine. Y no me refiero a la crítica o a la taquilla. Va más allá. Captura nuestra imaginación, nos conmueve. Une a un gran equipo del cine, con Samuel Goldwyn, Wyler, Harold Russell, Cathy O´Donnell, Teresa Wright, Dana Andrews, Fredric March, Gregg Toland… Todos unidos por el cine cuando es muy poderoso.

Charlton Heston dio vida al héroe de la novela Ben-Hur, de Lew Wallace.
Charlton Heston dio vida al héroe de la novela Ben-Hur, de Lew Wallace.

Decía Welles que Wyler era un director productor, pero lo cierto es que de algún modo siempre intentó buscar independencia y libertad creativa aunque finalmente siempre trabajase para los estudios.

Peleaba por sus películas, como por “Vacaciones en Roma”, empeñado en rodar en Roma en lugar de en un estudio o en California. ¿Quién escribiría esa película? Sin duda alguien especial, quizá Dalton Trumbo.

Y sigo con el guía, que es mi padre. Él admiraba también “Horizontes de grandeza” y de nuevo me fijé en esa película, en aquellos seres humanos wylerianos. ¡Era el mismo cineasta de “Los mejores años de nuestra vida”! Aquél cineasta no podría fallarme. Wyler: “Trata de un hombre que rehúsa comportarse de acuerdo con las normas establecidas”. El título original era “The big country”, algo así como el gran país o el gran territorio. Ya lo creo que era grande. Era tan grande el territorio como tan grandes las relaciones entre aquellos seres. Yo creo que sigue siendo igual.

La mirada. No puedo explicarlo pero me alegra tener la mirada que mi padre tiene respecto a esta película. La sabe de memoria. No quiere olvidarla. Y la vuelve a ver. Y la vuelve a ver. Quizá porque esa película es él.

Lamentablemente he olvidado películas como “La gran prueba” o “Como robar un millón y…” Mi memoria está maltrecha y no sé si me tropezaré con alguna de ellas. Si Wyler se va yendo de mi memoria tendré que volver a él. Pero no sé si será así porque el tren del cine no se detiene. Es veloz.

Ángel Comas: “Bazin estaba calificando a Wyler como un cineasta austero, riguroso, ordenado y con cierta altura artística. No llegaba a profetizar que Wyler moriría en la hoguera defendiendo sus principios pero sí que siempre luchaba por ellos”.

Puertas abiertas a Wyler, que nos susurra, nos susurra.

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