Hace unos días, recibí en mi despacho a una persona que me habló de su proceso de vuelta a la fe católica a partir del fallecimiento de su hija de dieciocho años por una repentina enfermedad. Para este proceso de vuelta a Dios, y a la Iglesia, fue fundamental para él la lectura de Mero cristianismo de C.S Lewis.
En estas conferencias radiofónicas, entre otros muchos temas, Lewis presenta la identidad de Dios, de una forma muy sencilla, como un Padre que ama a un Hijo. Muchas veces buscamos imágenes para hablar de Dios y nos olvidamos de que Dios mismo se ha revelado dándonos la IMAGEN (con mayúsculas) real.
Sabemos que Dios es un Padre que ama totalmente a su Hijo y que le da todo lo que es y todo lo que tiene. Y, al mismo tiempo, Dios es un Hijo que ama totalmente a su Padre y le da en respuesta, todo lo que el Padre le ha dado y de lo que él mismo se había apropiado: es decir, todo lo que es y todo lo que tiene. ¿Por qué sabemos que Dios es así? Porque el mismo Hijo nos lo ha contado. Así de sencillo y verdadero. Y esta es una realidad fácil de entender para todos. No todos somos padres biológicos (aunque hay muchas formas de ser padre), pero es seguro que todos somos hijos. Y sabemos que lo que somos, en principio, se lo debemos a nuestros padres, y también lo que tenemos. Pues, aunque lo hayamos desarrollado con ayuda de otros y hayamos conseguido muchas cosas por nuestro propio esfuerzo ¿acaso podemos pensar en un inicio de nuestra vida sin la presencia de un padre?
Por eso podemos entender a un Padre que es la fuente del ser de su Hijo y que le ama totalmente; y un Hijo cuya única razón de ser es amar a su Padre y reconocerle todo lo que le ha dado. Y esta comunión es una grandísima alegría, como una mañana de regalos en la que Padre e Hijo se lo entregan todo mutuamente. Pues bien, este amor —continúa Lewis en su disertación— es tan enorme, que es también persona, es decir, que podemos relacionarnos y hablar con él. Y ¿de qué nos hablará este Amor? Pues de lo único que sabe: del Padre y del Hijo y de cómo se aman.
Este amor es el Espíritu Santo que Jesús, por deseo de su Padre, ha querido compartir con nosotros para que nos llenemos de su amor y de su alegría. Es como un precioso y continuo baile de celebración. En el conocido icono de la Santísima Trinidad de Rublev, conservado en la Galería Tretiakov de Moscú, la Trinidad aparece danzando en torno a un altar en el que encuentra un cordero sacrificado. Así se deduce de los pies cruzados de las figuras de los ángeles que están situados en los extremos del icono y que representan al Padre y al Espíritu Santo.
Dios ha querido hacernos parte de su alegría y por eso, en este domingo de Pentecostés se celebra también el día de la Acción Católica y el Apostolado Seglar. Esto no es otra cosa que la acción de los cristianos de asociarse para llevar al mundo este mensaje de comunión. Detrás de las diversas formas de asociación que existen en la Iglesia: para atender diversas necesidades; para anunciar el evangelio; para llevar la enseñanza; para adorar al Señor; para venerarle en una imagen y llevarle como testimonio por las calles… En cada una y en la unión de todas, se percibe la acción del Espíritu Santo que las promueve y las sostiene formando un verdadero mosaico multicolor. En estos primeros meses de presencia en Segovia, doy gracias por todas las formas de asociación de los cristianos en Segovia, que hacen de nuestra diócesis una Iglesia muy viva.
El amor entre el Padre y el Hijo es tan grande que se desborda y busca formas de creatividad para llegar a todos y llenarles de su pasión.
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* Obispo de Segovia.
