Benedicto XVI llegó ayer a El Escorial cuando los termómetros marcaban 35 grados, una temperatura que no le borró la sonrisa y que le acompaña «desde que pisó suelo español», según comentaron muchas de las miles de personas que le vitorearon y cantaron en este municipio de la sierra de la capital madrileña.
El calor volvió a ser protagonista de la jornada del Pontífice, como lo fue su expresión alegre, que pudieron apreciar los fieles en las pantallas de televisión repartidas a lo largo del recorrido que el Santo Padre realizó en el papamóvil.
Una localidad conocida por Benedicto XVI, que en sus años como cardenal la visitó para participar en los cursos de verano que en el periodo estival organiza la Universidad Complutense de Madrid.
Ahora ha vuelto como Papa, para celebrar, en el Monasterio que mandara construir Felipe II hace más de 40 siglos, un encuentro con jóvenes religiosas, «pilar fundamental de la Iglesia», les señaló el Santo Padre, y, ya en el interior de la basílica, otro, con profesores universitarios.
En su camino por las calles de San Lorenzo de El Escorial los vecinos y peregrinos llegados a Madrid desde todos los rincones del mundo para compartir con él una nueva Jornada Mundial de la Juventud, aplaudieron hasta la saciedad su paso. «Lo he tenido a dos centímetros», aseguró con una sonrisa satisfecha una de las afortunadas que vio de cerca al Pontífice, que convirtió a esta localidad en un «lugar de peregrinación de la Iglesia católica», según afirmaron algunos de sus fieles.
Bienvenido Benedicto XVI, decía la primera pancarta que observó a la entrada de esta villa serrana, visitada todos los días, en invierno y en verano, por numerosos turistas por su emblemático monasterio, que es basílica, colegio, museo y panteón real.
Una entusiasmada vecina del municipio, Teresa, confesó lo acostumbrada que está del ir y venir de los turistas, pero añadió que «hoy era una jornada muy especial», porque había vuelto a ver sonreír a su Santidad.
¡Esta es la juventud del Papa!, corearon incansablemente los peregrinos que cantaron durante el itinerario del vehículo, algunos de ellos acompañados por los llamados aplaudidores de colores, cilindros de plástico con aire.
Pero esta visita también es aprovechada de otra forma. Así, a cinco euros vendieron banderas del Vaticano algunos que quisieron hacer el agosto con este encuentro, que hizo madrugar a miles de personas con el propósito de encontrar un buen sitio, a ser posible a la sombra, para ver al Papa.
Especialmente, los centenares de monjas que ocuparon un lugar preferente en la lonja que da acceso al monasterio y que vivieron la jornada como un día «muy feliz».
Mejor suerte tuvieron las más de 1.600 religiosas, de casi 300 congregaciones, de ellas unas 400 monjas de clausura, que ocupaban el patio de Reyes y que dieron al Pontífice una más que calurosa y alegre bienvenida, repleta de cánticos y vítores al representante de Cristo en la tierra.
Monjas llegadas a la capital desde toda España y otros muchos países para asistir a las jornadas y que por la tarde estuvieron también en el paseo de Recoletos para acompañar al Pontífice en el Vía Crucis que presidió.
Algunas esperaron detrás de las vallas colocadas para delimitar el recorrido del papamóvil y lo hicieron desde las cinco y media de la mañana, rezando y cantando el himno de la XXVI JMJ.
«Va a ser una inyección para la juventud que necesita ayuda», afirmó sor María Luisa, monja de clausura, quien vivió con intensidad el día de ayer, en el que salió a la calle para ver al Papa con el permiso de su superiora.
Sentadas en sillas, estuvieron las más mayores. Cientos de personas se fueron trasladando de un lugar a otro del recorrido según se movía el sol, que volvió a castigar a los seguidores del Papa. «Yo me voy a otro punto que conozco, que a mediodía da la sombra. ¡A ver si me va a dar algo!», afirmó una vecina a otra mientras una tercera, Ángeles, de avanzada edad, comentó entre risas que «esto es lo más». En sus manos, una bandera, un abanico, un refresco y una silla traída desde Madrid por esta declarada fiel de ese «gran teólogo y muy espiritual» que, a su juicio, es el Pontífice.
Una opinión compartida por los cientos de personas que se situaron en un lugar preferente también de la lonja. «Gracias por venir», les comentó a todos ellos la presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre.
Además, la fe hizo desplazarse hasta la ladera del monte Abantos, donde está El Escorial, a miles de profesores universitarios que aseguraron que su encuentro con el Pontífice en la basílica del monumento «ha sido el hecho más importante de sus vidas».
Así, el doctor en Historia y Vicerrector de la Universidad San Pablo CEU, Alejandro Rodríguez de la Peña, que fue el encargado de leer un discurso, afirmó que ha estado varios meses dedicándose «exclusivamente» a este acto.
Por su parte, Gabriel Maíno, único profesor argentino presente en el acto, manifestó que fue una experiencia inolvidable e impagable y lo más importante de su vida junto al nacimiento de sus hijos.
