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“INSTRUCCIÓN,TEATRO Y FANGO”

por Santiago Sanz Sanz
4 de junio de 2025
en Tribuna
SANTIAGO SANZ
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Se le supone a la milicia, porque ya lo decía Calderón, la condición de ser “una religión de hombres honrados”. Es muy probable que aquellos mismos versos hayan marcado el ritmo de “la instrucción” de muchos de los que hicieron el antiguo servicio militar o que, como militares de carrera, también la han practicado durante los periodos de formación previos a las entregas de los despachos o al destino definitivo en cualquier unidad de las Fuerzas Armadas.

Seguro que muchos de ellos recordarán “el izquierda, derecha, izquierda mental”, de los primeros pasos entre toda esa variedad de movimientos de tropa, siempre sincronizados y acompasados por el rozar de las botas de hebilla con el firme de los patios. Porque es justo en la milicia donde la instrucción de orden cerrado encuentra todo el sentido práctico y responde a eso: al propio acto en el que el colectivo, como “uno solo”, va ejecutando con movimientos simultáneos y de manera inmediata todas esas órdenes precisas, reconocibles y naturalizadas como sinónimo del acatamiento de una disposición “incuestionable” proveniente de una autoridad “indiscutible”.

Ya ven. Una circunstancia que, fuera de la milicia, podría haber incitado algún que otro sueño húmedo de muchos apegados al mando y que podrían haber encontrado en “la instrucción” una fuente de inspiración. Porque, no sé si de manera consciente o no, pero el caso es que estamos experimentando una realidad donde se percibe la trascendencia del orden cerrado, mediante la reacción en bloque de una especie de fuerzas de choque del bulo que se activan al unísono, poniéndonos a marcar el paso mientras algunos se mantienen agazapados detrás del aforamiento y del escudo social determinado por el propio efecto de la crispación entre los ciudadanos. Una especie de “conflicto estático” que viene sustentado por toda la “tensión” que, en su día, ya le interesó tanto a Zapatero y que fue delatada por aquel micrófono descuidado.

Recuerden que no hace mucho otro expresidente del reino, entrevistado en un programa de máxima audiencia, parafraseando a cierto dramaturgo clásico, afirmó que “la verdad suele ser la primera víctima de cualquier conflicto”.

Pues en esas estamos; en una dinámica de falsedad donde la verdad hace tiempo que dejó de ser suficiente y mucho menos concluyente frente a los bulos desatados y los análisis sesgados. Donde lo veraz queda al margen de una actualidad fugaz, a pesar de la gravedad o del escándalo, y se difumina entre la opacidad informativa y el infundio interesado que nos va sometiendo a unos constantes y frenéticos cambios del escenario. Ya saben; todas esas cortinas de humo o cualquier otro señuelo dramático con un fuerte olor a caño que imprime a la farsa un ritmo de abrir y cerrar del telón totalmente descontrolado. Algo así como si hubiese enloquecido el tramoyista del teatro. Pero claro, entre tanto cambio de escena y el consiguiente caos, llega un momento en el que, a los ciudadanos, nos resulta complicado mantener el hilo de la trama por mucho que pretendamos estar atentos a lo que pasa en el escenario. Sobre todo cuando, para evitar asumir responsabilidades, se vuelven a emitir las consignas precisas desde la escala de mando para que, inmediatamente y de forma sincronizada, esa presunta máquina del fango, con los engranajes bien engrasados, lance un titular de letra bien gorda e impúdicamente falso.

Es probable que, anestesiados como estamos, pensarán que no va a ser mucho lo que, más allá de la reacción visceral, andaremos profundizando y que, una vez más, dará igual si ha sido algo inventado, o si el argumento es insostenible y vago, o que en unas horas haya que desmentirlo por estar desacreditado. Total, qué más da, si para entonces ya estaremos marcando el paso y mirando para otro lado.

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