Tras aquel estado de breve y misteriosa agitación la población alcanzó una monotonía cuasi placentera. Quizás el planeta dio una vuelta de campana, el lobito bueno dejó de ser maltratado por los corderos, se avanzó hacia el orden. Los príncipes, y cuando digo príncipes digo todos los responsables de la cosa pública, llegaron a ser honrados.
Renfe, echada a temblar ante el furor con que defendían los argumentos irrefutables los alcaldes y consejeros autonómicos afectados, no solo restableció el tráfico de trenes: aumentó su frecuencia. Iberpistas dejó de cobrar el peaje. La travesía de San Rafael se convirtió en calle peatonal. Prado Bonal se llenó de naves productivas. La construcción del segundo y del tercer pantano dobló la capacidad de agua embalsada: nunca más hubo problemas de abastecimiento. Por fin se sustituyó toda la red de fibrocemento, coincidiendo con la reforma del Rancho del Feo, y nunca más volvieron a reventar las tuberías. Por el contrario, la ciudadanía evitó de tal forma arrojar al inodoro productos sólidos que el agua fluía por los desagües con vocación de potabilidad. La construcción del tanque de tormentas acarreó la reforma del entubamiento del Clamores, donde el almacenamiento de detritus desde tiempos de los romanos amenazaba colapso, y acogió el agua de los imbornales, como los chorros del oro para los restos. Los camiones dejaron de acortar por Valseca y Hontanares ante la puesta en servicio del tramo final de la circunvalación. ¿Uno? Dos hospitales públicos nuevos, con su cohorte de aparcamientos gratuitos. Los turistas dejaron de andar como rebaños colapsando el paso de los viandantes. Cuánto habría disfrutado Julio, de no morirse: nunca más se volvieron a ver en el Eresma peces muertos, algunos picaban el anzuelo sin lombriz. El acuerdo sobre los carriles hizo que se acortaran los viajes de la estación del Ave a la ciudad y pueblos del alfoz. Los coches obedecieron sin rechistar la medida de aparcar de culo en batería. El radar de la policía local quedó arrumbado en un trastero porque la observancia de los límites de velocidad lo convirtieron en un trasto inútil. Por esa misa causa desaparecieron los atropellos de peatones y los pasos elevados. Casi todo nada comparado con el túnel que nacía en San Lorenzo y moría en Sancti Espíritu, o viceversa. Por el casco viejo no se volvió a ver una casa derrumbándose. A ello contribuyó la celeridad en el estudio y concesión de licencias de obras. Y nunca más volvió a salir un bache en la avenida del Padre Claret.
Desaparecieron los estudiantes en horas de clase jugando a las cartas o confundidos entre los jubilados por los paseos: los de ESO y FP se terminaron convirtiendo en canteros, chapistas, escayolistas, soladores, fontaneros, alicatadores, cristaleros, carpinteros, cerrajeros, pasteleros, panaderos, camareros, pescaderos, pescadores, camioneros; bajando el número de opositores a guardias de seguridad. Sin contar los que se liaron a montar pequeñas y medianas empresas. Ni qué decir tiene que los emigrantes empezaron a pasar de los centros de acogida a nutrir las universidades de científicos, arquitectos, médicos, notarios. En cuanto corrigieron sus condiciones de trabajo llenaron las plantillas de médicos de familia, de oncólogos. Crecieron como hongos los cuarteles de guardias civiles coincidiendo con el reconocimiento de profesión de riesgo, tanto para ellos y como para policías, y la equiparación salarial con mozos y ertzaintzas.
Qué lástima. Las plañideras habituales al paro. Las oposiciones a los gobiernos emigraron al desierto a predicar. En los centros de reciclaje de residuos se encontraron rollos de papel continuo con listas infinitas de adjetivos: montonero, fundamentalista, relativista, objetivista, progresista, rojo, facha, conservador, liberal, carca, perroflauta, franquista, republicano, monárquico, narcisista, mentiroso, averiado, débil, demócrata, bananera, emblemático, icónico, abrazafarolas, aforado, putero, sanchista, maricomplejines, radicales, moderados, pájara, maltratador, ayusista y miles más. Las farolas se quedaron sin carteles en la campaña electoral y los mítines sin asistentes. Las mesas redondas dejaron de ser cuadradas y todos los candidatos hablaron sin pisarse los turnos. Los periódicos incrementaron las páginas de juegos florales en detrimento de las secciones de políticas y corrupciones. Y fructificaron las obras, públicas y privadas.
Entonces sonó el radiodespertador. Alguien había matado a alguien, alguna ciudad se había quedado sin internet. Nítida, ya con los pies en las babuchas, solo pudo enterarse de la inminente huelga de basura. Vaya cara de asco sobre el desayuno. No. Que no le pasaba nada. Jopete: había ido a sonar cuando casi tenía arreglado el mundo. Date: los adjetivos. A ver qué le digo a Aldous cuando me lo encuentre. Me ca.
