Laura Frías y Silvia Olmos
Podemos considerar sin miedo a equivocarnos que Aguilafuente es buen testigo de la historia. En sus calles y territorio se han sucedido culturas y acontecimientos, han paseado reyes, obispos y prelados, y actualmente podemos disfrutar de recursos patrimoniales de primer orden, como la exposición permanente dedicada a Florentino Trapero Ballesteros, hijo predilecto de la villa, que cumple este año 20 años de su apertura.
Ubicada en la planta baja de la casa consistorial, la exposición se compone de más de 160 obras de la mano del escultor aguilucho, en su mayor parte modelos preparatorios en escayola, y es muestra de su vida y obra en un recorrido que descubre la figura de un artista que destacó por su diversidad, expresión y calidad.
Nacido el 16 de octubre de 1893 en la Plaza Mayor de Aguilafuente, vivió su infancia en Lastras de Cuéllar. Comenzó a mostrar sus dotes artísticas a edad muy temprana, trasladándose muy joven a Madrid para desarrollar su carrera. La carta de recomendación de José Rodao favoreció su ingreso en el taller del escultor segoviano Aniceto Marinas, llegando a ser considerado uno de sus mejores discípulos. Mientras se formaba para acceder a la Escuela Superior de Pintura, Escultura y Grabado de Madrid en 1909, participó en el taller del maestro, en obras como el Monumento a Daoiz y Velarde. Obtuvo de la Diputación de Segovia en 1910, y hasta 1916, una beca de 400 pesetas anuales para jóvenes y destacados estudiantes de la provincia, dejando en la institución dos piezas: el Esclavo y el Gitanillo.
En 1916 ganó el concurso nacional de modelos para la corona de la Virgen de la Fuencisla, con lo que arranca una prolífera carrera con diversos altibajos vinculados a sus circunstancias vitales, que le llevó a trabajar por todo el país, e incluso en Latinoamérica, principalmente como escultor, pero también es importante su producción de dibujos y acuarelas e, incluso, se atrevió con la poesía. Tocó todo tipo de géneros con un marcado realismo y regionalismo, destacando especialmente en el retrato, género en el que se sentía más a gusto. Fueron sus años en la cárcel entre 1937 y 1941 cuando más profundizó en el retrato, siendo numerosísimos los dibujos que se conservan en carboncillo de presos y trabajadores de las cárceles. A lo largo de su vida realizó retratos a carboncillo y en sanguina para particulares, e incluso conformó una exposición para el Centro Segoviano de Madrid en 1951 con retratos de numerosos personajes segovianos del momento, como el torero sepulvedano Victoriano de la Serna, su maestro Aniceto Marinas o el Marqués de Lozoya, del cual también realizó un busto en bronce en 1975 para el Centro Segoviano, considerado una de sus mejores obras.
En octubre de 1915 exhibió su obra en la capital segoviana en Diputación, junto al también becado Luis Roldán. Dos años más tarde expuso en la casa de Segundo Gila, donde presentó un estudio de la cabeza de Beethoven que posteriormente realizó en mármol para el Círculo de Bellas Artes de Madrid. Esta obra, presente en la exposición de Arte Segoviano en la Casa de los Picos en 1921, fue su primera obra premiada.

No volvemos a encontrar una obra suya en Segovia hasta 1957, con la talla en madera de San Juan de la Cruz que presidió la capilla del Instituto Andrés Laguna, hoy conservada en su secretaría. De 1958 es el monumento funerario de la Piedad del empresario segoviano Nicomedes García en el cementerio del Santo Ángel, un modelo que vuelve a utilizar para la tumba en el cementerio de la Almudena de Madrid de su esposa Cristina en 1964 y cuyo modelo en escayola se conserva en su exposición de Aguilafuente. Encuadrado en un triángulo rectángulo, nos invita a una lectura que recorre el cuerpo anatómicamente perfecto de Cristo, sin apenas estragos de su Pasión, cuya cabeza es sostenida por la Virgen que le mira con tristeza contenida y a la vez llena de amor maternal. Cada elemento se trabaja de manera minuciosa y cuidada, creando una composición brillante. También en el cementerio segoviano encontramos otra de sus obras, ya de 1973, para el panteón del editor Julio Guerrero, cuyo modelo en escayola también se encuentra en Aguilafuente. Se representa una mujer orante arrodillada, que sostiene sobre su regazo un libro abierto con el Crismón con Alfa y Omega, símbolo de que Cristo es principio y fin.
Sin duda, su obra más conocida en la ciudad es el Monumento a Andrés Laguna en la plaza de los Huertos, que se levantó en 1960 para solemnizar el IV centenario de la muerte del humanista. De cuerpo entero, con una altura de 2,40 metros, en piedra rosa de Villar de Sobrepeña, se encuadra por dos losas situadas en planos opuestos de piedra granítica diseñadas por el arquitecto Juan Jesús Trapero, hijo del escultor. La escultura está inspirada en un antiguo grabado del doctor y presenta una figura austera, pero de gran expresividad que muestra la hidalguía y talento del personaje, por lo que fue muy elogiado. También en 1960 realizó para una fuente en la plaza de la Virgen del Carmen (hoy Avenida del Acueducto) un relieve en piedra caliza y que actualmente se encuentra en el interior del edificio de Caixabank. Además, participó en 1958 en el concurso para el monumento a Padre Claret, del que se conserva en su exposición un modelo de la figura del santo en plastilina roja, y en 1960 le fue encargado un proyecto para un monumento que conmemorase la proclamación de Isabel I en el centro de la Plaza Mayor, que no se llegó a realizar.

Si recorremos la provincia, encontramos también su estela, incluso conocemos proyectos que no fueron ejecutados como el monumento a Sofía de Miguel en Cuéllar, truncado por el estallido de la Guerra Civil.
Una de sus obras más destacadas en sus primeros años de producción es el Cristo Rey de Veganzones, primer monumento a esta solemnidad en la provincia que toma como referencia el monumento al Sagrado Corazón de Aniceto Marinas del Cerro de los Ángeles de Getafe de 1916. La figura del Cristo, de 1,80 metros de alto, está ejecutada en piedra de Novelda y asienta sobre un gran pedestal de planta cuadrangular que combina varios cuerpos de piedra blanca de Campaspero con la rosa de Villar de Sobrepeña. El Cristo tiene actitud de avanzar, sereno, con una sonrisa dulce y majestuosa, que señala con su mano izquierda su sagrado corazón, circundado de rayos, destacando la perfección con la que se cincela la túnica y el manto. La inauguración el 6 de octubre de 1929, presidida por el obispo Pérez Platero, fue una fiesta de gran solemnidad que congregó a un buen número de asistentes y personalidades.
En septiembre de 1934 realizó una lápida con el busto en bronce del padre claretiano Felipe Maroto para la casa natal con motivo del gran homenaje que le realiza su pueblo, Garcillán, y a la que no faltaron las autoridades del momento.
Tras su paso por la cárcel, Florentino se dedicó a la restauración escultórica, como son buena muestra sus trabajos en la Catedral de Sigüenza y en los pasos de la Semana Santa zamorana. En la provincia de Segovia también realiza este tipo de trabajos: en Juarros de Voltoya, con motivo de la nueva construcción de su iglesia en 1961, intervino al Cristo Crucificado y a la Virgen de la Asunción del siglo XVIII, de la cual hizo un boceto en escayola y una copia en madera policromada que se conserva en Aguilafuente. Unos años antes, en 1958, también había realizado en Melque de Cercos la talla de una Virgen para la iglesia.
Para el Ayuntamiento del Espinar ejecuta una imagen de la Virgen de la Fuencisla vestida, con un acueducto en el pecho y bajo él el escudo del Espinar, en mármol, que se ubicó en una hornacina en el muro noroeste de la torre de la iglesia de San Eutropio. Esta obra fue colocada con gran solemnidad el 11 de mayo de 1962.
Pero sin duda, donde encontramos el mejor compendio de su obra es en su pueblo natal, Aguilafuente, donde es nombrado hijo predilecto en 1970, dedicándole una avenida con su nombre. Una de las primeras obras que realizó en su pueblo fue el monumento funerario a su padre, Ángel Trapero, en 1916, desmantelado hace varios años por la familia. Por fotografías conocemos que constaba de una cruz de piedra en cuyo crucero, dentro de una corona de laurel, esculpió el retrato del difunto. Se completaba con flores talladas a los pies y una figura doliente que abraza la cruz. En el mismo cementerio de Aguilafuente aún se conserva un panteón de extraordinaria calidad que realizó hacia 1930. La combinación del mármol negro de Markina con el mármol blanco crea una composición arquitectónica impecable que corona con una plañidera en pie con los dedos de las manos entrelazadas sobre el pecho, vestida con túnica y manto que recuerdan a la destreza del Cristo Rey de Veganzones. En la ermita junto a este cementerio, se encuentra el Cristo de la Peña, muy venerado en la localidad, de cuya restauración también se encarga Florentino en 1961.

Recorriendo sus calles, junto al Ayuntamiento encontramos su destacado Adán Arrepentido, en mármol de Carrara, presente en las Edades del Hombre de 2011. Esta escultura no estaba concebida para este lugar, pues fue un encargo de su propio hijo Juan Jesús para el jardín de su casa en Aravaca en 1969 y que lega tras su muerte en 2003 al ayuntamiento de Aguilafuente. En ella el escultor expone gran conocimiento anatómico del cuerpo masculino, con una enorme carga expresiva de arrepentimiento en una compleja postura muy bien resuelta. Justo detrás de esta obra, en el centro de la Plaza de la Cruz por donde se accede a la exposición, hay una pequeña fuente en piedra de Campaspero combinada con granito rematada con una piña, un caño de bronce también con forma de piña, el relieve de unas espigas de trigo en el frente y, en un lateral, la inconfundible firma de Trapero, con fecha de 1958. Forma parte del proyecto de la red de abastecimiento de agua desde el Pozo de la Mora, para la que Florentino hace cinco fuentes, la más emblemática y monumental la ubicada en la Plaza de la Fuente. Podemos dividir su composición en tres niveles: la zona de los caños en granito con piñas de bronce, un segundo cuerpo en granito con los relieves en piedra de Campaspero con un hachero y un segador, que presentan las labores tradicionales de Aguilafuente, exaltando con ello el espíritu aguilucho, y el remate con un águila de bronce. Todo símbolo para su pueblo.
Tras su muerte en agosto de 1977, llegó el gran homenaje en 1986 con una exposición retrospectiva en el Torreón de Lozoya, que contó con 58 esculturas, 36 acuarelas, 21 retratos y 21 dibujos. Esta muestra sembró el deseo en sus hijos de crear una exposición permanente que diese a conocer la obra de su padre, que finalmente se materializó en 2005. Hoy en día se ha convertido en centro de referencia para investigadores, pues son muchas las obras que aún están sin catalogar de este autor. Un ejemplo reciente de este caso está en relación con una de las maquetas más importantes del centro, no solo por su calidad si no por lo que supuso para la vida y obra del autor.
La Borriquita, como comúnmente se conoce al paso de la Entrada Triunfal de Jesús en Jerusalén, fue realizado por Florentino Trapero para la Real Cofradía de Jesús en su Entrada Triunfal en Jerusalén de Zamora entre 1949 y 1950. El paso, que desfiló por primera vez el 2 de abril de 1950, fue financiado por el político zamorano Carlos Pinilla Turiño, natural de Cerecinos del Carrizal, Zamora.

Este grupo escultórico está formado por siete figuras que representan a Jesús montado en una burra, seguido por un hombre y dos mujeres, una de ellas con un niño en brazos, que sujetan unas palmas, y dos niños jugando con una pollina. El movimiento que transmiten las figuras que siguen a Jesús es el gran atractivo del paso, contrastando con la serenidad que muestra el hijo de Dios. Es ese movimiento el pretexto del autor para cincelar perfectas musculaturas en las imágenes, una de sus señas de identidad.
La maqueta conservada en la exposición de Aguilafuente, en escayola policromada, es muestra la grandiosidad del paso en miniatura, siendo todos los detalles más accesibles, y que considerábamos única. Recientemente tuvimos noticia de la existencia de cinco figuras correspondientes a una segunda maqueta del mismo paso en el Museo de las Artes y Tradiciones Populares de la Universidad Autónoma de Madrid. Esta segunda maqueta era propiedad de la familia del mencionado político zamorano Carlos Pinilla Turiño, quien en 1980 la donó al museo. Al comparar ambas maquetas, vemos cómo en la donada a la Universidad Autónoma de Madrid faltan la mujer con el niño en brazos, vislumbrando una gran similitud en el resto de figuras conservadas.
Este descubrimiento nos acerca un paso más a la figura de Florentino Trapero y nos impulsa a seguir investigando su vida y obra, pues consideramos que aún hay mucho por descubrir.
