Este año vino el mes de marzo con temperaturas suaves, muy agradable, y los rosales que tengo en mi jardín empezaron a revivir, bulleron en la tierra y echaron brotes que crecían hasta más allá de la verja. Luego llegó el mes de abril con fríos rigurosos y heladas fuertes y todos los brotes y capullos se les chamuscaron por las bajas temperaturas. Contemplando el desastre, pensé: este año los rosales no darán rosas. Pero ha llegado mayo y me ha traído muchas, como podrá apreciarse viendo esa foto de uno de los tres rosales de la variedad Queen Elisabeth que cuido y mimo.

La Chrysler imperial es una variedad de rosas rojas en la que los viveristas de hoy han sabido mantener el delicioso y genuino perfume de las rosas antiguas. Yo he plantado uno muy al borde del jardín y le dejo que rebase la cerca y que eche parte de sus rosas fuera, para que ellas vean la calle y a ellas las vean desde la calle. Los vecinos, cuando pasan por la acera bajo el rosal, no pueden resistirse a dirigir los ojos hacia arriba. Ven las rosas, huelen la fragancia que emiten y llena el aire y las admiran.

El Landora es otra variedad de rosal moderno que he puesto en mi jardín y que también ha florecido pujante tras las fuertes heladas de los meses de marzo y abril. Da unas rosas grandes que, con sus pétalos aterciopelados, lustrosos y de un precioso color amarillo intenso, lucen mucho perdidas entre las hojas de suave verde. Como tantas otras rosas modernas, no dan olor, pero los ojos se me alegran cuando las miro. ¿Qué me gustaría que hicieran? Lo que no van a hacer: que durasen muchos días abiertas.

-Aconsejemé. Quiero un rosal de flores blancas y poco exigente, le dije al viverista.
-Llévese éste, respondió. Es el Camelia blanco, no da rosas muy grandes, pero desde su aparición como capullos ya tienen unas formas casi perfectas y su blanco es limpio como el de la nieve recién caída.
Me lo traje y lo planté en el jardín, orientado hacia el sur, como ofrenda a la gran dama yacente de la sierra de Guadarrama, la Mujer Muerta, que se ve desde donde el rosal está y a la que todos los días dirijo, al menos, una mirada.

Pienso en el poeta Francisco de Rioja y me lo imagino escribiendo el poema dedicado a la rosa que, mentalmente, yo recito muchas veces en cualquier lugar que haya rosales:
Pura, encendida rosa,
émula de la llama
que sale con el día.
¿Cómo naces tan llena de alegría
si sabes que la edad que te da el cielo
es apenas un breve y veloz vuelo?

Fue Shakespeare, en su drama Romeo y Julieta, quien empezó esta serie: “¿Qué hay en un nombre? Aunque tuviera otro cualquiera, la rosa no dejaría de ser rosa y de esparcir su aroma”.
Siguió Gertrude Stein, escritora norteamericana, rica, protectora de artistas bohemios, retratada por Pablo Ruiz Picasso e introducida en los círculos intelectuales y progresistas de París por los años que se llamaron los felices veinte. A la interrogante ¿qué es una rosa? dejó en un verso la definición que a ella más le cuadraba y que, por original e ingeniosa, más se ha repetido: “Una rosa es una rosa es una rosa”.

Y siguió José María Cano, del Grupo Mecano, que sí conocía el verso de Gertrude Stein y lo llevó a su sonora y rítmica rumba:
«Quise cortar la flor
más tierna del rosal
pensando que de amor
no me podría pinchar
y mientras me pinchaba
me enseñó una cosa
que una rosa es una rosa es una rosa…»
En la canción, la última «a» se alarga mucho. Fue su aportación original.

¿Lo de cantautor es de hoy o también de ayer? El poeta portugués Gil Vicente (1470-1530) dedicó esta canción al rosal y a la rosa:
Del rosal vengo, mi madre
vengo del rosale.
A riberas de aquel vado
vide estar rosal granado:
vengo del rosale.
A riberas de aquel río
viera estar rosal florido:
vengo del rosale.
Viera estar rosal florido,
cogí rosas con sospiro:
vengo del rosale.
Del rosal vengo mi madre,
vengo del rosale.

Juan Ramón Jiménez, uno de los escritores españoles que ganó el Premio Nobel de Literatura, el poeta del lenguaje meditado y depurado, se enfrentó con el insondable secreto de la rosa y lo resolvió rindiéndose, acudiendo a la sencillez y precisión que utilizaría el más hábil cirujano de las palabras:
«No le toques ya más
que así es la rosa».
En paralelo a los dos versos va la imagen de esta rosa fotografiada en la rosaleda de Madrid.

José María Pemán, dramaturgo prolífico, pero también poeta de versificación fácil, en su comedia El Divino impaciente, de gran éxito en su momento, dejó que se le escaparan estos versos dedicados a las rosas:
«El encanto de las rosas
es que, siendo tan hermosas,
no conocen que lo son».
La fotografía está hecha en la bien cuidada y bien atendida Rosaleda Cervantes, de Barcelona.

De las rosas antiguas han nacido todas las modernas. Esta es una de las antiguas, Rosa moschata, mosqueta en castellano, con sólo cinco pétalos y un delicioso olor a almizcle (musk). La fotografía la hice en el Jardín Botánico de Madrid y la he elegido para acompañar a los conocidos versos del cubano José Martí:
«Cultivo una rosa blanca
en junio como en enero
para el amigo sincero
que me da su mano franca.
Y para el cruel que me arranca
el corazón con que vivo,
cardo ni ortiga cultivo,
cultivo una rosa blanca».

Lindo este Epigrama número IV de Alberto Lista:
Un retrato formó el cielo
de belleza celestial:
carmín, nácar y cristal
dieron color al modelo;
su risa fue la que al suelo
derrama el alba graciosa;
talle y mirar, de una diosa.
Y añadió a tanta hermosura
un alma modesta y pura
y le dio por nombre «rosa».

Otro poeta que no puede faltar en ninguna antología por elemental que sea y sobre el tema que sea, tan abundante y extensa fue su producción poética, es Félix Lope de Vega Carpio, el más grande dramaturgo de nuestro Siglo de Oro, llamado Fénix de los Ingenios:
Con qué artificio tan divino sales
de una camisa de esmeralda fina,
¡oh rosa celestial, alejandrina
coronada de gracias orientales!

Fotografía de rosas captada en la rosaleda de la Universidad de Alcalá de Henares. La acompaño con una de las imperecederas rimas, versos maravillosos que alguien calificó de «suspirillos germánicos», escritas por el poeta romántico Gustavo Adolfo Bécquer:
“¿Cómo vive esa rosa que has prendido
junto a tu corazón?
Nunca hasta ahora contemplé en la tierra
sobre el volcán la flor”.

Y José de Espronceda, otro de los grandes poetas románticos españoles, nos llevó así a la rosa, apasionado:
Fresca, lozana, pura y olorosa,
gala y adorno del pensil florido,
gallarda puesta sobre el tallo erguido,
fragancia esparce la naciente rosa.
Cambiando el pensil florido por el florido pensil, salió no hace mucho tiempo un libro que tuvo cierto éxito. Conviene seguir leyendo a los clásicos.

Versos de un poeta anónimo dedicados a la rosa y fotografía de Rosa centifolia, la de cien hojas, rosa antigua notable por su aroma. Era la que estallaba cada primavera en los huertos castellanos.
Del rosal sale la rosa.
¡Oh que hermosa!
¡Qué color saca tan fino!
Aunque nace del espino,
nace entera y olorosa.
Nace de nuevo primor
esta flor.
Huele tanto desde el suelo
que penetra hasta el cielo
su fuerza maravillosa.

Mi hija Carmen logró este singular efecto de luces fotografiando una rosa blanca. Busqué unos versos que le vinieran bien y pienso que los he hallado en la obra poética de Carolina Coronado:
¿Cuál de las hijas del verano ardiente
cándida rosa, iguala tu hermosura,
la suavísima tez y la frescura
que brotan de tu faz resplandeciente?
La sonrosada luz de alba naciente
no muestra al desplegarse más blancura
que el peregrino cerco de tu frente.

Quiero recordar a otro poeta, asturiano de nacimiento, muy olvidado. Ramón de Campoamor, autor de estos versos humorísticos:
I
“Porque lleno de amor te mandé un día
una rosa entre fresas, Juana mía,
tu boca, con que a todos embelesas,
besó la rosa sin comer la fresa.
II
Al mes de tu pasión, una mañana
te envié otra rosa entre las fresas, Juana;
más tu boca, con ansia, no amorosa,
comió la fresa sin besar la rosa.

Roberto Benigni ofreció al mundo un film hermoso y triste como pocos: La vida es bella. ¿Conocía el cineasta unos versos que, muchos años antes, escribió el gran poeta Rubén Darío?:
Y, no obstante, la vida es bella
por poseer
la rosa, la perla, la estrella
y la mujer.
Con María del Carmen, mi compañera de tantos años, en la rosaleda de la Universidad de Alcalá de Henares.
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* Supernumerario de la Real Academia de Historia y Arte de San Quirce
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