El papa León XIV es conocido por su labor social durante el ejercicio de su ministerio episcopal. Seguro que su talante agustiniano esclarecerá su pontificado al menos en dos direcciones: la propuesta del “ordo amoríos” como estilo de vida y la separación Iglesia y Estado como heredero de la teoría de las dos ciudades de San Agustín actualizada por el Concilio Vaticano II.
Por otra parte, la elección del cardenal Prevost y el nombre seleccionado (León XIV) tienen que entenderse en clave de una ‘original’ continuidad con Francisco que se caracterizará por el peso que tendrá la teología social y política en los próximos años. Si Francisco era de carácter primario y espontáneo, este es sereno, reflexivo y analítico, como si buscara el equilibrio formativo interno que le han dado las Matemáticas, la Filosofía y el Derecho canónico. Sus primeras palabras indican una continuidad que será analizada con el paso del tiempo, porque tiene un depurado criterio que podrá interpretarse, al menos, con una clave para repensar la democracia en la era digital.
Es el primer papa norteamericano. Su influencia será decisiva para Norteamérica porque el factor católico será determinante en la reorganización que republicanos y demócratas tendrán que realizar. Sabemos que Biden y muchos simpatizantes demócratas son católicos. Pero desde hace varias semanas todos sabemos que D.J. Vance y muchos republicanos de la administración Trump han presumido de su catolicismo. Además, se han pronunciado públicamente sobre la importancia que San Agustín y el ‘ordo amoris’ tienen para legitimar con categorías morales el endurecimiento de la política social y migratoria. El hecho de que la última audiencia de Francisco se realizara con el vicepresidente Vance no puede pasar desapercibida. De hecho, la conversación de Trump con Zelenski en el funeral de Francisco era un símbolo significativo.
En las primeras horas se ha señalado que Prevost ejercía como ‘hispano’ en Norteamérica y que representa la identidad mestiza y narrativa del catolicismo del siglo XXI. Esto es importante para reconstruir el papel que los cardenales Prevost y Parolin tuvieron en los últimos días del mes de enero y los primeros de febrero cuando Trump endureció su política migratoria. La última carta que Francisco escribió fue el 10 de febrero de 2025, como he señalado en artículos anteriores en este diario segoviano, a los obispos de Estados Unidos de América. ¿Quién le pidió a Francisco esta carta de apoyo al trabajo que los asesores jurídicos de las diócesis norteamericanas están haciendo a favor de pobres, refugiados e inmigrantes? ¿Quién tomó la iniciativa de la carta y quién preparó el borrador para la redacción final? Sin la tradición agustiniana y sin la presencia del entonces Prevost no se entendería nada.
Quienes hayan leído la carta comprobarán la presencia de San Agustín y el papel que la rehabilitación de la Teología política están teniendo en todo el mundo. Desde Rowan Willians hasta Oliver O’ Donovan y John Milbank, el agustinismo político está de actualidad porque pone en cuestión la relación entre las dos ciudades, la ciudad de Dios (Iglesia) y la ciudad terrenal (Estado), lo que nos lleva a repensar la relación entre los dos órdenes morales y políticos tradicionales: el que propone la Iglesia y el que van construyendo en la historia los regímenes políticos, que llamamos ‘democracia’ en sus diferentes versiones.
La correcta interpretación de esta categoría agustiniana está presente en la carta del 10 de febrero. Un cardenal misionero, conocedor de todas las pobrezas (sobre todo la de aquellos que son tan pobres que solo tienen dinero), genealógicamente mestizo, fraile hispano agustino y tan ciudadano americano como el resto de los latinos, resulta que puede apropiarse de un discurso moral que desmonta racionalmente la pobre teología de la Casa Blanca.
Atentos al final de la carta: ‘exhorto a no ceder ante narrativas que discriminan y hacen sufrir innecesariamente a nuestros hermanos migrantes y refugiados. Con caridad y claridad estamos llamados a vivir en solidaridad y fraternidad, a construir puentes que nos acerquen, a evitar muros…’. Es el horizonte agustiniano de las calles de Chicago, con Dorothy Day en la memoria. Son palabras que aparecen en el saludo de León XIV desde la logia de San Pedro en el inicio de su pontificado.
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Ángel Galindo García, profesor emérito
